Importancia

Escribir es mi manera de pensar. Mi modo de estar
en el mundo, con el mundo y conmigo mismo.

FELIPE BENÍTEZ REYES

Tengo que reconocer que no soy de los que tienen un alto concepto de la verdad. Me la tomo con precaución y entrecomillada, y acto seguido paso a olvidarla para que no se me indigeste cuando se pudra, las circunstancias la trituren y el devenir de la intrahistoria digiera sus nutrientes y nos devuelva lo demás.

Las que yo digo, me temo que tampoco resisten ni siquiera el embate de la primera revisión de la memoria. Se podría pensar entonces que miento, si mi verdad no se sostiene después de un análisis concienzudo, o si se desmorona al pasarle por encima una ola de calor.

Yo mantengo que es verdad, tan verdad como cualquier otra verdad de cualquier otra persona. Una verdad a lápiz, sí, pintada con trazos gruesos cuyo detalle queda desdibujado y en entredicho debajo de una lupa escolar.

Que es verdad a medias, me dicen, y que esa es la peor mentira, añaden. Supongo que lo dicen desde alguna verdad inamovible que a mí me cuesta mucho entender en esta vida cuántica que me transcurre por debajo de la piel.

Ni siquiera es verdad que la verdad no existe –aplicando el razonamiento al razonamiento mismo–, que sólo existe el convencimiento. Contar los hechos es traducir a palabras nuestro modo de mirar el mundo. Ni siquiera es cierto que cada quien cuenta la película como la ve, sino que la ve como la cuenta.

Por eso puedo decir que no me importa no dormir. O cambiar de ubicación el pijama para que el calor de algunas noches pueda disiparse frente a una ventana.

Que tampoco me importa saltarme la dieta y cambiarla por otra, hacer veinte kilómetros de coche para volver a hacerlos al rato en sentido contrario o salir con «fresca» diciendo adiós a la siesta del sofá para explorar Shangai y Beijin.

Por eso puedo decir que no me importa intentar otros caminos que me conduzcan a Roma, o inventarme de nuevo en estas letras para que tus ojos se fijen en mí.

Puedo decir que es verdad que no me importan esos movimientos. Pero mi verdad es más endeble que potente, como una metáfora de andar por casa, y también podrías decir que es mentira.

Porque sí me importan. Si de verdad no me importaran –si no me importaras–, no los haría.

Otra cuestión es que, quizás, no sirvan para nada y sea un asunto inútil el de la importancia.

Teoría de la verdad

La verdad es que nada
de lo que yo quería
ha buscado mi techo
más de lo necesario,
ni remedió mi suerte
mejor que la tristeza.

Lo cierto es que no tuve
la verdad por delante
sino era en el fracaso
repentino, tras muchas
ilusiones gastadas.

Ahora no es distinto
lo falso de lo cierto,
ni me es imprescindible
averiguarlo. Busco
todo cuanto quería
que me hubiese buscado.

(María Sanz)

Apunte cotidiano

Esto que escribo ahora es un minúsculo
ensayo de mi vida,
solamente un intento
de llamar a las cosas por su nombre,
a los días de luz por su tristeza.

Esto que escribo ahora no tendría
la menor importancia, si no fuese
porque hay alguien que sigue
siendo mi punto de partida, el punto
que pongo en tantas íes como quedan
en pie tras un amago
de libertad con él, tras este intento
de ensayarme en su ausencia de mi vida.

(María Sanz)

Idioma

Y… ¿cómo está aquello? ¿Vas de vez en cuando por allí? -le pregunto, casi sin curiosidad.

No, no, que va -sonríe al responderme, tiene una sonrisa encantadora, una alegría verdadera por el encuentro-. Para poder amar algo, hay que vivirlo plenamente, no se puede tener un pie en cada lado.

Hay personas que desde que las conociste sabes que están en sintonía. Pasa el tiempo, te las encuentras corriendo por la vereda que acompaña al río, y te vuelven a demostrar que siguen en la misma onda en que siempre estuvisteis juntos. Incluso, usan el mismo vocabulario que llevas encendido.

Es verdad -le respondo con la alegría de escuchar palabras a las que muchos les tienen miedo-. Nada más inútil que un corazón dividido. No se puede querer a medias.

Hay personas que hablan y curan, que miran y alegran, que sonríen y consiguen que el mundo deje de ser por un momento ese sitio extraño en donde estamos siempre como de visita.

Hay personas que hablan mi mismo idioma. Por eso mis días son palabras que alguien pronuncia y que no necesito traducir.

¿Qué historia es ésta y cuál es su final?
Ya no quiero ser más vendedor de palabras.

Ya mi cabeza está demasiado aturdida
y mi canción es sólo un montón de hojas muertas.

Me da lo mismo la ciudad que el campo.

Trataré de olvidar los poemas y los libros
abrigaré mi cuello con una vieja bufanda
y me echaré un pan en el bolsillo.

Oleré a mal vino y suciedad
enturbiando los limpios mediodías.

Y me haré el tonto a propósito de todo.

Y sin tener necesidad de triunfar o fracasar
trataré que la escarcha cubra mi pasado
porque no puedo sino hacer estupideces
seguir caminando en estos tiempos.

(Jorge Teillier, adapt. Serguei Esenin, 1996)

LA PORTADORA
Y si te amo, es porque veo en ti la Portadora,
la que, sin saberlo, trae la blanca estrella de la mañana,
el anuncio del viaje
a través de días y días trenzados como las hebras de la lluvia
cuya cabellera, como la tuya, me sigue.

Pues bien sé yo que el cuerpo no es sino una palabra más,
más allá del fatigado aliento nocturno que se mezcla,
la rama de canelo que los sueños agitan tras cada muerte que nos une,
pues bien sé yo que tú y yo no somos sino una palabra más
que terminará de pronunciarse
tras dispensarse una a otra
como los ciegos entre ellos se dispensan el vino, ese sol
que brilla para quienes nunca verán.

Y nuestros días son palabras pronunciadas por otros,
palabras que esconden palabras más grandes.

Por eso te digo tras las pálidas máscaras de estas palabras
y antes de callar para mostrar mi verdadero rostro:
«Toma mi mano. Piensa que estamos entre la multitud aturdida y satisfecha
ante las puertas infernales,
y que ante esas puertas, por un momento, llenos de compasión,
aprisionamos amor en nuestras manos
y tal vez nos será dispensado
conservar el recuerdo de una sola palabra amada
y el recuerdo de ese gesto
lo único nuestro».

(Jorge Teillier, Poemas secretos, 1965)