Perdóname los bailes

Supongo que no te quiero tanto, porque, ¿como puede medirse el amor acaso si, por cada cosa que he hecho, han quedado tantas por hacer?

Pérdoname los besos que no te he dado, condóname las deudas que he contraído con tu memoria por las fechas que trastoco. Exímeme del refugio del desamparo en todo el tiempo en que no te conocí.

Discúlpame las palabras que no te he dicho, las lágrimas que no te he ahorrado, el deseo que no te he ofrecido. Absuélveme de los delitos que aún no he cometido, exonérame de la cordura que me atenaza el día a día, indúltame los pasos que no he dado hacia ti.

Perdóname los abrazos que te han faltado, las veces que no estuve allí, el calor que no pude darte cuando temblabas. Porque son tantos los actos que no he cometido pensando en ti, tantos los días de tibieza, tantas las horas atravesadas, que debe ser que no te quiero tanto.

Discúlpame cada adiós pronunciado, cada silencio prorrumpido, cada coma mal puesta. Disculpa mi modo de desentonar al oído, mi patético hipocondrismo, mi pésimo runrún desmedido sobre cosas que luego no valieron la pena. No me creas si te digo, atolondrado y borracho, que te quiero o que estoy enamorado, porque es rigurosamente cierto todo lo que no ha pasado. Quizás sea más cierto aún que lo que sí.

Perdóname los regalos que no te hice, las miradas que no entendí, las caricias que se me olvidaron sobre el piano. Perdóname todo lo que no supe, todo lo que no sé, todo lo que nunca conseguiré ir sabiendo. Discúlpame este no ser perfecto que tan mal efecto surte contra el afecto que siento por ti.

Perdóname los retrasos en entregarme, las caricias que no dieron en el blanco, los amaneceres que no he estado a tu lado. Disculpa esta estadística exacta que dice que no es tanto lo que te quiero.

Perdóname las veces que comunicaba mi teléfono, las que no he soñado contigo, el fuego que no te encendí. Y perdóname, en fin, todos los bailes.

ADORACIÓN NOCTURNA

Para Luis Muñoz

Que te devuelvan las horas de los lunes
y las puedas guardar entre las sábanas
para que la ciudad se duerma en tu regazo
y se llenen de ti los que te miran.

Que te traigan el ritmo de los sueños
y los puedas bailar,
que la luz de tu abrazo
se guarde algún secreto.

Que los lunes se aprendan
de memoria tu cuerpo.

Que no le falte nada a tu universo
porque el dios de la noche
el lunes descansó
para esperarte.

(Ana Merino, Compañera de celda, 2006)

Amor, letras y tiempos difíciles

Si pudieras, si encontraras la manera de avisar a tu yo de diecinueve años… ¿Qué le dirías? ¿Sobre qué error le advertirías, qué puerta le señalarías para que abriese primero, hacia qué clase de parabienes le pondrías en camino?

Es terrible esta sensación con que nos confunden, la de que tenemos que hacernos adultos cuando, sin embargo, nadie se ha sentido maduro jamás en toda su vida.

Escúchame, joven de diecinueve, no eres un borrador, nunca lo fuiste, sino el producto terminado que vive el momento exacto. Imperfecto, sí, pero original, irrepetible, incontestable. Permanentemente descolocado, pero en tránsito. Y dentro de treinta años, te sentirás igual, aunque tu cuerpo no reaccione lo mismo.

No debes saber lo que yo sé ahora porque no sé más que tú, porque cada quién es lo que aprende. Sigo sintiendo que tengo diecinueve, sigo pensando que mi cuerpo no me acompaña en el viaje, sigo necesitando más tiempo para avanzar que recuerdos a los que agarrarme.

Que no es que no haya lugares a los que llegar, que no es sólo que sea importante disfrutar del camino, sino que siempre quedan sitios más allá. Que he perdido, sí, pero que sigo temblando y temblar es sentirse vivo. Que amar es el asunto más importante, especialmente cuando llegan los tiempos difíciles. Y digo amar, y no digo ser amado, ni digo emparejarse.

Hay que vivir con curiosidad cada tiempo que nos atraviesa, muchacho, porque no se repetirá nunca. Hay que viajar sin prisa, muchacha, porque aunque la vida siempre se queda corta, todo acaba por ir llegando. Ahora empiezo a saber que todo llega, que nada se repite, ni siquiera la decepción o la nausea.

Y todo cansa, todo, abosolutamente todo cansa, lo nuevo es necesario, los secretos son imprescindibles, mudar de piel una vez al año, cambiar de concha en cada estación. Abrir una puerta es dejar mil cerradas para siempre. Mil, cien mil, un millón de puertas cerradas, no sirven para nada, no siquiera mueven el aire de los sueños. Sólo cuentan las que se abren y sólo cuando se abren, ni antes ni después.

Las letras, es verdad, no resuelven el mundo, las palabras no hacen la historia personal, siempre queda algo que decir, siempre está todo dicho, una palabra no mata tan deprisa como una bala, una frase no da el calor de un abrazo. Las letras son de aire, pero pueden conseguir que un instante sea más confortable y que escuezan menos las estafas de la vida.

Todo esto que te digo, te lo digo para mi satisfacción, no para que te sirva. Porque no eres un borrador, nunca lo fuiste, nunca lo serás. No eres un aprendiz, o al menos, no más que yo ahora.

Tienes que confiar en ti y pensar en una de las grandes verdades que se nos escapan cuando miramos la vida con lupa: que, al final, las cosas salen bien. Sufriendo más o menos, imposible calcular el dolor que a cada quien le cuesta, pero salen bien. Es imprescindible que salgan bien.

Para cuando lleguen los tiempos difíciles, recuerda que al final las cosas que salen, salen bien, y que salen bien porque salen. Que prisión es cualquier cosa de la que uno escapa, que la tristeza proviene de haberse sentido alegre.

Aunque para todos no sirven los mismos trucos, quiero que sepas que el amor está hecho de letras. Y es en los tiempos difíciles cuando con más intensidad hay que buscar las dos cosas, cuando más hay que buscarse uno mismo y darse por encontrado.

ELLA ES YO
Porque te conozco
porque adivino a qué horas
en qué rincón
porque te descubro leyendo las cartas
     tristes que te envío
los besos al mayoreo
los regaños que firmas con tu nombre
porque entiendo que no gustas de lavar
     un calcetín
y no de salir en las mañanas a comprar
     para el almuerzo
     el pan de ausencia que habrá de consolarte
porque un botón de la camisa que me pongo
     a diario
de la única camisa de hombre bueno
     que me queda
te hace llorar hasta el fondo de mí
y me hiere
porque estás conmigo
y sé lo que tú eres
me conozco
(Rogelio Guedea)

REMANSO
Tus ojos claros me convencen
y me convences tú que estás en ellos
yo que soy tus ojos
y que miro un rayo de luz que hay en ti
de esa luz que alumbra un rincón
una mesa donde se aman amor y desamor
el punto exacto del encuentro no por azar
     sino por cita previa
a tales horas
esa tuya luz está precisa siempre para alumbrar
     adioses    bienvenidas
para decimos claramente que es ahí ahí donde hay
     que poner los ojos
     para no perder rumbo y distancias
     auras    horizontes
por eso yo tus ojos soy
y por ti no pierdo ni un detalle
ni un suceso
ni un encuentro bueno o malo    en fin
porque tus ojos claros me convencen
tus ojos que me alumbran para verme desde ti
     en qué amor ando
     en cuál dolor
(Rogelio Guedea)

Falta de vocabulario

Comencé una caricia el jueves por la tarde

JOSÉ CARLOS ROSALES

Quizás ternura no sea la palabra
y haya que inventar un gesto alternativo,
un color luminoso, una nota musical nueva,
otro concepto de silencio.

Qué ternura, aunque quizás no sea la palabra,
combatir el frío de las noches
rozando espalda contra espalda,
bendecir alguna tarde desastrosa
con una caricia tuya impúdica y osada,
pulsar con locura el timbre de la alegría
y aparcar el mundo en el cruce de un beso
con la calle Ganivet.

Si al final resulta
que ternura no ha sido nunca la palabra,
perdóname esta falta mía de vocabulario
a la que tengo que agradecerle
que te vayas dejando enredar
en la médula de los poemas,
sobre el corazón de la memoria,
en el centro de mi vida.

CARICIAS CRUZADAS
Comencé una caricia el jueves por la tarde,
pero sonó el teléfono, llamaron a la puerta,
la caricia se quedó aplazada.

También otras caricias quedaron en suspenso
para seguir más tarde, después, al día siguiente:
las caricias se enredan, las que están acabando
con las que empiezan hoy, aquellas que se alargan
ocupando semanas con aquellas que duran
décimas de segundo.

Contigo las caricias empiezan, no se agotan,
nunca acaban, parecen
conversaciones que se cruzan,
palabras que nos llevan.

(José Carlos Rosales, Poemas a Milena, 2010)

De vestidos

De vestidos nada sé. Y quisiera aprender qué color combina con cual otro, cómo se llaman las distintas mangas y cual es la forma más adecuada que darle a la tela según sea el cuerpo de cada quien.

No me parece un conocimiento superfluo. Para llegar a conclusiones simples, a reglas que funcionen adecuadamente, hay que observar mucho, imaginar mucho, diseñar en el aire.

Adornar consiste en resaltar virtudes y disimular defectos, en impresionar y contrastar o, por el contrario, en pasar desapercibidos respecto del paisaje. Y si bien puede parecer un ejercicio de falsedades, hay que reconocer que amar se basa en el mismo principio, el de reinventarse poco a poco sobre un fondo negro.

Adornar a alguien es amarlo y amarlo es embellecerlo y embellecerse amando. Una invención mutua en donde no se sabe muy bien quién es el diseñador y quién el diseñado. Un modo de imaginarse en el que el diseño exacto nunca se alcanza, en el que el maniquí verdadero nunca se descubre al final.

Por eso quiero aprender, porque mi amor depende de eso, y de mi amor el resultado de mi vida, y del resultado de mi vida proviene el mundo. Por eso quiero aprender de vestidos, aunque nada sé. Únicamente me atrevo, tímidamente, con los tuyos, con esos que tanto me gusta que te pongas y que te quites.

Especialmente me gusta, supongo que me lo notas, ese vestido suave y tranquilo que te pones cuando te quitas el miedo y el reloj, ese que te ocupa el cuerpo entero sin dejar un sólo milímetro de aire entre tus labios y los míos, ese que se queda pegado a mis manos resbalando por la tarde que busca no tener fin.

Quiero saber de vestidos, porque embellecernos es amarnos. Quiero aprender de vestidos porque de vestidos nada sé.

Tú, ya sabes que desvestidos nada sé, y que, desvestidos también, es el más dulce y lento modo de aprender.

FUGITIVA
Traes destellos de lluvia en los cabellos
brillantes que te cubren la frente;
tienes húmedos los ojos, los labios mojados
y gélidas y rígidas las mejillas del
frío. ¿Por qué has estado ausente tanto tiempo?
¿Por qué no has venido a mí hasta las
tantas de la noche, tras caminar durante horas
contra viento y lluvia? Quítate el vestido
y las medias, siéntate en este sillón profundo
junto al fuego. Te voy a calentar los
pies en mis manos. Te voy a calentar senos y
muslos a besos. Ojalá pudiese encender
un fuego en tu interior que nunca se extinguiese.

Ojalá pudiera estar seguro de que llevas
bien dentro un imán que siempre te traerá a casa.

(Kenneth Rexroth, Actos Sacramentales, 2005)

ENTRE LA MUERTE Y YO
(fragmento)
Me gusta imaginarte desnuda.

Pongo tu cuerpo desnudo
entre yo y la muerte.

Si me pongo a pensar
y prendo fuego a tus dulces pezones
hasta los tendones bajo tus rodillas,
puedo ver muy lejos a través de tu cuerpo.

Lo que miro está vacío,
pero al menos está iluminado.

Sé cómo tus hombros relucen,
cómo tu rostro cae en trance,
y tus ojos se ponen como los de un sonámbulo,
y tus labios de mujer
que es cruel consigo misma.

Me gusta
imaginarte vestida, tu cuerpo
cerrado al mundo y contenido,
su maravillosa arrogancia
que hace que todas las mujeres te envidien.

Puedo recordar cada vestido,
cada uno más orgulloso que una monja desnuda.

Cuando me voy a dormir mis ojos
se cierran en una red de memoria.

Su nube de íntimo olor
sueña en vez de mí.

(Kenneth Rexroth, Versión de Marcelo Pellegrini y Armando Roa Vidal)
(La señal de todas las cosas, 2004)

Cartas de ausencia

Estoy intentando encontrar alguna languidez que escribir como por ejemplo, eso de «el mundo de los que nunca se sintieron adultos empieza a resquebrajarse bajo mis pies». Pero inmediatamente, sin dilación ninguna, la mente inmediata se me escurre hasta la cama y se acurruca contra tu ausencia.

De la felicidad también se sale, supongo. Lo digo por mi pobre producción escrita de los últimos tiempos, que habrá que impulsar nuevamente. Por falta de tiempo no será, que este verano sólo tengo proyectado realizar un largo viaje hasta septiembre.

Pero necesito inspiración, pérdidas, frustraciones o deseos sin correspondencia. Al menos, ese es el tópico. Y tengo un encargo reciente que quiero atender con mucho interés y necesito, para llevarlo a cabo, ponerme en situación… ¡Qué curioso pensamiento éste de fingir para escribir! ¿Acaso soy un actor que escribe en lugar de recitar un texto aprendido?

No es la única duda que tengo en este momento. Dime, por favor ¿tú crees que un hombre feliz debe y puede coger un teclado y escribir cartas de amor? ¿O más bien debería dedicarse a repasar cuidadosamente la fina línea vertical de unos labios que le sonríen desde la cama?

Como un aceite que escurre sobre la piel que se desea y la recorre lentamente, hacia el origen; como una mano que aparta unos cabellos sobre el hombro en el que se quiere apoyar la vida, como un gemido que ni siquiera tiene que tocar el aire para pasar de una a otra boca, no, nunca, jamás redactaré cartas de amor tan hermosas como esas que se escriben sin usar ni una sola palabra.

De hecho, no existen las cartas de amor. Todas esas que lo parecen, sólo son cartas de ausencia.

QUERENCIAS

A Juan Gelman

(Claribel Alegría)

SOLOS DE NUEVO
Solos de nuevo
solos
sin palabras
sin gestos
sin adornos
con un sabor a fruta
en nuestros cuerpos.
(Claribel Alegría)

TIEMPO DE AMOR
Sólo cuando me amas
se me cae esta máscara pulida
y mi sonrisa es mía
y la luna la luna
y estos mismos árboles
de ahora
este cielo
esta luz
presencias que se abren
hasta el vértigo
y acaban de nacer
y son eternos
y tus ojos también
nacen con ellos
tu mirada
tus labios que al nombrarme
me descubren.

Sólo cuando te amo
sé que no acabo en mí
que es tránsito la vida
y que la muerte es tránsito
y el tiempo un carbúnculo encendido
sin ayeres gastados
sin futuro.

(Claribel Alegría)

Voz en off

Sexo, y no sería necesario más título para llamar la atención. Pero, por si faltaba algo, además sucede en Nueva York. Que es una de esas ciudades invisibles en las que todos hemos habitado alguna tarde líquida o somnolienta.

Sexo y, sin embargo, no hace más que chorrear la palabra amor por las comisuras de la voz en off de la experimentada protagonista que nos va relatando los sentimientos de algunos personajes. Una voz en off siempre acertada y distante, saltando entre frases de azucarillo y estribillos de canciones.

Sexo y su guerra de géneros, en donde todo es terrible o sublime los diez primeros minutos; y luego pasa a ser grave antes de convertirse en normal y corriente. Eso sí, entre zapatos de quinientos dólares y cojines de trescientos, que es donde el amor -¿o era el sexo?- se desliza mejor y más brilla y da más esplendor.

Sexo y voz en off, vestidos caros, grandes áticos y mucha dignidad la de todos los intervinientes. Sexo y, posiblemente, no sólo en Nueva York, sino en cualquier gran ciudad repleta de desconocidos y de dinero.

Sexo y amor, pero sin voz en off. Prefiero estar presente, sea cual sea la ciudad que nos escoge y la cantidad de luz que dejemos pasar por entre las dudas. Sexo y amor, con sus correspondientes metáforas, y su acidez y su cursilería y su compañía y sus celos y su modo obtuso de agriar las conversaciones y su táctica dulce de remendarlas luego, más tarde, a oscuras.

Sexo y amor, si quieren decir vida. Y no seguir teniendo la voz en off.

Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.

Y sé
que hay un portal dormido en cada labio,
un ascensor sin números,
una escalera llena de pequeños paréntesis.

Sé que cada ilusión
tiene formas distintas
de inventar corazones o pronunciar los nombres
al coger el teléfono.

Sé que cada esperanza
busca siempre un camino
para tapar su sombra desnuda con las sábanas
cuando va a despertarse.

Y sé
que hay una fecha, un día, detrás de cada calle,
un rencor deseable,
un arrepentimiento, a medias, en el cuerpo.

Yo sé
que el amor tiene letras diferentes
para escribir: me voy, para decir:
regreso de improviso. Cada tiempo de dudas
necesita un paisaje.

(Luís García Montero)