Multiplicar por cero

Cuando ella argumente que fingió sus gemidos, ¿notarás como si tu orgasmo se redujera a un suspiro y empezara a parecerte más ridículo el primer beso?

¿Se ajarán las rosas, amargará el vino, si descubres en la copa la huella de otros labios? ¿Parecerá su piel menos aterciopelada porque otras manos pasaron antes por donde tú las pasas?

El día que me digas «no te quiero», ¿todos los «te quiero» recibidos romperán su crisálida de tiempo y las mariposas saldrán convertidas otra vez en gusanos? ¿Por qué tiene que ser más sincero quien te dice lo rara que te queda la falda que yo cuando te digo lo guapa que te veo?

Aunque tú hubieras fingido, yo sé que mi corazón galopó cuesta arriba como un loco. La mano que mece las rosas y el sabor del vino me alegraron la vida, por lo menos durante una aspirina y quince días. No porque la botella se acabe, me parecerá que el vino era malo.

La piel que deseó que fueran mis manos las que la recorrieran fue mi hogar, aunque al cabo de un rato la habitaran otros dedos. He sentido las mariposas en el estómago haciéndome cosquillas, aunque a ti te huela a que sólo estoy practicando un ejercicio de equilibrismo.

Parece que sólo pueden ser verdad las palabras que te incendian el corazón y reducen todo a cenizas, las que tiran el castillo y dejan el suelo mugriento de barajas. Pero las que nos hacen flotar, las que nos hacen levantarnos por la mañana, bah, esas, tarde o temprano, se volverán mentira y las odiaremos profundamente al dar con la rodilla en el suelo.

Hay que tener cuidado con donde se pisa porque, si alguien nos dice, con voz grave y circunspecta, que nos va decir la dura verdad de que estamos pasando por encima de brasas encendidas, enseguida dudaremos si se nos están quemando los pies; aunque antes del anuncio nos pareciera que paseábamos por entre algodones perfumados.

Sólo es real el infierno. Nada es verdad sino los demonios. Hasta los ángeles multiplican las veces en que alguien les hizo parecer gilipollas. Y con que una sola de esas veces sea cero, el resultado se anula y se les caen las alas y besan el suelo.

Supongo que porque no soy ángel ni demonio, prefiero vivir en las sumas. Más allá del infierno, infinitamente más allá de la memoria, estoy convencido que yo he sido verdad cuarenta y ocho años. Y digo que he sido verdad, no que haya estado en lo cierto.

Me tengo terminantemente prohibido multiplicarme por cero. Y si hubo quien me engañó, o muchos, sólo tengo que averiguar el nuevo resultado con un sumando menos y un sigue más.

SUS HORAS SON ENGAÑOTriste es el territorio de la ausencia.

Sus horas son engaño
                                        desfiguran
ruidos olores y contornos
y en sus fronteras deben entenderse
las cosas al revés.

Así el sonido
del timbre de la entrada significa
que no vas a llegar
                                  una luz olvidada
en el piso de arriba es símbolo de muerte
de vacío en tu estancia
                                         rumor de pasos
cuentas que te fuiste
                                     y el olor a violetas
declara el abandono del jardín.

Y en ese mundo ¿qué debí hacer yo
príncipe derrotado
                                      rey mendigo
sino forzar mis ojos para que retuvieran
aquel inexpresable color miel
suave y cambiante de tus cabellos?
(José Agustín Goytisolo, Final de un adiós)

LA CHICA MÁS SUAVE
Perteneces -lo sabes- a esa raza estafada
que el dolor acaricia en los andenes.

Medio mundo de engaño conociste
y el resto fue mentira.

Has llegado hasta aquí
huyendo de mil días
que pasaron de largo.

Has llegado hasta aquí
para mostrar a todos tu inefable pirueta,
ridículo equilibrio,
ese nado a dos aguas,
piedra de escándalo,
ese triste espectáculo que ofreces,
esas gotas de miedo que salpican
tus insufribles lágrimas.

Aparta.

(Ángeles Mora, La canción del olvido, 1985)

Quizás boca abajo

He pensado que, quizás boca abajo, el mundo que tengo patas arriba consiga ponerse derecho. Que tal vez así la gravedad suba, y los sueños se me agarren a los pies y los arrastren en su camino hasta donde ni la vista pueda seguirlos.

Podría ser que boca abajo, con mis manos entregadas a separarme del mundo, pudiera dejar de sentirme colgado en tu ausencia; y mis piernas, en lugar de pender absurdas como agarrado al filo de un precipicio, pudieran buscar sol hasta la altura de árboles inquietos.

Se me ha ocurrido que quizás, boca abajo, la sangre ahogaría las conversaciones del interior y expulsaría las palabras hacia afuera. Y aunque, tal vez, en esa difícil posición, las palabras tengan significados aturdidos al desparramarse por entre la saliva, pudieran llegarte erguidas y nobles, y alzarse contra este silencio de oficina que algunas veces me certifica la soledad.

Sí, quizás boca abajo, el paisaje encuentre tu sitio en el don de lo oblicuo, quizás floten las verdades del sentimiento entre la espuma de lo cotidiano y afloren sobre el mar de todo lo que ya no te crees a pie juntillas. Podría ser que puesta la estabilidad en entredicho, pudieras amar mi temblor y mi desasosiego sin necesidad de someterlo a juicio sumarísimo.

Quizás boca abajo no importen tanto mi estatura y la presbicia, y pueda dejar de ser tan pequeño que no me veas. Quizás, al mirarme de otro modo, consigas apartar todo lo que me esconde, y reírte un rato con mis cosas revueltas y quererlas de tanto reír y esculpir otra sonrisa más permanente en tus ojos.

Podría ser, que tal vez la ternura te tienda una trampa y vengas corriendo a rescatarme de este mundo de patas de mesas y pelusas bajo el sofá. Podría ser que encontrara el otro equilibrio, ese en el que se vacían los bolsillos y el jersey te desenvuelve el ombligo sin que pueda mirármelo.

Sí, quizás boca abajo, la nariz no sea parapeto contra los besos y puedas extender tus manos sobre una piel indefensa, sobre un sexo ridículamente descolocado. Quizás boca abajo, el tronco deje de ser tronco y pueda sea raíz para los abrazos. Quizás boca abajo, podría roncar afinado.

Quizás boca abajo, todo vuelva a tener sentido y este mareo me produzca una confusión distinta en los principios, quizás así la fiebre sea ventisca en lugar de desierto, quizás el corazón lata más fuerte por entre la anestesia de los días y zumben en clave de sol los oídos.

Quizás, si me pusiera boca abajo, dejarías de pensar y me harías caso. Quizás, boca abajo, podrías quererme tal y como soy.

Quizás, boca abajo, no me resultarían tan imprescindibles tus labios.

ALABANZA TUYA
Es malo que haya
gente imprescindible.

No es muy buena
la gente que a sabiendas
se vuelve imprescindible.

La fruta
ha de continuar atesorando sol,
no ha de menguar la fuerza del torrente
si por acaso un día
se pierden unos labios.

Pero
             -y este pero me abrasa-
no puedo
decir que sea malo
que tú seas imprescindible.

(Jorge Riechmann)