En estos días

En estos días que corren, o mejor dicho, que no corren y se quedan como detenidos entre dos tiempos, como si necesitaran estar rellenos de alguna sustancia más espesa para ser verdaderos, hay que ser muy valiente para descorrer los cerrojos de las puertas.

No creas que no sé de tu arrojo porque lo admire mordiendo una sonrisa entre mis labios.

Salir a la calle en estos días sin estrépito remueve todos los engranajes del miedo y, el miedo, ya se sabe, como alguna otra materia reconocible enseguida, más profundamente huele cuanto más se agita. Pero tu aroma sigue siendo el de un sueño, aun en estos días que corren, o mejor dicho, que no corren y andan despacio buscando el final de los calendarios de bolsillo.

Quizá en el fondo de los ojos, alguien que se fije largamente, consiga atisbar una sombra. Puede que, sólo para un oído avezado, el final de algunas frases te delate incertidumbre. Es posible que entre paso y paso haya una vacilación muy bien escondida que solo un experto actor de método sabría poner en entredicho.

Pero es que temblar es el primer paso hacia la otra orilla, estremecerse es empezar la carrera para el impulso. No creas que, porque quiera desabrocharte la armadura, no percibo la verdad de tu coraje desnudo.

En estos días que, como hemos quedado antes, no corren, hay que ser muy fuerte para morirse de miedo y seguir de pie, caminando. Hay que ser muy animoso para no sucumbir a las dudas, hay que ser muy audaz para no apalabrar salvoconductos, hay que ser muy intrépido para extraer a carcajadas las tristezas del corazón.

En estos días tan llenos de villanos y villanías, cuando la razón ha perdido pie al borde de las declaraciones de prensa o de la legalidad vigente, cuando difamar parece el mecanismo más meritorio y una amenaza se contempla como el epílogo de los besos, el mundo necesita personas como tú para recordar que el valor se demuestra andando.

El mundo necesita personas como tú, y es muy urgente que lo sepas, que no desfallezcas, que no dejes de sonreír entre los escombros.

ENVÍOS
Todo lo que se da llega a destiempo.

No existe otra manera.

Entre el ojo y la mano hay un abismo.

Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.

Un país que asoma su cabeza deforme en una
carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
esperabas.

Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.

Dibujamos una taza de café en el desierto.

Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.

Al final nos entregan los huesos de un perfume.

Aún así persistimos.

En alguna montaña vive un pez resbaloso.

Entre números rotos se desliza una estrella.

(Jorge Boccanera)

El mismo miedo, tan poca lluvia

Dice que fue el miedo, que te perdió por miedo, que la insolidaridad y el soborno fueron por miedo. Supongo entonces que todo fue miedo y que el amor, tanto el que quema como el que tranquiliza, también fue miedo entonces.

Tal vez todo fue miedo, pero sólo llueve al principio y al final de la película. Y yo estoy cansado de que siempre se alegue miedo en vez de reconocer la comodidad de llamar miedo a cualquier cosa que se interponga en nuestro camino hacia el confort.

Fue por miedo que Darín se acostó con otra que no eras tú. Supongo que por miedo escribió una novela, aceptó un trabajo que no le gusta y, por miedo, planteó un soborno en toda regla.

Pues bien Soledad, quiero que sepas que yo también tengo miedo y que todo lo que he hecho, incluso, todo lo que he dejado de hacer, ha sido por miedo. No quiero ser menos que los demás.

Vivo por el miedo a morir, amo por el miedo a perder a quienes amo, espero por el miedo que tengo a no tener nada que esperar. Como por miedo, bebo por miedo y hasta sueño por el miedo de no saber hacia dónde ir.

Aunque lo más patético es que escribo por miedo. Sí, como lo lees, Soledad, escribo porque tengo miedo de no poder decirle nunca a nadie algunas de las cosas que escribo. Espero que sea, por lo menos, una manera de empezar.

Lástima que no haya llovido ni al principio, ni al final de este texto. Con tan poca lluvia, las palabras de amor y las mentiras se resecan enseguida y acaban escurriendo, tiempo abajo, hacia el porvenir.

COLD IN HAND BLUES
y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo
(Alejandra Pizarnik)

Caramelo

Supongo que el caramelo existe porque vivimos de promesas. Llámale sueños, engaños, préstamos de ilusión, anticipos de infierno o de cielo. No es más que hervor de un azúcar, sólo es una masa pegajosa que se endurece al enfriarse. ¡Qué sería de cada caramelo si no tuviéramos, escondida en alguna parte, el alma esperanzada de un niño!

De diferentes sabores, de colores diversos, nos endulzan la vida un momento. Sólo un momento, desde luego, porque de todos es bien sabido que se nos pueden picar los dientes si lo paladeamos durante demasiado tiempo. Y es que los dientes de morder la rabia nos hacen mucha más falta que embelesarse un instante por la boca.

Como todo el mundo sabe que para una fiesta sorpresa, no son necesarios ni tarta, ni globos, ni llevar las uñas pintadas del mismo color que el bolso. Lo único necesario para ese tipo de fiestas es la propia sorpresa. Que no siempre acaba en caramelo.

Cuando una mujer se desmaquilla llorando delante del espejo, alguna renuncia anda suelta por su dormitorio. Quizás el miedo a que, después del caramelo, lo insípido del día a día resultara muy amargo o, tal vez, es que uno a veces se avergüenza de la altura de su vida. Siempre me he preguntado quién puede, y con qué cinta métrica, ponerse a medir la mía.

Y entonces hay que sacárselo de la boca, no contestar al teléfono, no acudir a la cita, simular que se tienen veinte años menos o dejarse cortar el pelo para que te toquen unas manos, como si así todo nos pesara menos.

Lo malo del caramelo es cuando llega a tu pierna y se te enreda en el vello. Hay que tirar con fuerza, un tirón enérgico, seco. Y aún así, todos sabemos que se enrojecerá la piel y habrá que frotarla durante un tiempo. Incluso, si la temperatura no es la adecuada, puede que nos quememos y nos deje marcas.

Todas las mujeres, y algunos hombres, saben cuánto duele. Es muy difícil hacérselo uno mismo, es tan fuerte la promesa del dolor del caramelo, que son pocos quienes se atreven a no pedirle ayuda a alguien más experto. Y, con todo, siempre duele.

No se puede hacer poco a poco. Un tirón seco, la piel enrojecida y, entretanto nos crece otra vez el vello, a ver si nos cae en la boca otro nombre del caramelo. Luego, a irse preparando para que nos rechacen en el siguiente casting, para la certeza de que los próximos tiempos difíciles están a punto de llegar.

Supongo que las promesas existen porque nunca nos dura lo suficiente ningún caramelo. Y porque el vello nunca deja de crecer.

EN TIEMPOS DIFÍCILES
A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.

Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.

Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lágrimas
para que contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.

Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmación, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos difíciles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construcción o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,
con su árbol obediente.

Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.

Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.

Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.

Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.

(Heberto Padilla, Fuera del juego, 1968)

Me gustaría leer
uno de los poemas
que me arrastraron a la poesía.

No recuerdo ni una sola línea,
ni siquiera sé dónde buscar.

Lo mismo
me ha pasado con el dinero,
las mujeres y las charlas a última hora de la tarde.

Dónde están los poemas
que me alejaron
de todo lo que amaba
para llegar a donde estoy
desnudo con la idea de encontrarte.

(Leonard Cohen, versión de Antonio Resines, La energía de los esclavos, 1972)