Vida hinchada

Decir espera es un crimen,

decir mañana es igual que matar.

LUIS E. AUTE

Puede ser cosa de la circulación y el colesterol, o que tengo retención de sorpresas desagradables, o que empiezo a padecer alguna clase de artrosis emocional y urbana. Además, llevo todo el día con un cierto temblor en los pasos que doy, que me hace tener calor y frío alternativamente. Quizás tenga fiebre, la propia de esta destemplanza del mundo.

Me están saliendo unas manchas oscuras en el futuro que tienen muy mala pinta. La tarde se me ha pasado en un asma, la noche me está durando un reuma, los párpados se me vuelven obesos y una pústula me araña la imaginación.

Tengo el deseo lleno de erupciones, como pintitas rojas que, aunque no me duelen, me pican salvajemente, y estoy a un tris de dejarme la tentación y las uñas largas y rascarme el porvenir hasta hacerme sangre si es preciso.

Es un cierto mareo, una sensación de tornillos aflojándose en el estómago, una fractura abierta en el corazón desmantelado. Un cólico de indiferencia, un espasmo de desafectación asistida, una indolora luxación de la felicidad y de su ausencia.

Es esta lumbalgia infinita de no saber si encajar bien el golpe o perder la respiración y la alegría en el intento. Esta jaqueca rebelde del «qué le vamos a hacer», esta asfixia amarga del «vaya por dios» y el ahogo de un «cuánto lo siento».

El caso es que esta noche me siento fatal por no sentirme mal. Supongo que será porque hoy no se me ha muerto nadie, a nadie tengo en la UVI de un hospital y la vida que me noto hinchada, entumecida y todo, siempre sigue…

Yo le diría, amor, yo le diría
que no esté tan seguro de su abrazo,
tan fuerte de mi pena,
tan firme de mi lágrima.

Yo le diría, amor, que no me duela
con la certeza de tenerme tanto
porque yo sé también cómo te pierdes
sin un reproche, sin una palabra,
a veces, casi, casi con dulzura
y de pronto, no estás. y no está nada.

Yo le diría, amor, yo le diría
que no se sienta fuerte de mi llanto,
que la pasión se hunde
como arena en el agua;
que tenga miedo, amor, como yo tengo
de la noche sin alba,
de las hojas que aún parecen vivas
y ya no tienen savia,
de ese momento cuando se atraviesa
el borde del espanto,
del despertar sin recordar siquiera,
del límite entre el muro y la esperanza.

Yo le diría
que llegará una tarde sin mañana,
la tarde en que la lluvia sólo es
agua:
apenas una cosa entre las cosas.

Y tengo miedo, amor. Y estoy callada.

(Julia Prilutzky)

Malestar

Esta sensación de estar hinchado, ocupando más volumen del que imagino, no estaba antes. Ni este modo de conversar en vano, ni este súbito interés por el precio de las habas o las carretas del Rocío.

Apenas puedo seguir el ritmo de las recurrencias domésticas, me pierdo en mitad del párrafo que dice «un primo hermano segundo de la cuñada del vecino de la tita», y me miro las puntas de los zapatos en defensa propia.

Cuando el ascensor se abre con parsimonia para dejar entrar aire y perder pasajeros, en cada piso veo un fotograma estático de rostros que miran a la cámara, pero no reconozco la película.

En el pasillo del autobús noto cómo se me aparecen muy lejanas todas las vidas que se me cruzan: la madre del niño negro que se ha tintado el pelo de rubio y se ha besado con otro pasajero, los paisanos desconocidos que hablan al ritmo de los frenazos…

La hija mediana de los vecinos que pasa de largo en busca de asiento, la otra mujer con rostro sonoro… La conversación de atrás me suena como si estuviese metido dentro de un agua, «ella dice que no se metió en el matrimonio, que ya estaba roto», «ya, si es que él había sido su primer novio»…

Casi pierdo la parada y sigo pensando, mientras pido por favor que no me cierren la gran puerta mecánica del mundo, ¿de qué me suena esa cara?

Que no tome leche, que se marea. Tiene que doler, si no ¿para qué le pongo la máquina?. Esto va para largo, hay que hacerse a la idea. Dios es muy grande, mucho más de lo que pensamos. Yo, después de tres años, todavía noto un aire que se me mete de vez en cuando en la rodilla operada.

He llegado, por fin en casa, con un extraño mareo, quizás el calor de esta tarde. Para cenar sólo me apetecía un buen plato de silencio y chocolate. Creo que me estoy poniendo enfermo, me habré intoxicado.

Será que me ha sentado mal algo que no he comido, que no he hecho o que no he visto.

ESTAMOS TAN INTOXICADOS UNO DEL OTRO…


Estamos tan intoxicados uno del otro
Que de improviso podríamos naufragar,
Este paraíso incomparable
Podría convertirse en terrible afección.

Todo se ha aproximado al crimen
Dios nos ha de perdonar
A pesar de la paciencia infinita
Los caminos prohibidos se han cruzado.

Llevamos el paraíso como una cadena bendita
Miramos en él, como en un aljibe insondable,
Más profundo que los libros admirables
Que surgen de pronto y lo contienen todo.

(Ana Ajmatova, versión de Jorge Bustamante García)