Delineante

Es verdaderamente difícil trazar espirales con la memoria. Casi tanto como dibujar garabatos en las paredes de una pesadilla.

¡Cuánto cuesta cerrar los círculos que se vician! Desatormentarse de la parábola que describe la trayectoria de las mentiras escuchadas atentamente, desangustiarse de lo oblicuo cuando impacta contra la soledad de una tarde equivocada.

Recto o torcido, el dibujo es mío y siempre sigue. Porque, aunque es complicado dibujar flores en papeles de acero, todo se reduce a insistir en paralelo, a matar el ángulo de los desastres y sentir la tinta brotando del silencio.

Mío es el dibujo y mías son las tachaduras, mía es la caligrafía y la mancha con su pléyade de borrones. Porque quiero delinear el perfil de toda vida que se me presente abierta, aunque la silueta que le trace nos desmorone. Porque soy dibujante cartesiano y pienso en ti en cada trazo, en cada esbozo, en cada signo.

Porque pienso en ti en cada palabra que no escribo, porque pienso en ti cuando arrugo cada papel como si fuese una sábana blanca; porque cuando pienso en ti, me estorban las reglas y el dibujo deja de ser técnico.

Y ya no me parece tan difícil delinear un sueño.

Para ti no hay palabras.

Hay sólo mudas páginas en blanco
y este lento caer
de las manos inútiles
que olvidaron y hallaron
letras
sueños
y árboles.

Hubo palabras antes.

Cuando el mar,
cuando el grito luminoso
de los últimos faros.

Para ti sólo hay tiempo,
no hay palabras.

Y el tiempo es infinito
ahora que te amo.

(Maruja Vieira)

Fumar en los poemas

Voy a dejar de fumar en los poemas.

Es una decisión metafórica, pero firme,
un pensamiento largamente meditado,
una acción indivisible.

Para que nada siga siendo nada,
para que las palabras empleadas por cuenta ajena
no lleven alquitranes ni cianuros
y te lleguen sin olor a tabaco.

Porque no quiero verte
los ojos rojos por el humo,
por la desconfianza y su estadística
que explica cómo mancha todo de nicotina
la infidelidad de los ceniceros.

Voy a dejar de fumar en los poemas.

El humo que surja después entre los versos
difuminando todos mis intentos de amarte,
ya nunca más será fortuna, nunca más señuelo,
nunca más espejismo en el que mirarte.

Menos que el circo ajado de tus sueños
y que el signo ya roto entre tus manos.

Menos que el lomo absorto de tus libros
y que el libro escondido
de páginas en blanco.

Menos que los amores que tuviste
y que el tizne que alarga los amores.

Menos que el dios que alguna vez fue ausencia
y hoy ni siquiera es ausencia.

Menos que el cielo que no tiene estrellas,
menos que el canto que perdió su música,
menos que el hombre que vendió su hambre,
menos que el ojo seco de los muertos,
menos que el humo que olvidó su aire.

Y ya en la zona del más puro menos
colocar todavía un signo menos
y empezar hacia atrás a unir de nuevo
la primera palabra,
a unir su forma de contacto oscuro,
su forma anterior a sus letras,
la vértebra inicial del verbo oblicuo
donde se funda el tiempo transparente
del firme aprendizaje de la nada.

y tener buen cuidado
de no errar otra vez el camino
y aprender nuevamente
la farsa de ser algo.

(Roberto Juarroz)

No se trata de hablar,
ni tampoco de callar:
se trata de abrir algo
entre la palabra y el silencio.

Quizá cuando transcurra todo,
también la palabra y el silencio,
quede esa zona abierta
como una esperanza hacia atrás.

Y tal vez ese signo invertido
constituya un toque de atención
para este mutismo ilimitado
donde palpablemente nos hundimos.

(Roberto Juarroz)

Quizás boca abajo

He pensado que, quizás boca abajo, el mundo que tengo patas arriba consiga ponerse derecho. Que tal vez así la gravedad suba, y los sueños se me agarren a los pies y los arrastren en su camino hasta donde ni la vista pueda seguirlos.

Podría ser que boca abajo, con mis manos entregadas a separarme del mundo, pudiera dejar de sentirme colgado en tu ausencia; y mis piernas, en lugar de pender absurdas como agarrado al filo de un precipicio, pudieran buscar sol hasta la altura de árboles inquietos.

Se me ha ocurrido que quizás, boca abajo, la sangre ahogaría las conversaciones del interior y expulsaría las palabras hacia afuera. Y aunque, tal vez, en esa difícil posición, las palabras tengan significados aturdidos al desparramarse por entre la saliva, pudieran llegarte erguidas y nobles, y alzarse contra este silencio de oficina que algunas veces me certifica la soledad.

Sí, quizás boca abajo, el paisaje encuentre tu sitio en el don de lo oblicuo, quizás floten las verdades del sentimiento entre la espuma de lo cotidiano y afloren sobre el mar de todo lo que ya no te crees a pie juntillas. Podría ser que puesta la estabilidad en entredicho, pudieras amar mi temblor y mi desasosiego sin necesidad de someterlo a juicio sumarísimo.

Quizás boca abajo no importen tanto mi estatura y la presbicia, y pueda dejar de ser tan pequeño que no me veas. Quizás, al mirarme de otro modo, consigas apartar todo lo que me esconde, y reírte un rato con mis cosas revueltas y quererlas de tanto reír y esculpir otra sonrisa más permanente en tus ojos.

Podría ser, que tal vez la ternura te tienda una trampa y vengas corriendo a rescatarme de este mundo de patas de mesas y pelusas bajo el sofá. Podría ser que encontrara el otro equilibrio, ese en el que se vacían los bolsillos y el jersey te desenvuelve el ombligo sin que pueda mirármelo.

Sí, quizás boca abajo, la nariz no sea parapeto contra los besos y puedas extender tus manos sobre una piel indefensa, sobre un sexo ridículamente descolocado. Quizás boca abajo, el tronco deje de ser tronco y pueda sea raíz para los abrazos. Quizás boca abajo, podría roncar afinado.

Quizás boca abajo, todo vuelva a tener sentido y este mareo me produzca una confusión distinta en los principios, quizás así la fiebre sea ventisca en lugar de desierto, quizás el corazón lata más fuerte por entre la anestesia de los días y zumben en clave de sol los oídos.

Quizás, si me pusiera boca abajo, dejarías de pensar y me harías caso. Quizás, boca abajo, podrías quererme tal y como soy.

Quizás, boca abajo, no me resultarían tan imprescindibles tus labios.

ALABANZA TUYA
Es malo que haya
gente imprescindible.

No es muy buena
la gente que a sabiendas
se vuelve imprescindible.

La fruta
ha de continuar atesorando sol,
no ha de menguar la fuerza del torrente
si por acaso un día
se pierden unos labios.

Pero
             -y este pero me abrasa-
no puedo
decir que sea malo
que tú seas imprescindible.

(Jorge Riechmann)