Llevo toda la mañana esperando que suenen las alarmas, que el día se espese y se doble por la mitad de la tostada o que los teléfonos resuenen más allá de las perchas ansiosas de sellos.
Estoy esperando el virus, la náusea, el delirio. He deseado un agobio de oxígeno, una tromba de melancolía que retumbe en los cristales, una noche interminable de decepción.
Pero no ha sido la tragedia, sino la lluvia, la que me ha entreabierto el corazón hacia las persianas y no he dudado en atender a su agua sin pasar de largo hacia el mediodía. Y he intentado sentirme solo, y triste de mar y herido de incertidumbre.
He visto que no puedo y, precisamente, porque no hay dos vidas iguales, porque no puedo dedicarte esos mismos minutos que tú me dedicas, he tenido que inventarme estos otros, distintos. Unos minutos que te devuelvan el vello de punta y te hagan marcar teléfonos en las sábanas y brindar con ojalás que se perdieron en la memoria.
Tienes razón, sólo vendo humo, lo sé. Y me gusta hacerlo y me gusto haciéndolo y lo sé. Y tú ya hace mucho que te diste cuenta. Lo que no sabes, lo que no puedes creerte, es que, mi humo, no… Mi humo no se lo vendo a cualquiera.
Sólo a quien, como tú, sabe tornearlo como garabatos y deshacerlo en aire.
(la vida es insomnio, noviembre, 2011)
EL AIRE HUELE A HUMO
A Gabriel Celaya y a Amparo Gastón,
(José Agustín Goytisolo, 1992)
Oferta
Trabajo fijo, vecinos amables, cara de buen chico, fama de no haber roto nunca un plato y barriga con cicatriz.
Un puñado de letras, algún que otro poema bueno y muchos cuentos. Apariencia de calma, angustia interior, nervios en el estómago; principios ilusos, pero todavía aprovechables, manos que saben sudar suavemente y miedo por todos los poros.
Pereza, nostalgia, sensación de vacío y canciones aprendidas de memoria. Un hueco infinito en el pecho, un corazón adormecido, ganas de volar revueltas con vértigo… y humor absurdo, pero fino.
Le gustan el chocolate, la complicidad de los gestos y el vino. También le gusta la magia, pero no es practicante. Busca algún futuro, ahora, tan a destiempo, con un sexo sentido. Piel suave y mucho vello. No le gusta afeitarse los días que nadie le toca, que son muchos.
Miope, pero sabe mirar a lo lejos. Tiene la vista cansada de las pantallas y los dedos turbios de remover el azúcar en la taza. Le gusta mucho jugar, especialmente con las palabras. Escucha bien a los demás, pero se oye regular a sí mismo.
Y padece insomnio, pero ya no le hace sufrir no poder dormir. Lo que más teme en este mundo es perder la memoria y las ganas de soñar. La muerte de los demás le asusta más que la suya propia.
No baila, porque suda mucho y se siente feo con todo el mundo vestido de guapo. No es bueno para el trabajo pesado y no sabe ni colgar un cuadro.
Tiene querencia a las tablas, le gusta ser optimista, no le importa parecer tonto -para irse haciendo el cuerpo por si acaso lo fuera- y está más despierto de noche que de día.
Y con este equipamiento, tengo en el almacén desde hace tiempo a un tipo que adora los imposibles, pero que nunca los consigue, por definición. Lo vendo barato, está de oferta.
Me vendo barato porque ya no me sirvo, porque hay que dejar sitio y quitarse las telarañas. Me vendo barato porque ahora, ya, quiero ser otro mejor y, en tanto que ande conmigo encima, nunca lo conseguiré.
(la vida es insomnio, julio, 2012)
Pintor que me has pintado en este cuadro vago de la vida, tan bien, que casi parezco de verdad; ¡ay, pínta- me nuevamente, y mal, de modo que parezca mentira! (Juan Ramón Jiménez, Ceniza de Rosas, 1912)
Cuando ella argumente que fingió sus gemidos, ¿notarás como si tu orgasmo se redujera a un suspiro y empezara a parecerte más ridículo el primer beso?
¿Se ajarán las rosas, amargará el vino, si descubres en la copa la huella de otros labios? ¿Parecerá su piel menos aterciopelada porque otras manos pasaron antes por donde tú las pasas?
El día que me digas «no te quiero», ¿todos los «te quiero» recibidos romperán su crisálida de tiempo y las mariposas saldrán convertidas otra vez en gusanos? ¿Por qué tiene que ser más sincero quien te dice lo rara que te queda la falda que yo cuando te digo lo guapa que te veo?
Aunque tú hubieras fingido, yo sé que mi corazón galopó cuesta arriba como un loco. La mano que mece las rosas y el sabor del vino me alegraron la vida, por lo menos durante una aspirina y quince días. No porque la botella se acabe, me parecerá que el vino era malo.
La piel que deseó que fueran mis manos las que la recorrieran fue mi hogar, aunque al cabo de un rato la habitaran otros dedos. He sentido las mariposas en el estómago haciéndome cosquillas, aunque a ti te huela a que sólo estoy practicando un ejercicio de equilibrismo.
Parece que sólo pueden ser verdad las palabras que te incendian el corazón y reducen todo a cenizas, las que tiran el castillo y dejan el suelo mugriento de barajas. Pero las que nos hacen flotar, las que nos hacen levantarnos por la mañana, bah, esas, tarde o temprano, se volverán mentira y las odiaremos profundamente al dar con la rodilla en el suelo.
Hay que tener cuidado con donde se pisa porque, si alguien nos dice, con voz grave y circunspecta, que nos va decir la dura verdad de que estamos pasando por encima de brasas encendidas, enseguida dudaremos si se nos están quemando los pies; aunque antes del anuncio nos pareciera que paseábamos por entre algodones perfumados.
Sólo es real el infierno. Nada es verdad sino los demonios. Hasta los ángeles multiplican las veces en que alguien les hizo parecer gilipollas. Y con que una sola de esas veces sea cero, el resultado se anula y se les caen las alas y besan el suelo.
Supongo que porque no soy ángel ni demonio, prefiero vivir en las sumas. Más allá del infierno, infinitamente más allá de la memoria, estoy convencido que yo he sido verdad cuarenta y ocho años. Y digo que he sido verdad, no que haya estado en lo cierto.
Me tengo terminantemente prohibido multiplicarme por cero. Y si hubo quien me engañó, o muchos, sólo tengo que averiguar el nuevo resultado con un sumando menos y un sigue más.
SUS HORAS SON ENGAÑOTriste es el territorio de la ausencia.
Sus horas son engaño desfiguran ruidos olores y contornos y en sus fronteras deben entenderse las cosas al revés.
Así el sonido del timbre de la entrada significa que no vas a llegar una luz olvidada en el piso de arriba es símbolo de muerte de vacío en tu estancia rumor de pasos cuentas que te fuiste y el olor a violetas declara el abandono del jardín.
Y en ese mundo ¿qué debí hacer yo príncipe derrotado rey mendigo sino forzar mis ojos para que retuvieran aquel inexpresable color miel suave y cambiante de tus cabellos? (José Agustín Goytisolo, Final de un adiós)
LA CHICA MÁS SUAVE Perteneces -lo sabes- a esa raza estafada que el dolor acaricia en los andenes.
Medio mundo de engaño conociste y el resto fue mentira.
Has llegado hasta aquí huyendo de mil días que pasaron de largo.
Has llegado hasta aquí para mostrar a todos tu inefable pirueta, ridículo equilibrio, ese nado a dos aguas, piedra de escándalo, ese triste espectáculo que ofreces, esas gotas de miedo que salpican tus insufribles lágrimas.