Magia a la luz de la luna

Los golpes en la mesa, la vela que levita mientras arde. El coche se estropea y la lluvia enciende las estrellas que, ahora, después de un tiempo, ya no parecen amenazar.

Todo tiene explicación lógica, truco o azar caprichoso de lluvia y hormonas, no hay misterio en embaucarse uno mismo y a los otros.

¿Creerías, si te digo que unos ojos verdes pueden cambiar una vida? Todas las causas son irritantemente evidentes cuando echamos atrás la vista, pero muy difíciles de calcular en el presente.

En contra de lo que la gente piense, yo no creo en la magia, sinoo en la ciencia. Por cada lluvia que envuelve Nueva York, podríamos encontrar la mariposa que movió las alas.

No existe la magia fuera de uno mismo, no existe la magia más allá de las palabras. Si pudiera poner la mano en el fuego por ti, por mi, la pondría; pero con la certeza de que voy a quemarme.

El niño, que ya no lo es, sólo hizo una pregunta perdida: «oye, ¿que blog estás llevando ahora?». Cualquier sicoanalista podría desmenuzar mis besos y mis fantasías en ridículas anécdotas de la infancia. Y un buen neuroquímico explicaría en un periquete el amor de salón y el efecto de la luna sobre un corazón deshecho en vocabulario.

No, la magia no existe, yo no lo creo, aunque quizás a ti te parezca lo contrario. Yo sé que se conocerán todos los secretos, espero que cuando ya no importen. Como sé que la luz al final del túnel no es más que un espejismo afortunado.

Eso sí, creo en las palabras y en ese poderoso deseo con el que las buscamos y nos buscan. Creo que las palabras son barcos y que nos llevan de asombro en asombro, de decepción en decepción, desde la altura necesaria para tocar el cielo hasta la profundidad de un infierno que siempre es propio y que este año viene frío y seco.

No creo en la magia, era mentira que estaba hablando con su difunto marido, no es verdad que aquella chica me pone ojitos, me mientes cuando me dices que me ves guapo y yo te miento cuando te digo al oído que no pasa nada, que todo saldrá bien.

No, no creo en la magia, como nadie podría creer en ella mientras se concentra en descubrir el truco. Nadie podría enamorarse de nosotros si desveláramos de golpe todos nuestras mentiras.

Pero la esposa se sintió feliz al creerse la única, el hombre se sintió deseado y contento durante treinta segundos, yo sonrío para adentro al verte y aunque tú sabes que no siempre es viernes, a veces te permites ser feliz.

Todo lo que llamamos magia es un truco, generalmente barato; especialmente el cine. Pero Max habló con Mary entre cartas, muchas lágrimas se vertieron en la muerte de Chanquete, y desde el resplandor odio profundamente las hachas. Especialmente el cine es un truco, un truco ya no tan barato, como la música que bailas para alegrarte una semana terrible, como el libro que te recuerda la bastantidad necesaria, como el poema que nos alumbra en habitaciones separadas.

Yo no creo en la magia, insisto. En lo que sí creo es en sus efectos, y creo a pie juntillas, como creo en el calor cuando te abrazo.

Y, sobre todos los efectos de la magia, prefiero creer en el de las palabras. Incluso en el de aquellas que a ti te parecen mentira.

Cabo Sounion
Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.

Serán memoria y piel de mi presente
o sólo humillación, herida intacta.

Pero al correr del tiempo,
cuando dolor y dicha se agoten con nosotros,
quisiera que estos versos derrotados
tuviesen la emoción
y la tranquilidad de las ruinas clásicas.

Que la palabra siempre, sumergida en la hierba,
despunte con el cuerpo medio roto,
que el amor, como un friso desgastado,
conserve dignidad contra el azul del cielo
y que en el mármol frío de una pasión antigua
los viajeros románticos afirmen
el homenaje de su nombre,
al comprender la suerte tan frágil de vivir,
los ojos que acertaron a cruzarse
en la infinita soledad del tiempo.

(Luís García Montero)

Dedicatoria
La literatura nos separó: todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.

(Cristina Peri Rossi)

Ausencia de ruido

La conversación, a ratos intrascendente, a ratos tendida, a ratos húmeda, no dejaba de moverse. Se desperezaba con una risa nerviosa, se retorcía como una sábana recién amanecida. Se frotaba, como cuando uno no está acostumbrado a la felicidad y al principio parece urticante notar que la tarde es liviana y amigable, se frotaba digo, y se dejaba acariciar sin aspavientos.

«Pase lo que pase» me dice antes de arder en el acto, como si lo ya pasado nada hubiera sido, y la charla se viste de tiros largos para anunciar palabras mullidas. Pero, en los entreactos de la gala, palabras sueltas, besos imparables pronunciados en el idioma del duermevela, suspiros impetuosos y algún que otro «sí» entrecortadamente inexacto.

Justo entonces, cuando el discurso iba ascendiendo desde el tobillo hasta el cuello sobre un lateral poco explorado del razonamiento, cuando la mano que mece el presente estaba doblando la raya del porvenir en dos partes imaginarias, ha sucedido el momento cuyo detalle quería dejar señalado aquí por escrito.

En ese preciso instante, la conversación y yo hemos disfrutado de ausencia de ruido. Una profunda y nada común ausencia de ruido. Una maravillosa y limpia ausencia de ruido.

Si bien es verdad que no es nada probable que la vida háyase detenido en varios kilómetros a la redonda de este idioma que practico justo en ese momento al que me refiero, debo poner de manifiesto uno de los datos que podrían inducir a error en la interpretación de este fenómeno que describo.

Porque la ausencia de ruido no es silencio, no. Habrá a quienes podría parecerles que consiste en eso. Pero no, en absoluto. La ausencia de ruido, se llama música.

Y algunas veces, las conversaciones se entrelazan las piernas, entornan los ojos y siguen el ritmo de esa antigua canción tarareando labios en un estribillo.

La conversación acaba luego. Para entonces ya nada importa quién tuvo razón antes ni quién estuvo de acuerdo primero. Sólo queda desear la próxima.

DESEO


Porque el deseo es una pregunta

cuya respuesta nadie sabe.

Luis Cernuda

No, no decía palabras, tan sólo acariciaba,
lentamente, mientras todo su cuerpo
unas manos distintas lo surcaban
y allí, entre esas manos, el silencio.

Dos bocas que se juntan,
renuevan el silencio,
y el aliento y la sangre
cobran sabiduría
de algún secreto ardiente e invencible,
como ola encabritada o tensa brida,
un secreto al que callan y otorgan.

Los cuerpos son tan sólo interrogantes
planteados deprisa,
porque no hay más respuesta
que no sea respuesta de unos labios abiertos,
que no sea de un cuerpo,
cuando un cuerpo es propicio.

El amor también es una sombra
que busca entre las sombras
otro cuerpo silente.

No decía palabras.

Tan sólo se entreabría
a una imperiosa voz no articulada.

(Enric Sòria, Andén de cercanías, 1996, Trad. Carlos Marzal)

ESPERA
Espera, que no es hora
de nada imprescindible. No te marches.

Que el sol ahora acaricia, y en la playa
el rumor de las olas se acerca solitario.

Ven, que andaremos cogidos entre las alquerías
y hablaremos de todo como si lo creyéramos
y el amor en los besos también será creíble.

Ven y pasearemos entre cosas amigas,
plácidamente unidos, como los que se aman.

¿No adivinas qué atardecer diáfano
a la orilla del agua, en nuestra misma mesa,
embriagados de vino y de presencia mutua,
preludio ya de abrazos en el frescor nocturno?
Ven, que hallaré para ti
las flores que te harán aún más bella,
los gestos más amables, un sentido a las cosas.

Todo aquello que solo jamás yo encontraría.

(Enric Sòria, Andén de cercanías, 1996, Trad. Carlos Marzal)