Mujeres en el parque

«Prefiero no verte», le dice la chica joven a su novio. Acaban de follar salvajemente en el portal y ella se hunde. «No quiero hacerte daño, estoy mal», le dice, a lo que él responde: «pues no me lo hagas».

Su padre se ha divorciado y su madre no lo entiende, o viceversa, da igual. «Prefiero no verte», le dice. ¿Acaso sabemos por qué preferimos o dejamos de preferir?

Es sencillo dar un paso atrás, es la tentación permanente. Tampoco es difícil darlo hacia adelante, es cuestión de seguir el impulso y no hacer caso de las consecuencias. Pero hay que contar con las ganas, y distinguirlas de la voluntad. Porque las primeras son burbujas, que se rompen y se recomponen soplando sobre el jabón. Pero la otra es un pulso, un latido, un tic-tac que nunca te deja tranquilo.

Lo sé porque aún me pasa, que las ganas de retroceder hierven o se congelan, que siempre me siento a punto de dar un paso atrás (o hacia adelante, que no está clara la dirección de la vida). Ninguna vez escapo de la explosión intacto, ninguna vez soy culpable del todo.

«Eres un mierda, papá», dice la chica entre sollozos. Porque el verdadero peligro de dar el paso adelante, no es mover el pie, apoyarlo, encontrar el nuevo equilibrio. No, el verdadero peligro siempre consiste en darlo a tiempo.

Y las dos cosas son fáciles, adelante y atrás, solo es necesario dejarse llevar por el miedo o por el impulso, por las ganas o por la necesidad. Lo más difícil es mantenerse, quieto, sin decidir, sufriendo, soportando una vida que no se quiere.

En esto no hay verdad, sólo convencimiento, sólo emoción, solo interés. Por que no sabemos la razón de nuestras preferencias, simplemente, preferimos. Preferimos la comodidad, estar a salvo, el coste emocional menos gravoso para las conciencias. Y uno da un paso adelante o atrás, a veces los dos a la vez, simplemente para escapar hacia no se sabe donde.

Por mucho que se piense, por más señales que se manifiesten (evidencias para unos, casualidades para otros), nunca se sabe qué tren es el nuestro, si se llama Ana o Clara, si es ahora o habrá que esperar a luego.

Nunca se sabe y por eso admito, entiendo, creo, que el amor y la vida son cuestiones de voluntad. Voluntad, a veces desganada, pero voluntad. Y el resto solo son adjetivos posesivos que hemos leído en alguna parte, visto en alguna película o escuchado a unas mujeres que hablaban en el parque.

Envíos
Todo lo que se da llega a destiempo.

           No existe otra manera.

Entre el ojo y la mano hay un abismo.

Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.

Un país que asoma su cabeza deforme en una
           carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
           esperabas.

Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
           sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.

Dibujamos una taza de café en el desierto.

Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.

Al final nos entregan los huesos de un perfume.

Aún así persistimos.

En alguna montaña vive un pez resbaloso.

Entre números rotos se desliza una estrella.

(Jorge Boccanera)

En estos días

En estos días que corren, o mejor dicho, que no corren y se quedan como detenidos entre dos tiempos, como si necesitaran estar rellenos de alguna sustancia más espesa para ser verdaderos, hay que ser muy valiente para descorrer los cerrojos de las puertas.

No creas que no sé de tu arrojo porque lo admire mordiendo una sonrisa entre mis labios.

Salir a la calle en estos días sin estrépito remueve todos los engranajes del miedo y, el miedo, ya se sabe, como alguna otra materia reconocible enseguida, más profundamente huele cuanto más se agita. Pero tu aroma sigue siendo el de un sueño, aun en estos días que corren, o mejor dicho, que no corren y andan despacio buscando el final de los calendarios de bolsillo.

Quizá en el fondo de los ojos, alguien que se fije largamente, consiga atisbar una sombra. Puede que, sólo para un oído avezado, el final de algunas frases te delate incertidumbre. Es posible que entre paso y paso haya una vacilación muy bien escondida que solo un experto actor de método sabría poner en entredicho.

Pero es que temblar es el primer paso hacia la otra orilla, estremecerse es empezar la carrera para el impulso. No creas que, porque quiera desabrocharte la armadura, no percibo la verdad de tu coraje desnudo.

En estos días que, como hemos quedado antes, no corren, hay que ser muy fuerte para morirse de miedo y seguir de pie, caminando. Hay que ser muy animoso para no sucumbir a las dudas, hay que ser muy audaz para no apalabrar salvoconductos, hay que ser muy intrépido para extraer a carcajadas las tristezas del corazón.

En estos días tan llenos de villanos y villanías, cuando la razón ha perdido pie al borde de las declaraciones de prensa o de la legalidad vigente, cuando difamar parece el mecanismo más meritorio y una amenaza se contempla como el epílogo de los besos, el mundo necesita personas como tú para recordar que el valor se demuestra andando.

El mundo necesita personas como tú, y es muy urgente que lo sepas, que no desfallezcas, que no dejes de sonreír entre los escombros.

ENVÍOS
Todo lo que se da llega a destiempo.

No existe otra manera.

Entre el ojo y la mano hay un abismo.

Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.

Un país que asoma su cabeza deforme en una
carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
esperabas.

Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.

Dibujamos una taza de café en el desierto.

Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.

Al final nos entregan los huesos de un perfume.

Aún así persistimos.

En alguna montaña vive un pez resbaloso.

Entre números rotos se desliza una estrella.

(Jorge Boccanera)

A Roma

Quisiera llevarte a Roma, como tantas veces quise, sin causa ni razón ni fundamento. Llevarte a Roma para llevarte aroma de una vida más sencilla que poder abrocharnos en los minutos del frío.

Has estado allí muchas veces. Conoces ya las fuentes y su moneda herrumbrosa, reconoces los frescos de todas las capillas y, quizás por eso, sea difícil convencerte para que vengas. Entiendo los baches y la decadencia de la piedra, comprendo el musgo amedrentado por la historia, ya me hago cargo de las trampas camufladas en esos idiomas que casi somos capaces de entender.

Pero, a pesar de todo, quisiera llevarte a Roma; intentar arrancarte el estómago de los aviones y transformarlo en mariposas. Señalarte los signos del otro tiempo, aprender del corazón de tus preguntas y responderlas sólo con dos dedos. Demostrarte que es posible partir uniendo, que es posible salir llegando.

Ya sabes que la esquina, esa esquina detrás de la cual nos espera el porvenir, la afila el miedo. La afilan el miedo y la memoria, y uno puede cortarse al doblarla, y doblarla al cortarse. Pero tengo un sueño que nos conduce a Roma, un sueño que arroma su borde y lo redondea. Y Roma está ahí, aquí, casi podríamos tocarla.

Cualquier camino nos sirve, elígeme en el que tú quieras. Aunque yo quisiera llevarte a Roma por todos los caminos a la vez, para que el paisaje nunca se vuelva monótono de aire respirado, para que no se distingan las pisadas que ya se hicieron antes.

Quisiera llevarte a Roma, como tantas veces quise, paso a paso. Y para que no me confundas con todos aquellos que te invitaron a la ciudad eterna, para que no te espante repetir caminos, para que no se olvide el origen del que partimos, quisiera llevarte a Roma de espaldas, andando hacia atrás.

Para que cuando mires el nombre del sitio al que lleguemos, entiendas el otro sentido de las letras a donde quiero llevarte, a donde quiero que me traigas.

Frío como el infierno
Roma, 1995
Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.

                      Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                       lo mismo
que un oso en una jaula;
                                        marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
                     pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.

                          La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.

                     Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                            leo a Ungaretti,
                                                       pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.

Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.

                                     Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                                       de repente
alargas una mano,
                               buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida…

Mientras,
                yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.

Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.

(Benjamín Prado, Todos nosotros, 1998)