
Desde dentro cualquier guerra parece un juego de niños con pistola. Un balón que se arrebata, una estrategia comercial alrededor de un pozo.
No hay tiempo para pensar en la barbarie y en las ruinas. La vida se resume en acertar el lado por el que sortear las vacas muertas.
Uno se olvida de que el traductor tiene familia en el centro del huracán y los días pasan transitando caminos polvorientos en busca de una cuerda.
Porque una cuerda que se rompe es la clave del drama, una pelota escondida en la masacre, un perro condenado a muerte por soledad.
Porque tu ex aparece para recordarte que jugar es lo que haces siempre, como si la vida no fuese en serio y pudiera pararse la guerra para elegir entre salmón y beis.
He empezado diciendo desde dentro porque suele confundirnos la rutina de los días, el devenir de los acontecimientos se empecina en no dejarnos mirar alrededor y nos parece estar dentro. Pero cuando todo, la bandera, los cadáveres, el perro, desaparecen al compararlos con una cuerda, la realidad es que estamos fuera.
Es difícil distinguir entre ser espectador y cooperante, tan difícil cómo saber si estás fuera o dentro, tan complicado como querer entrar estando fuera, tan jodido como querer salir sin que se enteren los vecinos.
Supongo que hay que mirar alrededor e imaginar lo que pasaría si uno abandonase la trama, hacia dónde cambiaría de sitio el dolor que se rezuma. Supongo que poder abandonar el campamento, poder salir a la calle mientras suben los títulos de crédito, te coloca fuera del todo aunque haya un pellizco del corazón que se te quede doblado.
Supongo que volver cada uno a su vida es síntoma de que un día perfecto no puede ser perfecto si no desemboca en otro más perfecto todavía. Y aunque reconozco el mérito, el gran mérito de querer quedarse, de creer que se ayuda, entiendo que poder irse lentamente es lo mismo que estar fuera.
Uno nunca sabe dónde está. Y siempre sobrecoge creerse dentro y averiguar que se está fuera, completamente fuera, tan lejos… que ni siquiera es necesario irse: basta con colgar el teléfono.
O dejarse llover, como se deja llover esta mañana de domingo de otro día perfecto.
Un día en la penumbra te enamoras de tu amor imposible.
Una breve charla, si acaso una mirada, una sonrisa leve,
un levísimo guiño inolvidable
y cae el azul entero de cielo sobre tu alma
y desfalleces de la dicha,
llueve la luz en tus adentros.Sabes que es un amor imposible.
Sabes que no hay manera de cruzar una vida con la otra,
que, acaso, fue una fortuna que un día tocaras a tu amor imposible.Pero también sabes que es imposible tu amor,
que no lo verás más,
que el amor que le tienes a tu amor imposible
no necesita a tu amor imposible,
que amas a una quimera que un día se encarnó debajo de la piel
más lejana y que más amas.(Darío Jaramillo Agudelo)