Malos tiempos para la onírica

No puedo dormir.

Escucho el ruido de un grifo goteando,
desangrándose por yo qué sé desagüe,
no sé si mal cerrado o roto.

Hay un motor en la nevera que alienta el frío
junto a otro que, al acallarse, lo espanta,
y acuerdan los dos en discutir noviembre
justo debajo de mi almohada.

Un gato que maulla a deshoras y a la luna
le ladra un perro, tal vez asirio.

La mosca que sigue con su tarea infinita
ignorando que ya se acabó el verano.

Doy vueltas entre las sábanas
como una pieza de puzle que no encaja
en el hueco que queda en el tablero.

Tampoco consigo quedarme despierto.

En esas horas en que coinciden
la nieve, la sombra y el incendio,
van deshojandose todas las margaritas
en riguroso orden alfabético.

No puedo dormir. Y si bien es un estruendo
roncar minutos, toser pensamientos,
que los desencantos estornuden de cinco en cinco
y se me queden las manos muertas
de tanto abandonarlas a la redondez de las pastillas,
lo terrible es el silencio.

No puedo dormir y, sin embargo,
lo que me duele es la ausencia de sueños
que me impide dibujarle al mar una isla
en mitad de sus naufragios.

Malos tiempos
para tener el corazón equivocado.

Abandonados
Tocamos la noche con las manos
escurriéndonos la oscuridad entre los dedos,
sobándola como la piel de una oveja negra.

Nos hemos abandonado al desamor,
al desgano de vivir colectando horas en el vacío,
en los días que se dejan pasar y se vuelven a repetir,
intrascendentes,
sin huellas, ni sol, ni explosiones radiantes de claridad.

Nos hemos abandonado dolorosamente a la soledad,
sintiendo la necesidad del amor por debajo de las uñas,
el hueco de un sacabocados en el pecho,
el recuerdo y el ruido como dentro de un caracol
que ha vivido ya demasiado en una pecera de ciudad
y apenas si lleva el eco del mar en su laberinto de concha.

¿Cómo volver a recapturar el tiempo?
¿Interponerle el cuerpo fuerte del deseo y la angustia,
hacerlo retroceder acobardado
por nuestra inquebrantable decisión?
Pero… quién sabe si podremos recapturar el momento
que perdimos.

Nadie puede predecir el pasado
cuando ya quizás no somos los mismos,
cuando ya quizás hemos olvidado
el nombre de la calle
donde
alguna vez
pudimos
encontrarnos.

(Gioconda Belli)

Mapa de los sonidos de Tokio

Esa fue la primera vez que rieron juntos, quizás ahí empezó todo. Pero ¿cómo matar a un hombre que siempre está en el cine? ¿cómo amar a una mujer cuando es tan feliz que no puede soportarlo?

Esta es la historia de un silencio larguísimo, brevemente apenas interrumpido por algún que otro monosílabo susurrado. Es como trabajar de noche en el mercado en algo que te permita no pensar.

El argumento ya está visto, porque amar y matar son las dos alas de un mismo pájaro que vuela sin hacer ruido, porque ella siempre necesitaba más pero es que él no supo entenderla. ¿Acaso no te suena el estribillo de esta canción? En eso estoy contigo, entre el silencio y la distancia.

Cómo puedes saber lo que busco si nadie cambia, si tengo cara de entender de vinos. Puede suceder que quien te muere te ama y quien te ame te muera. Supongo que los discursos no te hacen gracia; y las preguntas tampoco. Parece ser tarde desde el principio.

El silencio no consiste en distancia, no estoy de acuerdo contigo, aunque no es tanta la diferencia. Ausencia de palabras hay también cuando se entrecruzan las manos y las bocas entre sí o sobre un sexo desprevenido. Ausencia de palabras cuando dormimos abrazados, cuando tu cabeza se va dejando pesar lentamente sobre mi pecho. Silencio cuando aparecen los otros desde el teléfono o el último programa pospone una discusión ante los anuncios.

Por eso no lo creo; es más bien que la distancia se camufla en un silencio disperso, siempre incómodo pero asumido, desvaído entre el clima y sus goteras, el eco de las enfermedades y la desclasificación de los camareros.

Pero el silencio no es distancia, porque hay cosas que se dicen sin mover los labios, porque si es verdad que da muchos problemas ser sincero, tantos también como no serlo y tantos como creer que no lo es el otro.

La vida puede ser un metro que no nos lleva a ninguna parte, excepto quizás hacia un momento en donde la vida deja de parecer ficticia. ¿Si le hubieras dicho que la querías, habría sido todo distinto? Me parece que siempre fue tarde desde el principio. Acaso tu silencio me pedía que te diera algo más que mi silenciosa compañía.

El silencio no es distancia, la distancia es el frío. ¡Qué noche tan espléndida, tan negra, tan magnética, para decirlo! Hay alguien aquí que tiembla.

Caminos del espejo
XII

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola.

Hay alguien aquí que tiembla.

(Alejandra Pizarnik)

Nunca te volveré a regalar un paraguas

Elijo el color y el envoltorio. Rebusco la razón, una verdad, el mensaje escrito en mi puño. Sofoco una noche, desvelo un suspiro y espero que llegue una tarde antes de que sea tarde.

Entonces te regalo un paraguas para que puedas ir sola bajo la lluvia. Sola o con quienes quieras, que eso no depende del número ni del tamaño, sino de lo juntas que se pongan las cabezas mientras se anda mirando al suelo para que no salpique el agua de los charcos al pisar.

Es cierto que hay doce razones para todo y que también hay doce razones para todo lo contrario. Por eso sé que se puede considerar mezquino un paraguas, que se puede pintar de frío cualquier latido de un corazón desentrenado, que es sencillo calificar de cobarde a quien no te ata a la pata de la cama.

Pero regalar consiste en practicar un cierto malabarismo contra las decepciones, como bailar en la finísima línea que separa la maravilla que salva vidas del desacierto más estrepitoso. Regalar es exponerse a que los cerdos nos echen todas sus margaritas o a que las margaritas nos acusen de comprar perdones futuros o pasados.

Vemos lo que creemos, cada uno ve el mundo como se lo imagina. Ocurre que a veces el efecto no es el que uno esperaba y, al desenvolver el regalo, uno le escucha al otro decir un gracias tibio, imaginario, casi inhóspito. Un agradecimiento cínico o, lo que es peor, impregnado con la certeza de que por dentro hay escondida una puñalada con ganas de darse.

Cuando eso sucede, tengo que respirar hondo, tres veces seguidas, muy despacio. Entonces la ternura (que es como yo te imagino y es por eso que así te veo siempre) vuelve a inundarlo todo y recuerdo claramente que te regalo un paraguas para que puedas ir sola bajo la lluvia. Sola o con quienes quieras.

Y decido, más convencido que nunca, que claro que  te seguiré regalando paraguas. Ni siquiera es necesario que llueva como hoy ha llovido, como tiene que seguir lloviendo tantas veces de ahora en adelante.

Muy al contrario que en el resto de las cosas que te digo al oído, en ésta, la única mentira está en el título.

LA CASA
Llegó el momento de partir
el hogar en dos.

Bien:
comencemos por los rincones donde las arañas
tejieron también su historia.

Hablemos de los muros y sus cuadros.

¿Cuál eliges?
¿El del día de la boda,
el retrato de la niña
o el de vacaciones en verano?
Quiero el antiguo bodegón
para recordar las comidas familiares.

Mira la casa:
permanece ahí de pié
pero sin alma.

¿Con cuál alcoba deseas quedarte?
¿Aquella donde los gemidos
algunas vez fueron música perfecta?
¿O el cuarto azul
donde echó raíces la cuna para siempre?
¿O el jardín
donde todavía se columpian las sonrisas?
Deseo la terraza,
esa roja plataforma de minúsculos ladrillos
donde lluvias y palomas encontraron su refugio,
donde todavía transpiran las estrellas
y no hay sombra que oculte los engaños.

Te regalo los espejos
saturados de susurros, ecos familiares,
desfigurados rostros
que hoy se desangran en reproches.

Pero tienes razón:
tal vez aquí ya nada nos retenga.

A la frontera tal vez llegamos
entre el amor que vacila y las cenizas.

Viéndolo bien,
no puedo partir en dos la casa:
te la regalo toda
con todo y promesas de futuros sublimes.

Como cortinas viejas
te regalo lo que queda:
este cielo sombrío
y este desvencijado viento
que dejaste al cerrar la puerta principal.

(Lina Zerón, Vino Rojo, 2003)

MUDAR DE PIEL
Lo difícil es mudar de piel
la primera vez.

Después…
Oteas como un diafragma fotográfico
el cuerpo, su intemperie
luego las clandestinas caricias
las voces en murmullo,
los besos tras la puerta
que te obligan a buscar una isla blanca
en marejadas de olvido.

Al mudar de piel vuelves a sentir,
te izas como vela.

En tus sábanas blancas
el mundo es tuyo otra vez.

Lo más difícil es arrancar raíces,
dejar trozos del rompecabezas.

No colgar el bolso de cuero
cuando ves la cama vacía…

Sabes que emigras a una nueva piel.

(Lina Zerón, La spirale du feu, 1999)

Tápame

En mitad del mes de julio
de este trozo de sur desubicado que soy
hace el mismo frío sin ti
que cuando noviembre llovía palabras tristes
enredadas entre sofás y cementerios.

Es tan escaso el entreacto, tan breve el requisito
de tener secuestrado al mundo tras la persiana,
tan exiguo el orificio de los relojes
por el que cabe la placidez de tu mirada,
tus labios entreabiertos sobre la tarde,
tus zapatos descansando bajo mi cama,
que el frío toma la forma cóncava
de un candado cuya llave
nadie consigue encontrar.

Y volver luego, desarmado de tu piel,
al aroma traidor que espera agazapado en la penumbra,
al telediario de postre y su amianto,
al sofá de una sala que siempre es de espera
llena de huellas que huyen en la nieve.

Y buscar acomodo en este frío que me empuja
hacia hombres y mujeres y viceversa,
que me saca los colores de las cortinas
para obligarme a salir del andén mientras me convenzo,
vamos muchacho, muévete, no te quedes ahí parado,
que el tren de la nueva vida solamente descarrila
tres o cuatro veces al mes.

Estoy sudando en plena noche y, sin embargo,
hace el mismo frío sin ti,
cada latido es un vaho invisible que se dispersa
sobre este frío húmedo y ausente
que me cala hasta los sueños
y no me deja dormir.

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a tus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.

Pero ya no habrá tiempo de llorar.

ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón:
Hace frío sin ti,
pero se vive.

(Roque Dalton)

Porque esta noche duermes lejos
y en una cama con demasiado sueño,
yo estoy aquí despierto,
con una mano mía y otra tuya.

Tú seguirás allí
desnuda como tú
y yo seguiré aquí
desnudo como yo.

Mi boca es ya muy larga y piensa mucho
y tu cabello es corto y tiene sueño.

Ya no hay tiempo para estar
desnudos como uno
los dos.

(Roberto Juarroz)

Historia mínima

Puede torcerse la noche
y quedarse enredada en tu pierna
mientras sueñas y no vives
y hace frío y calor al mismo tiempo.

Algunos «buenos días», luego,
son capaces de curar la artrosis
o edificar un día memorable
desde los cimientos de la palabra.

Pero por desgracia
también acechan turbiamente
los «lo siento» que anuncian
que ya nada volverá a ser
como era antes.

Todo tiene consecuencias,
no en vano cada causa origina
un remolino en el agua,
todo vendrá sucesivo,
poco a poco desatado,
como una historia mínima
que se extingue,
se deshace
y se acaba.

CUANDO YO SOY AUN LA VIDA
La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.

Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.

Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.

Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.

(Francisco Brines)

No estoy haciendo nada

Me pongo a parir de nalgas alguna frase que se me atranca, ordeno los cubiertos en su casilla de salida para el festín o calculo la posibilidad asintótica de una lavadora de oscuros. Y mientras pienso en ti.

Hay momentos que me ocupan olvidando un desastre o contando los minutos que faltan hasta la próxima cita. O recoloco papeles en un desorden tan alfabético como ese en el que estaban. Y mientras pienso en ti.

A menudo experimento el silencio y lo comparo con el ruido de una estación a las cuatro de la mañana, como si pensara en ti. O sigo el hilo de una canción aprendida de memoria que me hace pensar en ti.

A veces me rasco la espalda cuando me aflige el picor de la ausencia y pienso en ti. O escruto el cielo deseando que escampe por fin el invierno que piensa en ti. O toco el radiador como si así se ahuyentara el frío que me daría no poder pensar en ti.

Me retuerzo en la cama contra la lentitud de la noche que te piensa. Me retuerzo en la cama contra el vértigo de la imaginación que te piensa. Me retuerzo en la cama contra la soledad de los cuerpos que se piensan. Me retuerzo en la cama contra el reloj que solo me deja pensarte entre engranajes.

Reviso la ropa del perchero, percheo la ropa de la silla, silleo la ropa que llevaba puesta y coloco el pijama que… ¿dónde lo puse? No me acuerdo porque, cuando lo guardé, seguramente estaba pensando en ti. Quizás si vinieras sabría encontrarlo.

Miro el limonero y te pienso, me asombro del celindo y te pienso, investigo la trayectoria del agua sobre la solería y te pienso. O descubro la, hasta hace unos meses, impensable relación entre el verde y la umbría, mientras no dejo de pensar en ti.

No, no te he mentido en lo más mínimo. Ni es que le haya quitado importancia a todas esas cosas que hago entretanto, leer, escribir, silbar, acurrucarme, soñar, hablar contra las paredes, comprar el pan, calentar la sopa, practicar la esperanza, ensayar caricias…

No. No te he mentido. En absoluto. Es que no estoy haciendo nada. Porque no hay nada que pueda hacer sin pensar en ti.

Quizás, si vinieras, podría hacer algo útil y ponerme a arreglar ese dichoso grifo de la cocina que gotea como cuando pienso en ti.

AMOR DE TARDE
Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.

Podrías acercarte de sorpresa
y decirme «¿Qué tal?» y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.

(Mario Benedetti)