Yo

Puede que tu afecto se vuelva paloma, y que la cojas con mimo entre tu manos. Pero se pone nerviosa, aletea, intenta alejarse. Y tú la calmas con palabras, la acaricias, la sujetas con cuidado… hasta que la matas.Y el piano se desafina.

O quizás se vuelva mujer y la quieras con mimo, entre tus labios. Pero se pone nerviosa, duda y cojea con faldas, teme decepcionarse. Tú la calmas con palabras, la acaricias, la sujetas con cuidado… hasta que la agobias. Y el piano se desafina.

Quizás tu afecto se convierta en ti mismo y me acojas contigo en una sola biografia. Pero te pones nervioso, te remuerdes, me desconoces y te desarmas. Intentas calmarte con palabras, con trucos aprendidos sobre el diván, te controlas la tensión cuando parece que el corazón te está tratando a patadas… hasta que te destruyes lentamente y te conviertes en otro. Y el piano se desafina.

Porque a ti y a mí siempre nos separan tu otro tú y mi otro yo. Ese otro que no gusta, el que no quisieramos ser, el que no creemos ser, el que cambia de piel cuando cambia de espejo en el que mirarse.

Mi yo somos mil, porque tú eres otros tantos, porque no siempre me enfoca la cámara desde la derecha, porque temo construirme un laberinto distinto en cada profundidad de ojos que me miran. Porque ser yo mismo es ir copiándote con torpeza. Porque todas las vidas que no conozco parecen mejores que la mía.

Entonces la vida siempre se viceversa y yo mismo me destruyo y se desafina el piano, la mujer me agobia y se desafina el piano, la paloma me mata y se desafina el piano.

Acabamos suplantando a otro y echando cemento, cucharada a cucharada, saco a saco, hasta que pensamos que hemos conseguido tapar el pozo. Pero nunca sale la jugada, porque hay que ser un poco puta y decir lo contrario de las cartas que se tienen; y porque olvidar es un verbo imperfecto que siempre sale caro.

Nunca sale la jugada porque no soy la paloma, no soy la mujer, no soy el del jersey zurcido, no soy el que escribe cartas para que sean devueltas desde Alemania. Ni siquiera soy yo mismo. La jugada nunca sale porque lo único que verdaderamente soy… es el pozo.

Aunque a la luz de Mallorca, si el piano se afinara y comenzara de nuevo la partida de cartas, la paloma se desmoriría, la mujer se desagobiaría y mi otro yo dejaría de controlar mi carne, mi sueño, mis palabras.

Esta vez, de la lluvia prefiero no hablar. Tampoco quiero hablar sobre la nieve.

He aquí que tú estás sola y que estoy solo.

Haces tus cosas diariamente y piensas
y yo pienso y recuerdo y estoy solo.

A la misma hora nos recordamos algo
y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya
somos, y una locura celular nos recorre
y una sangre rebelde y sin cansancio.

Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,
se me caerá la carne trozo a trozo.

Esto es lejía y muerte.

El corrosivo estar, el malestar
muriendo es nuestra muerte.

Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado
quién eres, dónde estás, cómo te llamas.

Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,
una mitad apenas, sólo un brazo.

Te recuerdo en mi boca y en mis manos.

Con mi lengua y mis ojos y mis manos
te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,
a siembra , a flor, hueles a amor, a ti,
hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.

En mis labios te sé, te reconozco,
y giras y eres y miras incansable
y toda tú me suenas
dentro del corazón como mi sangre.

Te digo que estoy solo y que me faltas.

Nos faltamos, amor, y nos morimos
y nada haremos ya sino morirnos.

Esto lo sé, amor, esto sabemos.

Hoy y mañana, así, y cuando estemos
en nuestros brazos simples y cansados,
me faltarás, amor, nos faltaremos.

(Jaime Sabines)

Me doy cuenta de que me faltas
y de que te busco entre las gentes, en el ruido,
pero todo es inútil.

Cuando me quedo solo
me quedo más solo
solo por todas partes y por ti y por mí.

No hago sino esperar.

Esperar todo el día hasta que no llegas.

Hasta que me duermo
y no estás y no has llegado
y me quedo dormido
y terriblemente cansado
preguntando.

Amor, todos los días.

Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.

Puedes empezar a leer esto
y cuando llegues aquí empezar de nuevo.

Cierra estas palabras como un círculo,
como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.

Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,
en mi garganta como moscas en un frasco.

Yo estoy arruinado.

Estoy arruinado de mis huesos,
todo es pesadumbre.

(Jaime Sabines)

Bailar a los pies de la cama

Esta carraspera matinal, la mala sombra que me da el insomnio, la pereza de hacer ahora todas esas cosas que sé que tendré que volver a hacer mañana. Quedarme siempre corto con la sal.

Mi modo de balbucear por teléfono, la manía de escribir metáforas, cada contradicción nueva que me descubres sin necesidad de diván o la facilidad para romper todos los pantalones por el mismo sitio.

Ni mili, ni posguerra, ni han muerto todos los que quiero. Ni soy completamente libre ni dejo de serlo. Ni mi vida tiene sentido, ni deja de tenerlo, ni todo mi tiempo es oro, ni toda la vida es sueño, ni todo mi insomnio es un sarampión que ya pasó.

Entre las rutinas de todos los días y mi biografía, estoy yo. Que no soy un punto medio, sino más bien un todo revuelto que se deja rodar por una cuesta sin demasiado control, aunque aparente tenerlo.

Que me lleven a París en un jet privado para una cena romántica, es un detallazo, desde luego, pero una acción sin peso, que no se puede repetir sin que pierda toda la emoción que contuvo. Como cantarte una canción desde lo alto de un escenario o alquilar una limusina para dar una vuelta a la ciudad.

Prefiero las cosas que son especiales sin necesidad de parecerlo. Porque entre las costumbres adquiridas y la crónica social más o menos maquillada, estoy yo. En ese espacio que hay entre lo que hago todos los días y lo que sólo hago una vez en la vida, es donde está mi identidad.

Porque entre lo público y lo secreto está lo íntimo -que es eso que sólo tú y yo sabemos convertir en distinto cuando lo hacemos una y otra vez-, porque, aun siendo iguales, somos muy distintos de los demás, estoy deseando besarte en el pecho todos los días como un amuleto.

Y sentir cómo me bailan tus pies fríos al meterlos -deprisa, amor, que me destapas- en una cama ancha (si yo fuera tus sábanas), en una tarde rugosa (si yo fuese tu playa), o en mi vida, si también fuera la tuya.

LA ESPERA
Te están echando en falta tantas cosas.

Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.

Hemos de acostumbramos a tu ausencia.

Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.

Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.

No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.

Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.

(Joan Margarit)

LA MUCHACHA DEL SEMÁFORO
Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.

No sabía aún, igual que tú
no lo has aprendido aún, que algún día
el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que ahora te está apuntando desde mis ojos.

Tú eres la muchacha que yo estuve buscando
durante tanto tiempo cuando aún no existías.

Y yo soy aquel hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.

Pero estaré entonces tan lejos de ti
como ahora tú de mí en este semáforo.
(Joan Margarit)