No sabía cuándo
Me he dado cuenta esta mañana. Estaba seguro de que vendría, pero no sabía cuándo.
Lo sé por el modo que tienen las palabras de salirme cojeando de las teclas, por ese eco raro que me suena al final de cada frase. Lo sé por el murmullo sordo que no me deja en paz los pensamientos.
Ya lo sospechaba desde hace tiempo. Es la tristeza. Una tristeza ondulada y viscosa que no deja de gotear por el grifo de la cocina, que descarga la batería de los teléfonos, que baja la temperatura del cuerpo por debajo de las sábanas.
No tiene que ver con las ausencias, porque no son nuevas, porque ya estaban antes y, en los cojines del sofá, aún permanece su forma marcada. Pero la tristeza engorda todo y engorda las ausencias y convierte en túnel la señal parduzca que queda en las paredes cuando se quita un cuadro.
Tampoco es el rojo de los números que resulta de los balances, cuando nos damos cuenta de que lo único que querríamos ganar es lo que hemos dado por perdido. Entonces la tristeza engorda todo y engorda la merma y las rebajas hasta que ya no encontramos abrazos de nuestra talla.
Claro, que también ayuda el cambio de costumbres, cuando no sabes en que bolsillo tienes que guardar las manos que se te quedan frías al notar cómo tropieza el calendario con esas inciertas horas de ciertos días, y la noches parecen más silenciosas y más estrechas. Pero es que, además, la tristeza lo engorda todo y engorda la monotonía hasta que parecen nacer ya gastados los minutos que van pariendo los relojes de la tarde.
Es la tristeza la que me trae otro insomnio más, el mismo viejo insomnio, el antiguo compañero de palabras que no me deja dormir a tiempo completo en el lado izquierdo de la cama. Pero es que la tristeza engorda todo y engorda el insomnio hasta que ya no me permite soñar ni tan siquiera despierto.
La tristeza todo lo engorda. Tres kilos al mes. Me he dado cuenta esta mañana.
Estaba seguro de que vendría, imaginaba el cómo. Temía el porqué. Lo que no sabía, ni quería saber, era cuándo.
Huracán
¿Cuál es la gota exacta
que colma el vaso,
la palabra que agota la paciencia?
Puedes decir que sí durante años
negándote a ti mismo
y al final decir no,
afirmativamente.Vendrá el dolor entonces,
pues nada hiere tanto como la soledad
ni hay huracán tan fiero
como el que nace de los monosílabos.(Javier Bozalongo)