Rebajas

Para tiempos de crisis, está visto que no hay nada mejor que bajar los precios. Gracias a esa técnica, hay quienes se interesan por artículos, nuevos o no tanto, cuyo precio inicial era prohibitivo para la mayoría de los bolsillos.

Venderse barato es la mejor estrategia. Pero no sólo hay que bajar el precio y estar siempre disponible, sino que se trata también de poner buena cara ante la demanda, aunque ésta no sea todo lo frecuente que a uno le gustaría. Halagar a la compradora enseñando la buena calidad del paño. Descubrirle como resalta la prenda sus ojos vivos, sus pechos suaves, su piel de terciopelo.

Impregnarse de su perfume celestial para seguir imaginando, cuando la tienda esté fuera del horario comercial, que hay interés en comprarte, que existe la impaciencia de llevarte puesto. Añadir a las palabras comunes que señalan el tipo de tela y su comportamiento en la lavadora, instrucciones de uso insistentes y sinceras: quédate, bésame, abrázame.

Y reír si ríe la cliente, y llorar si llora. Y preocuparse de su desánimo tras la certeza de toda rebaja ya experimentada. Y rozarle las manos con el corazón y acariciarle el corazón con las manos.

Por supuesto, debe ajustarse a la legalidad vigente. La bajada del precio no puede hacerse mintiendo ni en la calidad del producto, ni en la necesidad que uno tiene de venderse ganando algo a cambio, ni en el fervor del deseo de ofrecerle algo hermoso. Y naturalmente, dejar bien patente que puede descambiar la prenda a su antojo si, una vez en casa, no es de su agrado lo que ve en el espejo.

Es conveniente no dejar nada al azar y rematar la oferta con facilidades de pago. Inventar un pequeño abono diario o semanal y no reclamarlo a la fecha prevista de cargo, sino esperar a que ella misma se decida a hacerlo efectivo en el momento que mejor le parezca.

Practicar la humildad de no creer que uno es artículo de firma y abolengo, sino que cada quien vale lo que le cuesta a quien te compra. Convencerse de que el valor exacto que marca tu etiqueta es un número abstracto y arbitrario. En todo caso, se mide por las ganas que tengan de tenerte en su armario y las veces que eligen que cubras su silueta.

Me vendo barato, estoy de rebajas, porque es la mejor estrategia para los tiempos de crisis. Tiempos de crisis que escucho desde el otro lado del teléfono, tiempo de miedos que se coleccionan desde hace ya mucho, tiempos de incertidumbre que me hacen sentirme un par de tallas más pequeño y más anticuado.

Me vendo barato con la esperanza de que haya una clienta que «me lo quiten de las manos». Porque prefiero vivir alrededor de un torso adorable y espumoso, aunque me cueste entrar al mareo de las lavadoras, antes que seguir caro, frío, solitario, muriéndome de piel tras el cristal absurdo de cada escaparate.

DIFICULTADES

A Emilio Porta

Lo más difícil es
que las fotografías rocen sin abrasar
las horas degolladas,
acaricien sin daño
los encajes oscuros de las horas que fueron.

Lo más difícil es que la rutina sirva para tejer
una canción de cuna
que adormezca y abrigue los caballos sin alma del olvido.

Lo más difícil es que nuestros versos
rescaten hoy de nuevo la canción más oculta, sin sangrar,
sin hacer de la vida cotidiana un esperpento.

El resto es siempre fácil, sucede simplemente.

(Enrique García Trinidad)

COMO EL OLVIDO…

«Fui donde el Ángel y le dije que me diera el librito.

Y me dice: Toma, devóralo; te amargará las entrañas,

pero en tu boca será dulce como la miel-.» (10.9)

Así de amargo
el libro y cuanto en él se escribe
con la sangre.

Igual de amargo que este tiempo
que pasa como un trueno sobre el mar
y la tierra,
sobre la espalda de los hombres.

Como el dolor que no entendemos,
como el cansancio de la risa.

Igual que esta certeza que nos rompe
la voz y la cintura,
el recuerdo del barro,
la nostalgia de haber sido una lágrima fecunda.

Páginas vegetales que alimentan
las horas de la tarde,
cuando todas las cosas
ponen el corazón en cuarentena.

Letras amargas como el dorso
de una mano apoyada
sobre una puerta que cerró el recuerdo.

Pero en la boca,
dulce sospecha de esperanza,
pie que se acerca por la espalda
para dejar su beso sobre el cuello.

Dulce como la sombra
del verso que jamás escribiremos.
(Enrique García Trinidad)

Las horas culpables

La hora de sufrir el atraco,
la de cometer el desfalco en la oficina,
cuando deseé otros brazos que no eran tuyos.

La hora de las visitas con sexo,
cuando sólo se puede volver a alguna parte,
el momento de prender la mecha del incendio.

Cuando los vecinos acechan pidiendo harina,
el instante de apretar algún gatillo,
la hora que registra el móvil de los infieles.

El minuto de firmar el despido multitudinario,
la sentencia de muerte, de cerrar el balcón ante los gritos,
la hora de hacerse sordo a las amenazas.

Las cuatro de la madrugada
Hora de la noche al día.

Hora de un costado al otro.

Hora para treintañeros.

Hora acicalada para el canto del gallo.

Hora en que la tierra niega nuestros nombres.

Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.

Hora y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.

Hora vacía.

Sorda, estéril.

Fondo de todas las horas.

Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.

Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.

(Wislawa Szymborska, Llamando al Yeti, 1957, v. de Gerardo Beltrán)

Opinión sobre la pornografía
No hay mayor lujuria que el pensar.

Se propaga este escarceo como la mala hierba
en el surco preparado para las margaritas.

No hay nada sagrado para aquellos que piensan.

Es insolente llamar a las cosas por su nombre,
los viciosos análisis, las síntesis lascivas,
la persecución salvaje y perversa de un hecho desnudo,
el manoseo obsceno de delicados temas,
los roces al expresar opiniones; música celestial en sus oídos.

A plena luz del día o al amparo de la noche
unen en parejas, triángulos y círculos.

Aquí cualquiera puede ser el sexo y la edad de los que juegan.

Les brillan los ojos, les arden las mejillas.

El amigo corrompe al amigo.

Degeneradas hijas pervierten a su padre.

Un hermano chulea a su hermana menor.

Otros son los frutos que desean
del prohibido árbol del conocimiento,
y no las rosadas nalgas de las revistas ilustradas,
pornografía esa tan ingenua en el fondo.

Les divierten libros que no están ilustrados.

Sólo son más amenos por frases especiales
marcadas con la uña o con un lápiz.

(Wislawa Szymborska, Gente en el puente, 1986, v. de Abel A. Murcia)