Entre días

Cuando digo que lo bueno y lo malo de las personas, de las relaciones, de los avatares de la vida, vienen inseparablemente juntos y revueltos, parece que quiero decir que son cosas distintas.

Es más sutil. No se pueden separar los opuestos porque son el mismo. No hay un lado bueno del hombre y uno malo, sino que el hombre es uno, un uno que se sucede en el tiempo.

Los asuntos, las personas, vienen como un todo y, a veces, toca ver la belleza del fuego ardiendo en la chimenea y sentir su calor agradable; otras, en cambio, palidecer de terror frente al incendio. Pero el fuego es el mismo.

Por ejemplo, que todo pueda esperar es, sin duda, una señal de confianza, de tranquilidad, de saber que lo que hay no va a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Permite encontrar mejor momento, mejores palabras y, cuando llega, abrazarse con más ansia.

Pero que todo pueda esperar es también, al mismo tiempo, una dolorosa falta de urgencia. Colocar delante de todo las otras cosas que no siempre importan, los otros asuntos antes que los que dejan huella, las palabras de ascensor sonando más fuerte que los besos.

La espera es la misma, inseparablemente lenta, con su mismo huracán de la cabeza y sus mismos cambios de ritmo en el corazón. La espera es la misma, pero algunas veces, por predisposición o por cansancio, uno ve las sombras antes que la luz que las crea.

Todo puede esperar, es cierto, estoy de acuerdo. Si bien nos perdemos la terrible y hermosa toxicidad de lo urgente, las palabras revueltas con lágrimas, el corazón latiendo en los labios en mitad de lugares completamente inapropiados para el amor.

Cuando todo puede esperar nos hacemos menos daño, pero nos perdemos las heridas y su certeza de vida. Nos perdemos la intensidad y el drama. Nos perdemos el hilo de voz cuando apenas consigue salir del cuerpo. Nos perdemos silencios que requieren testigos presenciales para conjugarse. Nos perdemos la otra parte de nosotros mismos que no nos damos a conocer.

Aunque, si hay que elegir, así, sin esperas, yo elijo esperar, lo prefiero. Lo prefiero antes, ahora, luego. Prefiero esperar cuando todo puede esperar y el que espera no duda de su paciencia.

Pero sé que algunas veces no todo puede esperar y este calvario de los entre días, esta desazón de la víspera, puede convertir la manía de esperar en un modo de cobardía, en otro más de los ridículos que acometo.

In between days (The Cure, In between days, 1988)

Indicios, sombras y espíritus

Se levanta a la misma hora, como si fuese a verla. Enciende el primer cigarro mientras le da los buenos días y le ofrece café, aunque ella nunca toma.

Después enciende el mundo y rebusca las evidencias de su paso, como quien recrea el barco en la estela que deja al navegar. Y cuando aparecen allí, por detrás de las contraseñas, como si le estuvieran esperando, respira hondo y admite pulpo como animal de compañía.

Entonces se asea, se viste, coge la cartera, las llaves. Se aferra al móvil cuando se lo introduce en el bolsillo y baja al patio, como si fuese a verla. Pero hoy es domingo, siempre es domingo, un largo domingo de noviazgo que tardará semanas, móviles, lluvias, silencios, en terminar.

Y se pasa el día yendo y viniendo a los indicios, persiguiendo sombras e invocando espíritus. «Si termino antes de la una, mañana la encontraré. Si termino antes de la una… vamos… corre…». Por eso diseña recuerdos y acertijos, los escribe con cuidado y los lanza al mar. Para que, en cada guerra del otro lado, también haya indicios y se dejen atrapar las sombras y contesten los espíritus.

Entretanto, la vida sigue -quizás sin sentido-, el día se enfría -tal vez por efecto del calendario-, la noche estorba -o el cansancio-, el esfuerzo de verse se traspapela -puede que subrayado-. Entretanto la felicidad o la desdicha, equivocaciones diversas o risas, somos tan distintos que nos parecemos, te lloraré primero y después me abrazaré al olvido.

Dímelo, dímelo, aunque ya lo sepa, y luego volvemos al venticinco por ciento, que quien está acostumbrado a indicios, quien persigue sombras, quien encierra espíritus, necesita también un cuerpo explícito y una palabra al oído.

Mientras se espera, Audrie, todo es posible. Y todo es posible porque esperar consiste en hacer un pacto con los espíritus, con las sombras, con uno mismo y con los indicios…

Búsqueda
¿Hasta cuándo la luz en la ventana
y el corazón ansioso
bebiéndosela a sorbos?
¿Hasta cuándo
la cacería de sueños
sin destino?
(Maria Clara González)

Pájaro azul
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.

le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.

luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?
(Charles Bukowski)

Mientras esperamos que ocurra

El segundo anterior siempre es el decisivo.

La víspera nos atrapa
con su inquietud y su temblor.

Porque mientras esperamos que ocurra,
cualquier milagro es posible.

De eso está hecha la vida,
de una imprevista materia oscura
que resplandece justo antes de apagarse,
de la larga espera continua
de todo lo que nunca conseguiremos retener
más que un instante.

Porque la realidad
solo encandila antes de serlo
y después pasa liviana
por entre los dedos
sin dejar más que ceniza.

Porque no sabemos
lo que nos espera a la vuelta de la esquina,
paseamos la esperanza por las aceras,
contra el viento más frío, o la reservamos, amodorrada,
entre los cojines de ese sofá
que sin ti está vacío.

Una llamada solo es un pasatiempo
si no descuelga el auricular la incertidumbre,
la decepción está hecha con la cera
que se va derritiendo mientras la llama que encendimos
brilla estrepitosamente,
el éxtasis sólo es posible
hasta que aprendemos a calcular el estupor.

Si supiéramos, y digo saber profundamente,
como sabe de aire un pájaro suicida,
si supiéramos que detrás de la puerta que se ansía
no hay sino otra igual y también cerrada,
preferiríamos huir inmaculados
hacia donde ya nada pueda esperarse.

Encender la vela
es condenarnos a la oscuridad venidera,
soñar en voz alta
es emprender el camino de la decepción.

Amar es la primera zancada
hacia no consumar el acto,
anunciar una sorpresa es matarla
-y hay tanto asesino suelto,
sobre todo en estas fechas.

Asumamos entonces la lágrima
que sólo puede enjugar la siguiente.

Y sigamos adelante sin mirar atrás,
muy muy despacio,
para que tarde en deshacerse el lazo
y en rasgarse el papel brillante.

Porque toda ilusión conduce al desengaño,
elijamos ir resfriados, distraídos, espesos,
por caminos largos, muy largos,
interminables.

GENERACIÓN ESPONTÁNEA
Este día nublado invita al odio,
predispone a estar triste sin motivo,
a insistir por capricho en el dolor.

Y sin embargo el viento, y esta lluvia,
suenan hoy en mi alma de una forma
que a mí mismo me asombra, y hallo paz
en las cosas que ayer me perturbaban,
y hasta el negro del cielo me parece
un hermoso color.

Cuando no soportamos la tristeza,
a menudo nos salva una alegría
que nace de sí misma sin motivo,
y esa dicha es tan rara, y es tan pura,
como la flor que crece sobre el agua:
sin raíz ni cuidados que atenúen
nuestro limpio estupor.

(Vicente Gallego)