Saberse poquita cosa

Dejarse llevar por la desazón, por el desencanto, recibir lo cotidiano como limosna.

No hay que tomar grandes decisiones, no se trata de empujar hasta el abismo, no consiste en presionar contra la ausencia. Se trata de seguir haciendo lo mismo que te ha traído hasta la pesadumbre.

Degustar lo insípido de la relación que aun se sostiene vacilante, pero sin derribarla. Basta con prohibirse la ilusión que tiempo atrás señalaba los encuentros, las siglas, los mensajes inesperados.

Recibir cordialmente los donativos que ayudan a saberse poquita cosa. No protestar ante los impedimentos ni poner en duda las ganas del otro, saberse poquita cosa y aceptar que en cada vida siempre habrá mejores atractivos que nosotros.

No dar mucho pues, al saberse poquita cosa, uno entiende que no se puede pedir más. Pero agradecer, agradecer sinceramente, las dádivas que de tanto en tanto dejan caer en nuestras manos.

Para empezar a olvidar, hay que saberse poquita cosa y sobrellevar la lástima que se irradia. Nada como sentir la lástima de los demás para saberse poquita cosa. Nada como el óbolo de un mensaje sobre el calor que ya hace en este tiempo, para saberse, a ciencia cierta, tan poquita cosa como sea necesario para empezar a olvidar.

Memoria

No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.

A lo mejor no hubo esa tarde.

Quizá todo fue autoengaño.

La gran pasión
sólo existió en tu deseo.

Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.

(José Emilio Pachecho)

Poquita cosa (Chica Sobresalto, Oráculo, 2023)
(cantando con Ventiuno)

Nuestra hermana pequeña

¡Tin!

Cada conflicto tiene su campana, su timbre, su eco.

¡Tinnn!

Si sabes escucharlo, si existe el suficiente silencio, cada problema viene precedido de un estremecimiento. Un dolor que suena, agudo; que retumba, mínimo, en la estancia; que se propaga, tácito, sobre el corazón.

¡Tinnn!

Y el padre que falta. ¡Tinnn! Y la madre que se aleja. ¡Tinnn! Y la hermana pequeña que no habla. ¡Tinnn! Los pecados que se reproducen. ¡Tinnn! La carga de quedarse soltera allá dónde solo se traduce como triste.

¡Tinnn!

Y él se va, pero yo no puedo irme. ¡Tinnn! La vieja amiga que se muere. ¡Tinnn! El dolor de los chanquetes. ¡Tinnn! El peso de que la vida sigue.

¡Tinnn!

De un tiempo a esta parte, tengo miedo de las campanas, de los timbres. Me asusta mirar atrás y comprobar que nadie me sigue. Me horroriza no encontrar un túnel bajo las flores, me entristece cancelar un pasaporte vacío, me estremece ver lo solo que he llegado a estar.

¡Tinnn!

Cada conflicto tiene su campana, su timbre, su eco. Y cada problema tiene su conversación serena, sus párpados pálidos mirando a lo lejos, su risa nerviosa estallando en la habitación.

¡Tinnn!

Cada conflicto tiene su campana de inicio, su rezo silencioso, aunque no tenga solución. Aunque no haya arreglo para las ausencias, ni para las enfermedades, ni para la vida que le queda a los vivos después de una muerte. Cuando el único arreglo es encontrar un otro que te los dé por comprendidos.

¡Tinnn! 

A pesar de que estoy seguro de que nunca oiré mi campana definitiva, de un tiempo a esta parte, tengo miedo de los ruidos metálicos del triángulo y, cada vez que alguien rompe algún silencio largo, me quedo encogido, tenso, como esperando oír un tañido y una oración que anuncien el nudo, la tragedia, un urgente desastre o abran paso al pasado colándose en una metáfora.

¡Tinnn!

Algunas historias no se pueden cerrar. Y hay que aprender a caminar con ellas, abiertas, por la playa, cuidando de que las olas no te mojen los pies.

¡Tinnn!

Cada conflicto tiene su campana, su timbre, su eco. Y como ninguno es el último, no hay otra manera de terminar este texto.

¡Tinnn!…

Memoria
No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.

A lo mejor no hubo esa tarde.

Quizá todo fue autoengaño.

La gran pasión
sólo existió en tu deseo.

Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.

(José Emilio Pachecho)

Soy una mujer sin problemas
Todos lo saben
y entonces buscan mi compañía para charlar por las noches.

Sin embargo yo conozco a alguien que quiere morir en paz consigo mismo
y me produce estremecimientos, insomnio, soledad,
porque la paz conmigo misma sería una guerra sin fin,
dos o tres asesinatos inevitables y alguna entrega desmedida
que no entra en mis planes.

Sin embargo yo sueño por las noches
con un jardín inmenso donde los muertos se levantan para saludarme;
yo sueño con un hombre que me inquieta y como lo ignora
me habla amigablemente del resto del mundo
y de mis múltiples amores, tan simpáticos,
tan apropiados como tema de conversación.

(Juana Bignozzi)

En el parque

Soy y no soy aquel que te ha esperado

en el parque desierto una mañana

JOSÉ EMILIO PACHECO

Aún persigo tu sombra
por detrás de las gafas oscuras,
mirando ese ciprés huérfano de cementerios
que me susurra en no sé qué idioma
la indigesta letanía de lo lejos
que estás.

Pero yo te siento cercana,
jugando con las palabras en mi pensamiento,
haciendo gimnasia de mantenimiento en los artilugios
de color indefinido y dudoso gusto
que delimitan la ciudad de las edades.

Caen las hojas del calendario
como las páginas de un álbum de fotos
que me echa en cara tener más barriga
y que no se note que tengo menos miedo.

Otro color de pelo que conduce despacio
y me aparca en los límites de la vista,
me hace volver al teléfono
y darme cuenta de que ya es hora
de no seguir esperando tómbolas por hoy.

Me vuelvo a perder en tus ojos de niña
que sonríen todas las travesuras de los gestos
y miran el mundo y me lo enseñan
como misiles directos al corazón.

Tus ojos ya son el recuerdo de tus ojos,
tus besos la memoria de un año de mayo,
y aquel amor ha traspasado sin pasaporte
la frontera de los cinco segundos.

Me voy ahora, tomo los mandos de la noche
para recoger a tiempo las vidas de otro
cuyo último autobús sale a las once
y después me paseo un rato por la mía
que está aquí escrita en estas páginas.

Podríamos asesinarnos mutuamente
atravesando las tardes de parque
con un dardo envenenado de viernes
o de inmunidad diplomática,
pero yo no quiero perderte;
aunque algunas veces ocurra
que me disuelvo en redundancias
o en aguarrás.

COSAS EN COMÚN
Habernos conocido
un otoño en un tren que iba vacío;
La radiante, aunque cruel
promesa del deseo.

La cicatriz de la melancolía
y el viejo afecto con el que entendemos
los motivos del lobo.

La luna que acompaña al tren nocturno
Barcelona-París.

Un cuchillo de luz para los crímenes
que por amor debemos cometer.

Nuestra maldita e inocente suerte.

La voz del mar, que siempre te dirá
dónde estoy, porque es nuestro confidente.

Los poemas, que son cartas anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma muchacha que un otoño
conocí en aquel tren que iba vacío.

(Joan Margarit)