Cada paso que damos, cada segundo que transcurre, algo le ganamos a la vida.
Pero, al mismo tiempo, también hay algo que vamos perdiendo, como el oro que, al labrarlo, va soltando esquirlas que eran, en sí mismas, tan hermosas como la medalla que resulta al final.
Como una perla, que al bruñirla suelta esas capas adheridas que la hacían ser única entre todas, mientras que ahora es indistinguible de las otras que se esclavizan en el mismo collar.
La interrogué al mismo borde del paraíso, cuando todo era de color y mi cuerpo no pesaba entre palabra y palabra. Le pregunté a ella, con una mezcla tan indecorosa y enérgica de humor y miedo que daría todo el sinvivir que me quede por volverla a disfrutar y padecer, que si tenía pensado olvidarme.
Flores pisoteadas son los recuerdos cuando se marchitan en los márgenes del tiempo, esquirlas de amor tan valiosas en si mismas como las historias embellecidas que nos empeñamos luego en labrar con los cascotes del derrumbe.
También llegará mi momento y lo digo con la tranquilidad de saber que no hay más día que hoy en ningún calendario. Pero aquella noche ella contestó —con una sinceridad que jamás podré perdonarle— que solos seríamos un instrumento, que tarde o temprano nos despediríamos sin hablar.
Unas noches más tarde —unos meses, unos años después, ya no recuerdo— tres besos certeros que le disparé al aire la hicieron llorar.
No ha quedado ni una sola palabra de todo lo que nos perdimos uno del otro y si alguien alguna vez me preguntara por su nombre de flores, tendré que responderle con evasivas. Porque no sé, no sé, no sé… y duele menos olvidar.

Perlas ensangrentadas (Alaska y Dinarama, Canciones Profanas, 1983)

Lost on you (LP, Lost on you, 2016)