Gloria

La felicidad siempre está en un mismo, dicen los que saben, aunque sin saber muy bien lo que dicen. La felicidad está en uno mismo, pero todos nos empeñamos en buscarla en los demás.

A veces la vida pierde brillo y se vuelve parda, plana, mediocre. Deja de faltar la respiración, se apacigua el vértigo y todo se vuelve monótono y rutinario.

Porque vivir no es brillar un instante ni resplandecer siempre, sino ir y venir de la luz a la oscuridad con pasos titubeantes, admiro tu viaje y tu osadía contra el desencanto.

En tu edad, que pronto será también la mía, veo como el mundo se ralentiza, se hace más liviano. Cuando toma las riendas el deterioro y todo consiste en ir cuesta abajo.

Hacer lo que deseas es, seguramente, el camino más directo hacia el fracaso. Porque no es la decadencia de los cuerpos, no es la voz de la experiencia, no es la derrota del amor ni el abandono de los pájaros.

Es la falta de sueños, la angustiosa dificultad de no tener un proyecto a medias, lo que nos impide firmar un breve armisticio contra las estafas de la vida. Sentirse en la víspera de un algo que nos rellena por dentro con un aire tan volátil que nos permite flotar un momento a dos milímetros del suelo.

Cada vez es la primera vez y así funcionan los capítulos de todas las novelas. Y en tanto esta primera vez se parece a todas las primeras veces, las piernas no pesan, el cuerpo rejuvenece, las ganas vuelven de nuevo justo al mismo sitio en que las perdimos y se nota en los encuadres un cierto esplendor del paisaje.

Caer desde esos dos milímetros al suelo, de repente, duele tanto como aterrizar desde tres metros. Porque no es la altura lo que daña nuestro espíritu, sino la desilusión de darse cuenta de que ese asunto de volar solo era un espejismo pasajero.

Sólo se puede ser feliz estando perplejo. El desencanto consiste en irse acostumbrando al estupor. Y luego todo vuelve a perder brillo y se vuelve pardo, plano, mediocre. Deja de faltar la respiración, se apacigua el vértigo y todo se convierte en monótono y rutinario.

Pero permíteme que no me rinda todavía, ni en esta edad, ni en esa tuya que pronto también será la mía. Permíteme que dibuje en el agua una esperanza que confirme el ciclo.

Porque todo pasa. Y como todo pasa, déjame creer que también el desencanto pasará y vendrá un estupor nuevo, otra primera vez como las anteriores.

Dicen los que saben, aunque sin saber muy bien lo que dicen, que la felicidad está en uno mismo. Y yo, que no sé tampoco muy bien lo que digo, prefiero pensar que la felicidad está en uno distinto, aunque a temporadas nos parezca que todo no es sino la copia falsificada de un aburrido y tenue mucho más de lo mismo.

Díptico
No hay luz sino estupor de luz
en este jardín abrasado
de frío y lenta escarcha donde
alguien cuya sombra te evoca
remueve sin prisa la tierra
y deja en los surcos un hilo
de luz fría donde mis ojos
desde esta página te anuncian
y dicen verte, aunque no estés.*
Hago inventario de tu ausencia:
ojos no usados, aire intacto,
las horas como lumbre escasa
que el aire no aventa ni excita.

En todo espío transparencias,
temblor que es tu cuerpo inasible.

Hago inventario de tu ausencia
para que sepas de tu vida
a mi lado, cuando no estás.

(Jordi Doce)

Diferencias

Aunque pudiera parecerlo, no es la primera vez que la almohada de un pecho te invita al sueño. Sucede también, que una mano que recorre lentamente espirales sobre tu vientre atrae un silencio expectante sobre la escena y, como otras veces, las luces te parecen ojos atónitos que interrumpen la oscuridad.

Nada es nuevo. Sobre tus vértices se alza salvaje el señuelo que atrapa las mariposas de tus párpados y las posa sobre la tarde. Hay un indicio anfitrión en la humedad que resbala, pugnando por salir de entre los pliegues.

El mundo gime y echa hacia atrás el pensamiento que dice que sí, mientras tu cuello estira un no tímido y lento. Ha pasado muchas otras veces que notas eso cuando el centro del universo se abre al contacto de otra piel bienvenida, se expande como acto reflejo bajo la presión de un peso de sabor dulce y liviano.

No son los primeros labios que se te adhieren al sentimiento, no es la primera lengua tenaz que te arranca un suspiro, no es la primera mejilla tibia que te ofrece sitio en donde guarecer los silencios. No es la primera caricia que hace galopar tu corazón hacia el vacío.

El placer, cuando estalla, es el mismo de tantas otras veces, acude por los mismos sitios, estira los mismo músculos y despliega sobre tu piel las mismas azucenas, los mismos lirios. No hay nada nuevo, ni siquiera el algodón para los sentidos que arropa después, cuando la habitación vuelve a resurgirte de entre las sombras.

Nada es nuevo, nada es distinto. La diferencia no estriba en la mecánica de los cuerpos, ni en la fugacidad de un instante que se aloja a borbotones en la memoria. La diferencia no procede de la llama de las velas, ni de la paz posterior que acalla el remolino, ni de la ausencia que se pare tras el último beso.

Es hermosa la diferencia, pero no es necesaria. La vida corriente es suficientemente vida, es extraordinariamente única, no necesita más distinción que ser vivida a corazón abierto, a pleno pulmón, limpia de miedo.

La diferencia no es necesaria. Pero, por si existe y quieres buscarla, mira bien en el corazón de las palabras que se dicen y en los ojos de las que no.

EL AMOR
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.

Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.

(Luís García Montero)