Este blog ya puede girar la cabeza, meterse el pie en la boca, balbucear gorgoritos. Tender las manos al aire esperando un abrazo tierno, o incorporarse en la cuna cuando está boca abajo.
Le duele la boca porque empiezan, por debajo de las encias, a inquietarse los dientes que luego serán un arma y más tarde un punto débil, y luego un bolsillo roto. Babea un poco, todavía, y le gusta morder, pero sin sangre ni excesivo celo en la operación.
Creo que podría ir tomando alguna papilla, sin gluten primero, por si acaso; e irle introduciendo después fruta blanda.
Voy a ponerlo a jugar delante del espejo para que vaya aprendiendo a reconocer su propia imagen y la distinga de otros rostros que aún tiene guardados en la memoria.
Que tal vez son los que le interrumpen el sueño, aunque debería dormir de un tirón toda la noche, pero aún no lo ha conseguido. Y quizás, con el calor que está por venir, siga sin conseguirlo. Pero, ciertamente, ya no necesita la presencia de nadie para conciliar el insomnio.
Debo irlo vacunando, si bien pincharle es un asunto que me da un poco de pena porque, tan pequeño como es, no entiende las agujas y su mecanismo contradictorio. De hecho, nadie entiende bien que para curarse haya que sentir dolor, aunque, con el tiempo, uno lo acaba aceptando.
Aguanta ya un ratito sentado, y le fascina estirarse en el suelo en busca de sus juguetes favoritos. Comienza a ser consciente del entorno y, cuando le tapo la cara con un pañuelo, mientras jugamos a las letras, se lo quita y sonríe como si fuese inocente.
Somos lo que aprendemos y en seis meses ha aprendido mucho. No obstante, ya traía aprendido, desde el escondite en el que fue gestado, tres o cuatro cosas importantes: que aunque nunca se escribe lo que se desea escribir, siempre se lee lo que se quiere leer…
Que cualquier palabra pasada fue mejor y, sin embargo, siempre aparecen nuevos modos de pronunciarla. Que cada luego tiene su entonces y que cada entonces tiene su después. Que adiós y olvido son dos lugares distintos y muy alejados el uno del otro.
Estoy deseando que se le afine la vista y sea capaz de distinguir el cielo del mar, que aprenda a localizar el horizonte y comience a aprender lo lejos que está, ahora, todo lo que tiene que llegar tarde o temprano.
Pero con seis meses tan solo, no hay que precipitarse. Todo lo grande de este mundo empezó siendo pequeño, hay que tener paciencia.
Y pronto, espero que muy pronto, consiga pronunciar mi nombre.
Poética
A Aurora de Albornoz
Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras porque también manchase su ropa en la tardanza de luz y libertad: esa tierna venganza de llevarla por calles y lunas prisioneras.
Luego nos visitaba con extraños abrigos, mas se fue desnudando, y yo le sonreía con la sonrisa nueva de la complicidad.
Porque a pesar de todo nos hicimos amigos y me mantengo firme gracias a ti, poesía, pequeño pueblo en armas contra la soledad.
Hoy no ha sido el mejor día de mi vida. Son eventualidades reales a las que uno se tiene que ir acostumbrando. Son contingencias que hay que tener presentes, riesgos que nadie puede calcular exactamente. Son posibilidades familiares, es cierto, pero no es conveniente dejarlas dormir en nuestra misma cama.
Siempre hay un amigo muy enfermo, un ser querido pendiente de una analítica, una amiga a la que le duelen los huesos, un pasajero del autobús que se enfada, unos vecinos que se gritan a coro y se mandan hacia la sodomía conceptual.
Puede suceder una mancha que aparece en la piel, una espina clavada de haber podado los rosales, un jardín lleno de yerba, un repuesto del frigorífico que no se encuentra, una agenda que no permite coincidencias, una ausencia que se deja sentir a las horas en que el sol acaricia suavemente la tarde sobre el patio.
Por todas partes acecha una nariz inoportuna que no nos deja encajarnos en un beso, una larga espera en la consulta abarrotada. En cualquier momento puede llegar una llamada desconsolada, una tentación irresistible para la dieta, un cigarro encendido sin darnos cuenta, un pájaro que mancha la ropa tendida, un rato de silencio insufrible. En cualquier momento podemos perfeccionar nuestros peores defectos.
Hay ratos en que puedes notar cómo te muerde alguna palabra que no has dicho, cómo encuentras una asfixia en cada respuesta que no te dan o sucede que no puedes escaparte de la insoportable publicidad de los días señalados para regalo. A veces, de repente, llueve mientras almuerzas al aire libre o, sin la más mínima sospecha, descubres que aquello que pronunciaste como quien regala un caramelo, se convierte en ácido que le hace saltar lágrimas a los niños que se lo comieron.
Tantas cosas pueden salir mal, tantas cosas buenas pueden no suceder. Quizás mañana tampoco sea el mejor día de mi vida pero, sin embargo, tengo diez motivos para esperarlo con verdadera alegría.
EPIGRAMA Sueño y trabajo nos costó saberlo: ternura es patrimonio de los rojos.
Pero los rojos, Claudia, en estas noches bárbaras, sólo somos tú y yo.
(Javier Egea)
LA TRISTEZA No te asustes por mí. No me habías visto -¿verdad?- nunca tan triste. Ya conoces mí rostro de dolor; lo llevo oculto y a veces, sin querer, cubre mi cara.
No temas, volveré pronto a la risa- -Basta que oiga un trino, o tu palabra-.
No te preocupes que ha de volver pronto a florecer intacta la sonrisa.
Me has descubierto a solas con la pena e inquieres el porqué. ¡Si no hay motivo! Cuando menos se espera, el aguacero cae sobre la tranquila piel del día.
Así ocurre. No temas, no te aflijas, no hay secreto, mi amor, que nos separe.
La tristeza es un soplo, o un aroma, para llevarlo dulce y suavemente.
No te quejes de mí. Yo estaba sola y vino ella, y quiso acariciarme.
Déjanos un momento entretenidas en escuchar los pasos del silencio y sentir la tristeza de otros muchos que no tienen amor ni compañía.
Como en una pequeña historia de amor, al principio no sabes de dónde viene, ni cómo ha aparecido. Suele suceder que nadie se explica nada, que solo se siente, que se está como fuera del mundo y del tiempo. Que en un sólo rostro sucede todo lo que importa.
Luego nos hacemos adolescentes que juegan, como en una corta historia de amor, con gestos incontenibles y palabras desmesuradas para la edad que se tiene. Vienen sueños revueltos, se imagina y se inventa, las leyes de la física no tienen validez. Y el azar se pone de nuestra parte y nuestra parte pone los dos pies en el día de mañana.
Nos vamos conociendo irremisiblemente, jóvenes alocados que se toman la sensatez como píldoras de la realidad que nos decepciona. Aprendemos cuánto vale un sí, lo poco que dura; y cómo duele cada no y la longitud de su eco. Dejamos un pie en mañana, el otro queremos que pise hoy y casi nunca se logra. Pero, como en una tierna historia de amor, todavía manda la inconsciencia de seguir el camino hasta donde nos lleve.
Adultos ya, dejamos de esperar y queremos que llegue todo ahora. Pedimos cuentas, exigimos resultados, aplicamos leyes contables que no habíamos escrito o, si hay suerte, suscribimos tratados de no agresión. Como en una trágica historia de amor, descubrimos la infidelidad de no haber sido quienes creíamos ser. Pintamos la verdad con lágrimas y rabia, la gran estafa del mundo nos transforma en cínicos cuando descubrimos que algunos sueños duelen más que la realidad.
Y luego todo es recordar o perder la memoria, retrasar el deterioro, sobrellevar la impotencia. Ancianos que esperan lo irremediable deseando que tarde en llegar, cuando todo lo que se mastica sabe a ceniza, cuando, como en una antigua historia de amor, se nos infecta aquello que no hicimos y que ni siquiera sabemos por qué.
Recostados sobre el ayer, asustados por el goteo de aquello que se nos va yendo y ensordecidos por el torrente de todo lo que ya no llegará, sólo queda pedir que el tercer acto sea rápido y nos dé tiempo, una vez, por fin, a tener las riendas. Como en una amarga historia de amor, nos gusta legar a quienes nos importan eso que ya no nos importará, eso que ahora nos preguntamos si realmente era lo que importaba.
No sé bien de qué te estoy hablando. Porque confieso que hay ratos en los que no sé distinguir si nuestra vida es una corta historia de amor o si es que nuestra corta historia de amor es la vida. Ni consigo aclararme si la edad que tenemos es la que creemos tener.
Aunque te digo que esto: saber bien lo que me espera, tener la certeza de que, aquello que durante tanto tiempo se deseó alcanzar, luego pasa como un soplo y se acaba con amargura, es el antídoto que empleo contra la impaciencia.
Ese antídoto que tú me pides y que, en el fondo, no quisiera darte. Porque es, precisamente tu impaciencia, ese hueco en el que siento que mi corazón late con más fuerza. Con tanta que, a veces, se me olvida tomarme la pastilla.
LO QUE PUEDA CONTAROS… Lo que pueda contaros es todo lo que sé desde el dolor y eso nunca se inventa.
Porque llegar aquí fue una larga sentina, un extraño viaje, una curva de sangre sobre el río, mientras todo era un grito y ya se perfilaba resuelto en latigazos el crepúsculo.
Las historias se cuentan con los ojos del frío y algún sabor a sal y paso a paso -lengua y camino- porque la sangre se nos va despacio, sin borbotón apenas, desmadejadamente por los labios.