Diez

Hoy no ha sido el mejor día de mi vida. Son eventualidades reales a las que uno se tiene que ir acostumbrando. Son contingencias que hay que tener presentes, riesgos que nadie puede calcular exactamente. Son posibilidades familiares, es cierto, pero no es conveniente dejarlas dormir en nuestra misma cama.

Siempre hay un amigo muy enfermo, un ser querido pendiente de una analítica, una amiga a la que le duelen los huesos, un pasajero del autobús que se enfada, unos vecinos que se gritan a coro y se mandan hacia la sodomía conceptual.

Puede suceder una mancha que aparece en la piel, una espina clavada de haber podado los rosales, un jardín lleno de yerba, un repuesto del frigorífico que no se encuentra, una agenda que no permite coincidencias, una ausencia que se deja sentir a las horas en que el sol acaricia suavemente la tarde sobre el patio.

Por todas partes acecha una nariz inoportuna que no nos deja encajarnos en un beso, una larga espera en la consulta abarrotada. En cualquier momento puede llegar una llamada desconsolada, una tentación irresistible para la dieta, un cigarro encendido sin darnos cuenta, un pájaro que mancha la ropa tendida, un rato de silencio insufrible. En cualquier momento podemos perfeccionar nuestros peores defectos.

Hay ratos en que puedes notar cómo te muerde alguna palabra que no has dicho, cómo encuentras una asfixia en cada respuesta que no te dan o sucede que no puedes escaparte de la insoportable publicidad de los días señalados para regalo. A veces, de repente, llueve mientras almuerzas al aire libre o, sin la más mínima sospecha, descubres que aquello que pronunciaste como quien regala un caramelo, se convierte en ácido que le hace saltar lágrimas a los niños que se lo comieron.

Tantas cosas pueden salir mal, tantas cosas buenas pueden no suceder. Quizás mañana tampoco sea el mejor día de mi vida pero, sin embargo, tengo diez motivos para esperarlo con verdadera alegría.

EPIGRAMA
Sueño y trabajo nos costó saberlo:
ternura es patrimonio de los rojos.

Pero los rojos, Claudia,
en estas noches bárbaras,
sólo somos tú y yo.

(Javier Egea)

LA TRISTEZA
No te asustes por mí. No me habías visto
-¿verdad?- nunca tan triste. Ya conoces
mí rostro de dolor; lo llevo oculto
y a veces, sin querer, cubre mi cara.

No temas, volveré pronto a la risa-
-Basta que oiga un trino, o tu palabra-.

No te preocupes que ha de volver pronto
a florecer intacta la sonrisa.

Me has descubierto a solas con la pena
e inquieres el porqué. ¡Si no hay motivo!
Cuando menos se espera, el aguacero
cae sobre la tranquila piel del día.

Así ocurre. No temas, no te aflijas,
no hay secreto, mi amor, que nos separe.

La tristeza es un soplo, o un aroma,
para llevarlo dulce y suavemente.

No te quejes de mí. Yo estaba sola
y vino ella, y quiso acariciarme.

Déjanos un momento entretenidas
en escuchar los pasos del silencio
y sentir la tristeza de otros muchos
que no tienen amor ni compañía.

(Pilar Paz Pasamar)

Malestar

Esta sensación de estar hinchado, ocupando más volumen del que imagino, no estaba antes. Ni este modo de conversar en vano, ni este súbito interés por el precio de las habas o las carretas del Rocío.

Apenas puedo seguir el ritmo de las recurrencias domésticas, me pierdo en mitad del párrafo que dice «un primo hermano segundo de la cuñada del vecino de la tita», y me miro las puntas de los zapatos en defensa propia.

Cuando el ascensor se abre con parsimonia para dejar entrar aire y perder pasajeros, en cada piso veo un fotograma estático de rostros que miran a la cámara, pero no reconozco la película.

En el pasillo del autobús noto cómo se me aparecen muy lejanas todas las vidas que se me cruzan: la madre del niño negro que se ha tintado el pelo de rubio y se ha besado con otro pasajero, los paisanos desconocidos que hablan al ritmo de los frenazos…

La hija mediana de los vecinos que pasa de largo en busca de asiento, la otra mujer con rostro sonoro… La conversación de atrás me suena como si estuviese metido dentro de un agua, «ella dice que no se metió en el matrimonio, que ya estaba roto», «ya, si es que él había sido su primer novio»…

Casi pierdo la parada y sigo pensando, mientras pido por favor que no me cierren la gran puerta mecánica del mundo, ¿de qué me suena esa cara?

Que no tome leche, que se marea. Tiene que doler, si no ¿para qué le pongo la máquina?. Esto va para largo, hay que hacerse a la idea. Dios es muy grande, mucho más de lo que pensamos. Yo, después de tres años, todavía noto un aire que se me mete de vez en cuando en la rodilla operada.

He llegado, por fin en casa, con un extraño mareo, quizás el calor de esta tarde. Para cenar sólo me apetecía un buen plato de silencio y chocolate. Creo que me estoy poniendo enfermo, me habré intoxicado.

Será que me ha sentado mal algo que no he comido, que no he hecho o que no he visto.

ESTAMOS TAN INTOXICADOS UNO DEL OTRO…


Estamos tan intoxicados uno del otro
Que de improviso podríamos naufragar,
Este paraíso incomparable
Podría convertirse en terrible afección.

Todo se ha aproximado al crimen
Dios nos ha de perdonar
A pesar de la paciencia infinita
Los caminos prohibidos se han cruzado.

Llevamos el paraíso como una cadena bendita
Miramos en él, como en un aljibe insondable,
Más profundo que los libros admirables
Que surgen de pronto y lo contienen todo.

(Ana Ajmatova, versión de Jorge Bustamante García)