Llamada

Frágil como el cristal de una copa
que ofrece sorbos de deseo,
tenías la piel llena de labios
y un suspiro que yo te había dejado
en el borde del cuello.

Eras aquel calor de cuerpo medio desnudo
que encendía la luz que distingue
unos días de otros,
las palabras oscuras de la saliva,
el corazón abierto de la intemperie.

Todavía llevo aquellos abrazos adheridos
a esta gran herida vertical y sinuosa
-que no sé si llamar melancolía o silencio-
que aún me hace temblar la memoria,
sobre todo, cuando va a cambiar el tiempo.

Porque un número me muerde la tarde
y oigo la parte de tu risa que aún me corresponde,
sé que a este lado del aparato no soy yo
ese hombre risueño que se disuelve
en la complicidad que duerme en los teléfonos.

Sino que conversas con el miedo que tengo
a que aquella mujer frágil que recuerdo
con la piel llena de labios,
sea una vieja mentira a la que aferrarse
o acaso
otra mentira nueva sin asideros.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *