
Sólo hablamos de lo que vivimos, de cómo lo vivimos y sólo somos capaces de desear aquello que nos falta.
La «bastantidad» es un espejismo. En realidad, necesitamos muchas cosas para ser felices, para sentirnos bien. Pero no por una cuestión de cantidad, o de diferenciación de necesidades, sino porque olvidamos con facilidad lo que tenemos.
Comer y beber, el resto es divertirse. Hablamos de lo que vivimos, civilizados, relativamente cultos, asentados. Rápidamente obviamos lo que tenemos asegurado, empezando por obviar, precisamente, a quien tenemos delante mientras hablamos.
Como no vivimos en Gaza, ni en Liberia, ni en Etiopia, ni en Groenlandia, olvidamos lo importante que es poder dormir sin el miedo a que un proyectil derribe tu casa, sin el miedo a que cada dolor de cabeza corresponda a un virus mortífero, sin el miedo a que te secuestren los narcos. Llegamos a final de mes, tenemos casa, oficio, familia, espacio, tranquilidad.
Dormimos en un colchón, ponemos nuestro aire acondicionado o la calefacción y despreciamos el agua fría que sale del grifo hasta que alcanza la temperatura que preferimos para la ducha. Y pintamos la casa o le ponemos un toldo, cambiamos los cuadros de sitio y pasamos una tarde entera eligiendo los cojines nuevos del sofá.
Comer y beber, el resto es divertirse. Porque ya damos por supuesto todo lo que olvidamos que tenemos. Te decía yo, que también existe una necesidad estética, de rodearnos de un entorno material que nos agrade. Pero más importante todavía es la necesidad ética de ser los buenos de nuestra película.
Me salen más necesidades. Si no tenemos a quién contárselas, se nos olvidan las cosas, nos pasa por encima lo vivido sin pena ni gloria. Por eso necesitamos memoria, aunque siempre se nos olvida que hay un alguien ahí, que nos escucha o nos lee.
La última necesidad que propongo, no sé si es general o sólo de mi película. Necesitamos expectativas, planes, sueños; la inconsciencia de creer que mañana no será el último día para contrarrestar la indolencia de saber que todo acaba, que todo cansa.
Me preguntaste una tarde que qué espero de la vida. Comer, beber, divertirme, por supuesto. Pero también espero que me permita, antes de que sea demasiado tarde, aprender a hablarte como te escribo. Porque si no tenemos a quién contarle las cosas, los sueños, la parte de la vida que nos toca, se nos olvida quiénes somos, que estamos vivos, que alguna vez alguien, algo, nos rozó.
Comer, beber, divertirse. Pero también, y sobre todo, desear lo que no tenemos, lo que hemos perdido, lo que nunca conseguiremos encontrar.
En contra del olvido
Si el tiempo en la memoria no muriese
tan lento y torturado, disponiendo
por tanto una manera melancólica
de volver al pasado y de sentirlo
no como un algo muerto, sino siempre
a punto de morir y siempre herido
-y renacido siempre, y de tiniebla.Si el tiempo, en fin, tuviese potestad
para borrar su estela de memoria,
para enterrar sin daño los recuerdos
en vez de darles rango de abstracción
-y en las tardes vacías recordar;
con algo de tahúr y algo de mago,
lo que ya sólo es ficción del tiempo
como un viento lejano, un eco frío.Si todo fuese así, si en el pasado
no fuera uno la estatua de sí mismo
en una plaza oscura y sin palomas
o el actor secundario de una obra
retirada de escena, me pregunto
qué sería -imagina- de nosotros,
que sellamos un pacto tan antiguo
como el color del aire en la mañana.Qué habría de ser entonces, sin memoria,
de nosotros, que hacemos renacer
al juntar nuestras manos esta noche
tantas noches y lunas y ciudades
y tembloroso mar de las estrellas.(Felipe Benítez Reyes)
Podría perfectamente suprimirte de mi vida,
no contestar tus llamadas, no abrirte la puerta de la casa,
no pensarte, no desearte,
no buscarte en ningún lugar común y no volver a verte,
circular por calles por donde sé que no pasas,
eliminar de mi memoria cada instante que hemos compartido,
cada recuerdo de tu recuerdo,
olvidar tu cara hasta ser capaz de no reconocerte,
responder con evasivas cuando me pregunten por ti
y hacer como si no hubieras existido nunca.Pero te amo.
(Darío Jaramillo Agudelo)