Por cambiar de registro

Cuentan de una dama que un día,
cuando el sol ya llegaba al ocaso,
confesaba, teléfono en mano,
a un buen amigo lejano,
que andaba un poco deprimida
al pensar en los inconvenientes
que le guardaba este setiembre
tras las vacaciones de verano.

–¡Vive Dios! –se quejaba–,
que tengo que volver
otro año al mismo sitio.

Con lo que a mi me gusta cambiar
de compañeros y de niños,
probar el asiento de otros coches
haciendo kilómetros nuevos
y departir sobre amoríos y sexo
con las gentes de distinto idem
que pueblan el raro mundo
del magisterio.

El caballero, tras un rato menudo,
después de escuchar atentamente
sus ejemplos y su discurso,
más perdido que el pendiente
de la afamada Lola Flores,
no consiguió ser ocurrente
y se refugió en el refranero
para decirle con simpleza:
–Como hay gustos, hay colores.

Ella, que esperaba más destreza
en el arte de la palabra,
al punto le contesta rebelde:
–¡Pardiez! Mira que eres parco.

Y al llamarte parco me excedo,
pues te pongo una erre de más.

Di algo que me consuele.

–Pues que cambies de registro.

–No entiendo tus metáforas, Karmele.

–Digo que quien se empeña en ver
medio vacío aiempre el vaso,
al final se muere de sed.

–Primero metáfora y luego aforismo.

¿Quieres hablar en cristiano
de una vez?
–Que hay que cambiar de registro,
convertirse por un momento en otro,
y mirar lo bueno que se esconde en todo,
centrarse en las ventajas
y no en los inconvenientes,
saber que, si alegras la mente,
el cuerpo te tocará las palmas.

–Es más fácil decillo que hacello.

–Cierto, pero el resultado es más bello
y se mantiene mejor la calma.

–Ponme un ejemplo.

–Escrito aquí te lo tengo.

Aunque si al cambiar de registro
abandonando la prosa un poco
para darme al vicio del ripio
y sucumbir al tirabuzón
del verso desatinado de un loco,
tu semblante no se ilumina
ni late más alegre tu corazón,
donde dije digo, digo Diego
para pedirte que olvides aquesto
y volvamos juntos, presto,
al registro anterior.

Magical girl

Ya sé que no te importa el vestido, pero a mí sí. Estoy en horas bajas, me pesa la tristeza y tengo que empeñarme en algo.

Una buena persona es aquella a la que no se le ha presentado la oportunidad de ser mala. Por eso sé que lo soy, porque estoy dispuesto a sacarle la pasta a esta tía loca.

Y si ella se tiene que meter en la habitación del lagarto negro, pues allá ella. Pero yo necesito el vestido para ser bueno, aunque para ser bueno tenga que ser malo.

Todo el mundo tiene su precio, y todo el mundo entiende la gratitud de distinto modo. Y aunque no quiero encontrarme a Bárbara, si me la encuentro haré cualquier cosa por ella.

Supongo que no importa el vestido, ni el cetro, que lo importante es pasar más tiempo contigo, pero es que tengo que ser tu héroe.

Porque amar requiere ser amado, porque sentirse admirado es el combustible del motor, porque dar es la clave para recibir sin sentirse incómodo, sin ir a remolque ni recogerse la autoestima a la altura de los tobillos.

Los seres humanos esperamos de los otros, pero sobre todo, esperamos que esperen de nosotros lo que creemos que esperan. Sólo las expectativas cuentan, los actos se agotan en el presente y mueren en la memoria.

Puedo entender lo que dices -a veces no lo consigo, lo confieso-, pero si no hago lo que esperas que haga, nunca me sentiré en paz contigo. Y tú puedes entender lo que digo y yo no siempre consigo adivinar qué es lo que esperas de mí.

Por eso, cuando se vive en deuda, es imprescindible el vestido, del mismo modo que para ser bueno deprisa es imprescindible ser malo.

Desgraciadamente ocurre que desde el blanco hasta el negro hay un largo camino de grises lleno de recodos y dudas y vestidos a los que aferrarse.

El pozo salvaje
Por más que aburras esa melodía
monótona y brumosa de la vida diaria,
y que te amansa;
por más lobo sin dientes que te creas;
por más sabiduría y experiencia y paz de espíritu;
por más orden con que hayas decorado las paredes,
por más edad que la edad te haya dado,
por muchas otras vidas que los libros te alcancen,
y añade lo que quieras a esta lista,
hay un pozo salvaje al fondo de ti mismo,
un lugar que es tan tuyo como tu propia muerte.

Es de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.

En sus aguas dudosas
reposa desde siempre lo que no está dormido,
un remoto lugar donde se fraguan
las abominaciones y los sueños,
la traición y los crímenes.

Es el pozo de lo que eres capaz
y en él duermen reptiles, y un fulgor
y una profunda espera.

En tu rostro también, y tú eres ese pozo.

Ya sé que lo sabías. Por lo tanto,
Acepta, brinda y bebe.

(Carlos Marzal)

Lo cotidiano

Los días buenos y los días malos se suceden sin aviso. Mira que había empezado bien la mañana, con una tregua mocosa y una llamada inesperada.

Pero luego todo se complica. Salí con fiebre del trabajo, se me quemó la comida, no conseguía dormir un poco. Necesitaba apoyo medicinal y salí hacia el médico. Temprano, para estar de los primeros.

Agua, después de la pertinaz sequía, todo era agua. Hora y media de espera en la consulta me han hecho parecer al médico mucho peor de lo que estoy. Según me ha dicho, la paciente anterior, se ha hinchado de llorar. Así que bueno, lo mío no es para tanto.

En la espera, dos contertulias han puesto banda sonora a un odio. No sé de quién hablaban, pero no lo querían, desde luego. Más tarde, ha tomado el relevo la maestra jubilada, con ese «asento» suyo sevillano y su parloteo didáctico sobre viejas batallitas escolares que, en teoría, es de agradecer allende la A-92. A mí me cansa profundamente y me revuelve la cabeza, más aún de lo que ya la llevaba.

De la farmacia al coche he perdido las gafas, con este empanamiento que da el resfriado, no es de extrañar. No me duelen los trescientos euros que costaron, que también, sino que me quitaban quince años de encima y los he vuelto a recuperar de golpe. Se me ha roto el paraguas en mitad de la tromba, mientras deshacía el camino mirando al suelo ilusamente, como si las gafas estuvieran esperándome en la acera.

Cuando vuelvo, justo al salir para abrir la cochera, nueva tromba de agua. Me he puesto como una sopa, bueno, como una vichychoise, porque el agua del cielo tiene la dichosa costumbre de caer fría. Menos mal que la calefacción estaba encendida.

Ropa seca y a encender la chimenea que, para no desentonar, ha necesitado tres pastillas y unos cuantos juramentos en hebreo, idioma que todo el mundo sabe hablar cuando es imperiosamente necesario. Por fin todo en orden.

No desespero porque, al fin y al cabo, todo son bagatelas, sinsustancias. Nada de esto trascenderá cuando, pasado mañana, deje de llover y se abran tres semanas de vacaciones. Pero confieso que he estado tentado de acostarme y dar por finalizado el episodio de las tragicómicas desdichas.

Pero voy a quedarme despierto, porque sé que del mismo modo que los días se estropean sin que nadie urda para ellos ningún plan maléfico, pueden arreglarse en un instante.

Un mensaje, una palabra, una risa, y todo habrá pasado sin pena ni gloria hacia el olvido, hacia ese necesario olvido en que caen las cosas que nos estorban.

Se me quedan, eso sí, en el tintero, las palabras bellas, los pensamientos hermosos. El desastre llama a la mediocridad, el infortunio desencadena los enroques. Y aquí me encuentro yo, en el centro de mis palabras y mis estornudos, perdido y atorado entre los versos que no consiguen salir afuera.

Me consolaré pensando en la otra parte de lo cotidiano, donde aun se esconden brillantes que encontrar si me enzarzo a buscarlos, con la nariz atorada, los ojos enrojecidos, es verdad, pero con esa sonrisa tuya de vida clavada en mitad del mapa del tesoro.

FALSA ELEGÍA
Compartimos sólo un desastre lento
Me veo morir en ti, en otro, en todo
Y todavía bostezo o me distraigo
Como ante el espectáculo aburrido.

Se destejen los días,
Las noches se consumen antes de darnos cuenta;
Así nos acabamos.

Nada es. Nada está.

Entre el alzarse y el caer del párpado.

Pero si alguno va a nacer (su anuncio,
La posibilidad de su inminencia
Y su peso de sílaba en el aire),
Trastorna lo existente,
Puede más que lo real
Y desaloja el cuerpo de los vivos.

(Rosario Castellanos)

LO COTIDIANO
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.

Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.

Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.

El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.

Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

(Rosario Castellanos)

Terriblemente

Ha sido un día fantástico, templado, suave. La tarde ha funcionado como una seda que va resbalando por tu piel desnuda y la noche está habitando en mí como madriguera confortable. Pero me siento triste, terriblemente triste, porque puede que el día de mañana no sea fantástico, que la tarde de mañana se me atranque en un par de palabras, que la noche de mañana me destierre hacia el ridículo.

Me ha tocado la lotería, ese tipo de sorteo que sólo toca una vez en la vida. Debería estar dando brincos, gritando histérico de alegría, abrazando a todo el que se cruza a mi paso. Tendría que tener una excitación impertinente y manchas diversas por debajo de las axilas de tanto soñar en lo que puedo hacer con el premio conseguido.

Pero me siento triste, terriblemente triste, porque puede que mañana no vuelva a tocarme la lotería, porque puede que me toque menos de lo que yo esperaba, porque puede que mañana me descubra rompiendo el boleto en añicos antes de mirar si está premiado o no.

Sí. Me lo han dicho: «te quiero». Con su compleja ortografía de incógnitas que no se despejan, con su antigua pronunciación de labios entumecidos por la historia que se les agolpa en la saliva. Y yo, debería tener el pecho repleto, los ojos redondos del placer acústico y las manos abiertas deseando constatar en base al deseo de los cuerpos todos los verbos que aun me quedan por emplear.

Pero me siento triste, terriblemente triste, porque tal vez mañana no me lo digan, no me lo repitan. Y si lo hicieran, tal vez haya un tic de desamor en el tono, una desaprobación camuflada en el acento, una desilusión escondida entre las dos palabras en cuestión.

Estoy terriblemente triste porque puede que mañana me digan, no ya lo contrario, que al fin y al cabo sería algo puro y sólido, sino nada, absolutamente nada. O, y esto sería mucho peor, que sólo me dijeran algo a medias, entre un sí y un no, sin descartarlo pero para que no me lo crea ni nadie dé nada por prometido.

Terriblemente triste, estoy escribiendo todo lo que puede que mañana no me suceda, concentrándome en lo negativo, dejando que se me escape la noche, la lotería, la declaración de amor y un par de poemas que quizás me hubieran bendecido si no estuviese tan terriblemente decidido a estar triste.

Tendré que acostarme pensando que quizás no duerma, que tal vez me lleguen pesadillas, que puede que alguna tormenta azote las persianas, que mañana saldrá todo mal y que puede hasta que llueva.

Si alguien me convenciera de que todo lo malo que ha ocurrido hoy puede que no ocurra mañana, sin que sirviera de precedente, me sentiría por una vez terriblemente alegre.

Alegre o triste, pero terriblemente. De ahora en adelante pido que siempre todo me sea terriblemente: inocente o culpable, turbio o puro, valiente o cobarde… Que todo me llegue terriblemente. Incluso, si alguna vez pudiera llegar a comprenderte del todo, quiero comprenderte terriblemente; terriblemente y no de ningún otro modo.

RESQUICIOS Y RESCOLDOS
Hay resquicios como encendidos rescoldos
y rescoldos que son presencias sinuosas
que cotidianamente nos habitan.

Viven en nosotros alimentándose de sí mismos,
de lo que fuimos, de lo que alguna vez
volveremos a ser, bueno o malo.

Sólo somos sus impávidos anfitriones,
incubadoras, matrices donde a veces van creciendo
y cuando en los resquicios los rescoldos
se inflaman, se ponen al vivo rojo,
en los rescoldos los resquicios se destemplan, se exacerban,
pueden salirse de madre.

Entonces hacemos cosas inauditas, acaso terrible:
y nadie nos conoce ya, ni nosotros mismos
nos reconocemos. Porque una sola masa informe,
magma atroz, puro caos, nos desquicia.

Porque ahora es antes y antes después y siempre,
y todo terriblemente diferente, porque todo
es turbio en su inexorable lógica expedita,
porque nada entendemos ya o tal vez demasiado,
y siempre, siempre hay consecuencias…

(Enrique Jaramillo Levi)

ESCRITURA
Afuera llueve
Tu mano escribe a mi lado un poema
Veo caer la lluvia
Los trazos emiten un sentido
En los charcos de la calle flotan palabras
Una lenta humedad de signos nos ciñe al respirar
Estoy empapado de ti cuando te leo
Somos ya una misma esencia
atrapada entre agua y escritura.

(Enrique Jaramillo Levi)

Lo bueno de llorar

Quizás tenga razón Punset y tres sea El Número. Me explico:

La mentira es la base del amor, del mismo modo que la hipocresía es la altura de la amistad. Ya tenemos entonces geometría para un laberinto, diagonal para el cuadrilátero, para los dos triángulos escalenos que se descomponen con lados desiguales.

Al final siempre sufre más el que sabe de secretos, pero sólo quien los guarda en silencio puede ser tierno. Siempre tienen más posibilidad de ser felices los que ignoran, los que miran el mapa del tesoro pensando que las cruces rojas no son más que el dibujo de un niño.

Los puntos de inflexión, cuando la vida cóncava pasa a ser convexa y la asíntota de la felicidad se retuerce buscando el infinito, no siempre dejan documentos que acrediten el cambio de rumbo. Historias hermosas que acaban resultando encuentros fortuitos con uno mismo, hormonas desesperadas que escriben poemas en busca de autor sobre el vaho de un espejo.

Caben doce minutos de silencio antes de cada confesión increíble. Quizás alguna mujer de Macedonia («¡pero si siempre has odiado la macedonia!», «No, no, en absoluto») me pida ser el padre de sus hijos mientras que la madre de mis hijos camina tristemente hacia una clínica para no serlo.

Puede que nos salgan decimales al hacer recuento de todo lo sucedido, puede que no sea conmutativo el acto de contarse los pensamientos y varíe el rumbo de una vida según quién cuenta o calla primero su secreto. Puede que los padres pertenezcan a los hijos y no al contrario.

Puede que amanezcamos sobre un espigón en el último día de nuestro silencio. Como puede que sea tres el Gran Número, más grande que el uno solitario, mucho más cierto que un dos en imposible equilibrio.

Pero eso es lo bueno de llorar. Que entre lágrima y lágrima uno puede olvidarse de todas las matemáticas. Lo bueno de llorar es que el papel se arruga, se corre la tinta y uno puede intentar tirar a la basura ese ayer que parecía que no iba a terminarse nunca.

Lo bueno de llorar es que nunca basta.


EL POEMA
Sí, se te pone un nudo en la garganta
y no sabés que hacer para soltarlo.

Tal vez llorar es bueno,
pero tal vez eso no basta.

Porque si lloras te saldrán los llantos
con un gusto de amargo sentimiento.

Y, además, que llorando no te calmas.

No se te calma el nudo ni la angustia,
que es como si todo un cielo se te hundiera
o como si nadando por el agua
con las flores del agua te enredaras.

Como soñar que vas cayendo,
yendo cayendo que caerás sin prisa
y que nadie te espera al fin de la caída.

Es como que te ahoga un pensamiento
que quiere hablar, salir, saltar, volar,
y cada vez da con la jaula.

Miras el libro abierto
y ni te fijas en la página,
miras el cielo por alzar los ojos
pero no ves ni la nube que pasa,
miras la flor, no te enamora,
miras el árbol, no te espanta
oyes el ruiseñor entre la noche
y no comprendes lo que canta.

Has de volver a ti las soledades
con que vas habitando tus moradas,
y pensar poco apoco el pensamiento
y decir poco a poco las palabras,
y formar el poema con la angustia
que te mordía la garganta.

(después de todo bienvenido
si como mariposa te me quedaste fijo
clavado por las alas).

(Eugenio Florit)

DIATRIBA
Si los otros
los que llegan a deshoras
y se marchan
los que respiran   comen
y se acuestan
supieran que te quiero hasta la punta
     del mediodía
y que tú también me quieres
y nos queremos
no les dolería vernos tan cansados del amor
tan agobiados
en esas noches en que apagamos la luz
     para olvidarnos un poco.

(Rogelio Guedea)