Drexler tiene razón

Algunas copas están rellenas con tus senos, en otras gira suavemente el vino. En otras imagino helado de fresa y chocolate, en algunas más, cualquier líquido que pueda reflejar un cielo estrellado a la luz de las velas. Conozco otras copas en las que escuchar el viento ululando cuando me abraces.

Pero Drexler tiene razón, para llenar una copa, primero hay que dejarla vacía, quitarle el aire que contiene por defecto y cambiarlo por el líquido en cuestión. El pasado no se va solo, hay que irlo llenando de presente.

Agitas el mundo sin romperlo, enciendes espirales en mis sueños, salta la espuma a mi alrededor. Drexler tiene razón cuando te llama remolino, cuando dice que sentirte latir ya es un gran suceso. Porque la fuerza de la ternura puede abrir cualquier armadura, porque la vida consiste en irse pasando de la raya, Drexler tiene razón cuando dice que en el mar abierto cualquier dirección es posible.

Yo ya no digo nada si no te lo digo a vos, dice Drexler en una hermosa balada, y yo digo que tiene razón. Como tiene razón cuando dice que no me siento cualquiera cuando me tocan tus manos.

Drexler tiene razón, una bonita voz y canciones muy hermosas. Espero que me perdone que me haya perdido en ti mientras él te cantaba.

COMÚNMENTE ES ASÍ
El amor le es dado a cualquiera
pero…

entre el empleo,
el dinero y demás,
día tras día,
endurece el subsuelo del corazón.

Sobre el corazón llevamos el cuerpo,
sobre el cuerpo la camisa,
pero esto es poco.

Sólo el idiota,
se pone los puños,
y el pecho lo cubre de almidón.

De viejos se arrepienten.

La mujer se maquilla.

El hombre hace ejercicios con sistema Müller,
pero ya es tarde.

La piel multiplica sus arrugas.

El amor florece,
florece,
y después se deshoja.

(Vladimir Maiacovski, Amo, 1922) (versión de Lila Guerrero)

ESTO ES MI CUERPO…
Esto es mi cuerpo. Aquí
coinciden el lenguaje y el amor.

La suma de las líneas
que he escrito ha dibujado
no mi rostro, sino algo más humilde:
mi cuerpo. Esto que tocas es mi cuerpo.

Otro lo dijo
mejor. Esto que tocas
no es un libro, es un hombre.

Yo añado que esto que te toca ahora
es un hombre.

Soy yo, porque no hay
ni una sola sílaba que esté libre de amor,
no hay ni una sola sílaba
que no sea un centímetro
cuadrado de mi piel.

En el poema soy acariciable
no menos que en la noche, cuando tiendo
mi sueño paralelo al sueño que amo.

No mosaico, ni número, ni suma.

No sólo eso.

Esto es una entrega. Soy pequeño
y grande entre tus manos.

Ésta es mi salvación. Éste soy yo.

Este rumor del mundo es el amor.

(Juan Antonio González Iglesias)

Pues en eso quedamos

Tú me llamas o yo te llamo, sin más acuerdo contractual que la infinita fe en alguna de las dos impaciencias. Y ya entonces hablamos, de esto o de lo otro, sin guión previo ni velocidades exactas. Nos ha costado mucho trabajo sincronizar ese sin ton ni son que siempre apalabramos.

Le damos una vuelta de tuerca a algún misterio ya desmenuzado o emprendemos uno nuevo, flamante, sin estrenar. Saltamos de la publicidad a lo privado, de la oralidad del sexo mundano a la sexualidad muda del asombro. Contamos en primera persona todas esas mismas cosas que les pasan siempre a un amigo de los demás y añadimos ejemplos de un repertorio un poco inventado, pero no tanto.

Pedimos perdón sin usar ese lúgubre vocablo y damos las gracias como se recita un mantra. Especificamos canciones como posología de un acierto y escribimos a mano, entrecortadas, contraindicaciones personales en el prospecto de la medicina que espanta la tristeza.

De tanto en tanto, nos sentimos perversos y nos denunciamos a la policía científica para que investigue el polvo de mariposa que nos brilla en los dedos. Nos interrumpimos el ying para incrustarle una dosis redonda de yang, o nos robamos los argumentos para cambiarlos de labios y asombrarnos de lo diferente que suenan.

Tú me llamas o yo te llamo, para emprender tonterías diversas que pudieran servirnos de precedente, de medias preguntas y simulacros de respuesta, de hilo para la ósmosis inversa o de guarnición para un almuerzo sin carne. Tú me llamas o yo te llamo, aunque también es evidente que tu te llamas y yo me llamo.

Sé que se me olvida algo que quería decirte cuando se acerca la hora de colgar el aparato y ya nada duele como antes dolía. Entonces, tú me llamas o yo te llamo. En eso quedamos.

Pues en eso quedamos, precisamente en eso es donde vamos quedando, dejándonos, aparentando y dejando de aparentar. En eso quedamos como una huella, porque la memoria es un pasaporte sellado que luego nos dice, mientras parecemos estar en mitad de otro mundo, que ahí ya habíamos estado.

Pues en eso quedamos y, sin embargo, nunca nos quedamos en eso. Siempre miramos más allá, como si nada fuera suficiente, como si todo lo hubiéramos perdido antes incluso de tenerlo.

4 DE OCTUBRE EN LANDMARK HOTEL

-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.

Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.

20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.

La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.

20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.

El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.

y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.

(Benjamín Prado, Cobijo contra la tormenta, 1995)