Cartas de ausencia

Estoy intentando encontrar alguna languidez que escribir como por ejemplo, eso de «el mundo de los que nunca se sintieron adultos empieza a resquebrajarse bajo mis pies». Pero inmediatamente, sin dilación ninguna, la mente inmediata se me escurre hasta la cama y se acurruca contra tu ausencia.

De la felicidad también se sale, supongo. Lo digo por mi pobre producción escrita de los últimos tiempos, que habrá que impulsar nuevamente. Por falta de tiempo no será, que este verano sólo tengo proyectado realizar un largo viaje hasta septiembre.

Pero necesito inspiración, pérdidas, frustraciones o deseos sin correspondencia. Al menos, ese es el tópico. Y tengo un encargo reciente que quiero atender con mucho interés y necesito, para llevarlo a cabo, ponerme en situación… ¡Qué curioso pensamiento éste de fingir para escribir! ¿Acaso soy un actor que escribe en lugar de recitar un texto aprendido?

No es la única duda que tengo en este momento. Dime, por favor ¿tú crees que un hombre feliz debe y puede coger un teclado y escribir cartas de amor? ¿O más bien debería dedicarse a repasar cuidadosamente la fina línea vertical de unos labios que le sonríen desde la cama?

Como un aceite que escurre sobre la piel que se desea y la recorre lentamente, hacia el origen; como una mano que aparta unos cabellos sobre el hombro en el que se quiere apoyar la vida, como un gemido que ni siquiera tiene que tocar el aire para pasar de una a otra boca, no, nunca, jamás redactaré cartas de amor tan hermosas como esas que se escriben sin usar ni una sola palabra.

De hecho, no existen las cartas de amor. Todas esas que lo parecen, sólo son cartas de ausencia.

QUERENCIAS

A Juan Gelman

(Claribel Alegría)

SOLOS DE NUEVO
Solos de nuevo
solos
sin palabras
sin gestos
sin adornos
con un sabor a fruta
en nuestros cuerpos.
(Claribel Alegría)

TIEMPO DE AMOR
Sólo cuando me amas
se me cae esta máscara pulida
y mi sonrisa es mía
y la luna la luna
y estos mismos árboles
de ahora
este cielo
esta luz
presencias que se abren
hasta el vértigo
y acaban de nacer
y son eternos
y tus ojos también
nacen con ellos
tu mirada
tus labios que al nombrarme
me descubren.

Sólo cuando te amo
sé que no acabo en mí
que es tránsito la vida
y que la muerte es tránsito
y el tiempo un carbúnculo encendido
sin ayeres gastados
sin futuro.

(Claribel Alegría)

Multiplicar por cero

Cuando ella argumente que fingió sus gemidos, ¿notarás como si tu orgasmo se redujera a un suspiro y empezara a parecerte más ridículo el primer beso?

¿Se ajarán las rosas, amargará el vino, si descubres en la copa la huella de otros labios? ¿Parecerá su piel menos aterciopelada porque otras manos pasaron antes por donde tú las pasas?

El día que me digas «no te quiero», ¿todos los «te quiero» recibidos romperán su crisálida de tiempo y las mariposas saldrán convertidas otra vez en gusanos? ¿Por qué tiene que ser más sincero quien te dice lo rara que te queda la falda que yo cuando te digo lo guapa que te veo?

Aunque tú hubieras fingido, yo sé que mi corazón galopó cuesta arriba como un loco. La mano que mece las rosas y el sabor del vino me alegraron la vida, por lo menos durante una aspirina y quince días. No porque la botella se acabe, me parecerá que el vino era malo.

La piel que deseó que fueran mis manos las que la recorrieran fue mi hogar, aunque al cabo de un rato la habitaran otros dedos. He sentido las mariposas en el estómago haciéndome cosquillas, aunque a ti te huela a que sólo estoy practicando un ejercicio de equilibrismo.

Parece que sólo pueden ser verdad las palabras que te incendian el corazón y reducen todo a cenizas, las que tiran el castillo y dejan el suelo mugriento de barajas. Pero las que nos hacen flotar, las que nos hacen levantarnos por la mañana, bah, esas, tarde o temprano, se volverán mentira y las odiaremos profundamente al dar con la rodilla en el suelo.

Hay que tener cuidado con donde se pisa porque, si alguien nos dice, con voz grave y circunspecta, que nos va decir la dura verdad de que estamos pasando por encima de brasas encendidas, enseguida dudaremos si se nos están quemando los pies; aunque antes del anuncio nos pareciera que paseábamos por entre algodones perfumados.

Sólo es real el infierno. Nada es verdad sino los demonios. Hasta los ángeles multiplican las veces en que alguien les hizo parecer gilipollas. Y con que una sola de esas veces sea cero, el resultado se anula y se les caen las alas y besan el suelo.

Supongo que porque no soy ángel ni demonio, prefiero vivir en las sumas. Más allá del infierno, infinitamente más allá de la memoria, estoy convencido que yo he sido verdad cuarenta y ocho años. Y digo que he sido verdad, no que haya estado en lo cierto.

Me tengo terminantemente prohibido multiplicarme por cero. Y si hubo quien me engañó, o muchos, sólo tengo que averiguar el nuevo resultado con un sumando menos y un sigue más.

SUS HORAS SON ENGAÑOTriste es el territorio de la ausencia.

Sus horas son engaño
                                        desfiguran
ruidos olores y contornos
y en sus fronteras deben entenderse
las cosas al revés.

Así el sonido
del timbre de la entrada significa
que no vas a llegar
                                  una luz olvidada
en el piso de arriba es símbolo de muerte
de vacío en tu estancia
                                         rumor de pasos
cuentas que te fuiste
                                     y el olor a violetas
declara el abandono del jardín.

Y en ese mundo ¿qué debí hacer yo
príncipe derrotado
                                      rey mendigo
sino forzar mis ojos para que retuvieran
aquel inexpresable color miel
suave y cambiante de tus cabellos?
(José Agustín Goytisolo, Final de un adiós)

LA CHICA MÁS SUAVE
Perteneces -lo sabes- a esa raza estafada
que el dolor acaricia en los andenes.

Medio mundo de engaño conociste
y el resto fue mentira.

Has llegado hasta aquí
huyendo de mil días
que pasaron de largo.

Has llegado hasta aquí
para mostrar a todos tu inefable pirueta,
ridículo equilibrio,
ese nado a dos aguas,
piedra de escándalo,
ese triste espectáculo que ofreces,
esas gotas de miedo que salpican
tus insufribles lágrimas.

Aparta.

(Ángeles Mora, La canción del olvido, 1985)