Al olvido

Hemos aprendido tanto en tantos años más por los tantos años que por el interés que pusimos que, llegado un cierto momento de la vida, nos damos cuenta de que no todo aquello que aprendimos nos sirve. Es más, diría que es tan poco lo que realmente nos sirve, que hemos perdido neuronas tontamente.

Son muchas las inutilidades largamente practicadas que vamos arrastrando sin apenas darnos cuenta: el rollo aquel de las raíces cuadradas (y también el de las redondas), las capitales de países que dejaron de ser hace tiempo o aquella letanía que se empeñaba en que no nos dejáramos nada en el plato porque pobrecitos los negritos el hambre que estaban pasando.

En eso consiste desaprender, en revisar toda aquella información de obligado trato que establecían las autoridades incompetentes, los libros de texto de las editoriales de moda que siguen siendo las mismas y todos los mamarrachos con gorra o con tonsura progres incluídos que no sabían ni encontrarse el culo con las dos manos.

Me he dado cuenta de que hay que procurar, cuando menos, ponerlo todo en duda, seriamente, o mejor aún, ponerlo en duda con humor y por reducción al absurdo, que es la manera más sana de hacer la digestión de las ruedas de molino que nos hemos tragado.

Tengo la esperanza de ser capaz de revisar las decisiones que he ido tomando, de cancelar las bajas calificaciones que le otorgo a la vida propia y dejar de creerme todo lo que me dicen los papanatas de distintos grados de soberbia con los que me tropiezo.

Revisar lo que sirve y tirar al olvido lo que no. Al fin y al cabo, en esta vida todo es mudanza y nada se pierde y todo se transforma.

MUDANZAS

A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.

Fabio Morábito

Al olvido (Elefantes, Somos nubes blancas, 2005)

Todo se transforma (Jorge Drexler, Eco, 2010)

Teléfono

Todo lo que escribo es cierto en el momento en que lo escribo, si bien también es cierto que al mismo tiempo es mentira. Porque todo lo que escribo ya lo escribieron antes otras y otros, con el mismo estilo o con uno diferente según la época o el siglo, con las mismas palabras consabidas o con palabras más antiguas, de aquellas anteriores a la extinción de los sinónimos.

Así, golpe a golpe, texto a texto, voy rellenando los huecos que me quedan en este papel lleno de tachones en que consiste mi vida y en esta conversación ininterrumpida que a veces sucede por teléfono.

Entonces, cuando se revisa la biografía —un ataque de nostalgia, una duda empedernida, un silencio interminable— el teléfono te devuelve el error exacto de la camiseta que no llevabas aquel día, la pregunta que dejaste respondida a medias, el punto escapado de su renglón y todas las comas mal puestas en cada frase de amor franqueadas en destino.

Todo lo que pongo detrás de un buenos días está siempre confundido con su correspondiente mentira o, en el peor de los casos, aturullado alrededor de supuesta literatura. Pero me consuela pensar que también a los antiguos escribas les salían torcidos los dibujitos de corazones que pasaban como un secreto a sus amores sin correspondencia en su papiro dobladito.

Nunca he dicho escrito nada nuevo y todo lo que he escrito dicho acabará siendo mentira cuando los números de teléfono de la esperanza cambien nuestros dígitos y cada llamada se resuelva en un problema de cobertura.

A pesar de todo, entretanto llegan los finales posibles y ya conocidos, quiero seguir llenando de siglas los siglos que vivo pendiente del aparato y de su nivel de batería, deseando que inventen un chip portentoso que nos permita comunicarnos con el pensamiento.

Porque entonces sabrás, a ciencia cierta, que no es mentira lo que te escribo y que no necesito teléfono para decirte siempre lo que siempre decimos todos, eso que siempre te digo.

Telefonía (Jorge Drexler, Salvavidas de hielo, 2017)

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