Papiel

He vivido tardes de octubre completamente rellenas de abril. Y domingos horizontales que se escurrieron poco a poco hasta dejarme los pies afuera, como colgando en el aire.

También mantuve horas de novela risueña en las que un melodrama desnudo me explotaba en la boca. Pero nada tan inolvidable como los minutos de poesía que me ha tocado vivir de tanto en tanto.

No hay nada como respirar profundamente sobre el cuello de un poema, nada como acariciar sus versos, interminablemente, aun con palabras propias mal pronunciadas y en tono injusto.

No hay mejor segundo que el que se necesita para pellizcar unas rimas, para hurgar en las metáforas humedecidas y profundas, para cabalgar entre cesuras y ritmos replegados.

Son muchas las cosas que tengo que agradecer a la literatura: la extensibilidad de la palabra ajena hacia lo propio, el proceso cadencioso con el que la tinta se va corriendo bajo el impacto de una lágrima, el roce del mundo expresado en asombrados renglones.

Si alguna vez anduve resentido con la vida, la literatura me ha perdonado con tus ojos lectores.

Mas, aun sabiendo todo cuanto debo a la palabra, nada puedo agradecerle más a este viaje sino que transcurra sobre ese precioso papel tuyo, que es como una piel secreta e inacabable, por donde corre, sin secarse nunca, la tinta de todos los poemas que escribo, el sueño que se me raya con tus miedos, la luz que le entreabres al porvenir.

LEJOS DE LOS NOMBRES
Siempre he odiado los nombres
porque me es fácil olvidarlos;
por eso prefiero una sonrisa fuera de borda,
unas rodillas, una mano
extendida como un cable a tierra,
una calle vacía con una puerta entreabierta
o unos zapatos viejos que se nieguen a andar
cuando duermo devorándome la memoria
como a un pan recién horneado.

(Jorge Meretta)

Delineante

Es verdaderamente difícil trazar espirales con la memoria. Casi tanto como dibujar garabatos en las paredes de una pesadilla.

¡Cuánto cuesta cerrar los círculos que se vician! Desatormentarse de la parábola que describe la trayectoria de las mentiras escuchadas atentamente, desangustiarse de lo oblicuo cuando impacta contra la soledad de una tarde equivocada.

Recto o torcido, el dibujo es mío y siempre sigue. Porque, aunque es complicado dibujar flores en papeles de acero, todo se reduce a insistir en paralelo, a matar el ángulo de los desastres y sentir la tinta brotando del silencio.

Mío es el dibujo y mías son las tachaduras, mía es la caligrafía y la mancha con su pléyade de borrones. Porque quiero delinear el perfil de toda vida que se me presente abierta, aunque la silueta que le trace nos desmorone. Porque soy dibujante cartesiano y pienso en ti en cada trazo, en cada esbozo, en cada signo.

Porque pienso en ti en cada palabra que no escribo, porque pienso en ti cuando arrugo cada papel como si fuese una sábana blanca; porque cuando pienso en ti, me estorban las reglas y el dibujo deja de ser técnico.

Y ya no me parece tan difícil delinear un sueño.

Para ti no hay palabras.

Hay sólo mudas páginas en blanco
y este lento caer
de las manos inútiles
que olvidaron y hallaron
letras
sueños
y árboles.

Hubo palabras antes.

Cuando el mar,
cuando el grito luminoso
de los últimos faros.

Para ti sólo hay tiempo,
no hay palabras.

Y el tiempo es infinito
ahora que te amo.

(Maruja Vieira)

Brevedad

Hablo de la suavidad que crece
cuando todo se funde, del calor
que difunden las palabras,
de las persianas que apenas confunden
 la luz del sol.

Hablo de un segundo, de una décima,
del dolor de los relojes
tras el mecanismo de un parpadeo.

Hablo del aroma en carne viva,
del corazón desarmado y desnudo,
del latido que se escapa
en un suspiro interior.

Hablo de las lágrimas que caen sordas
y de la sal que destila el desencanto.

Hablo de la ceguera de la tinta y del roce
que va dejando su caligrafía
en el lienzo de una piel.

Hablo del silencio que se enciende
en el tumulto, del movimiento cosido
a la quietud, de la esperanza tendida
al sol de la mañana.

Hablo del peso de la nostalgia
y de la nostalgia del peso.

Hablo de la niebla que envuelve
cada palabra dicha al oído.

Hablo de rellenar el hueco inmenso de mí mismo
que amanece después
del breve espacio en el que estás.

NOS RECIBEN LAS CALLES CONOCIDAS…
Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.

Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante, quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se acordase… La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.

(Jaime Gil de Biedma)