Crazy, stupid, love

Oye, mira… ¿estás?… Perdona si te interrumpo, ya sé que no son horas. Si estabas soñando algo bonito, sigue, no leas esto, lo mío no corre prisa. Además, se queda aquí escrito para cuando quieras y puedas mirarlo un ratito.

Si no es nada importante, o yo qué sé, a veces me siento un poco tonto diciéndote estas cosas, porque, qué pensarás de mí, que estoy como un cencerro o que soy muy pesadito. Es sólo que tengo una duda que te quería comentar.

Y he pensado en contártela a ti porque alguna vez me dijiste que te pasaba algo parecido, ya sabes, la confianza, que da asco. También he pensado en ti porque tú me lo explicas todo con mucho interés y porque sabes entenderme. No sé cómo has aprendido porque ni siquiera yo me entiendo algunas veces, pero tú, a pesar de que eres impaciente, respiras hondo y me cuentas cosas de tu vida hasta que consigo ver clara la mía, porque la vida de los demás es la vida.

Pues eso, si es que es una tontería… Verás… Alguna vez me has dicho que echabas mucho de menos a alguien, ¿no? Bueno, el caso es que a mí me pasa eso continuamente y ando como ido, como ausente por la casa.

Por ejemplo, me pongo a pelar patatas (ya, ya, si es que esto tiene poco de romántico, pero déjame que te lo cuente), y, cuando me descuido, noto que me sobreviene de ninguna parte un beso que me explota en la boca y me llega hasta el fondo de la garganta.

O paso al salón y mientras le empujo a la puerta dejando resbalar la mano, me parece notar como si la dulzura de un vientre me acariciara los dedos. Y entonces me da calor y me da frío, y tengo que echar otro leño al fuego o salirme al patio a considerar el cielo estrellado como un techo infinito.

Lo he buscado en google, pero no consigo nada. A lo más que llego es a encontrar películas porno o me quedo colgado en la página de alguno que vende esquizofrenias en verso. Pero no hallo respuestas, sólo preguntas que me dan vueltas en la cabeza hasta que el mundo se pone verde y tengo que meter la primera. Y entonces me sorprendo y me digo, ¿a qué venía yo aquí, que no me acuerdo?

Tú has visto más mundo que yo, que aún ni he salido del mío, dime, si es que es eso lo que a ti te pasaba, dime, anda, por favor. Una ausencia que nunca se acaba, un beso que nunca llega, una voz que no se oye, unas manos que no se entrelazan… 

No, si ya estoy seguro de que tiene que ver con el amor, si no es el amor mismo o unos aledaños ansiosos. Lo que quiero saber, o sea, lo que quiero preguntarte, si es que a ti te pasaba… ¿Qué hizo tu quién, qué ha hecho mí quién para meterse tan adentro?

Dime, ¿es verdad que el amor es una estafa mutua, que no existen las almas gemelas, que nada existe para siempre, que querer no es poder y que mil palabras valen más que una ausencia?

Si no tienes respuesta, no importa, realmente no importa porque a estas alturas ¿qué más da? No te entretengo más, sólo me queda la penúltima confesión: mientras te escribía a ti, estaba pensando en ella. Puedes enfadarte conmigo con razón.

Resumen de un hueco
Las cosas que estarás haciendo, la ropa
que llevas puesta para andar por la casa,
el desolado acertijo resuelto de las horas
a las que te asomas por una ventana,
aquel ruido antiguo de tus tacones
cuando te trajeron aquí con el propósito,
con el intrépido deseo de estar sola
en el centro del salón en el que están todos,
la impaciencia de sábanas encendidas que solo soportan
la mitad de lo que pesa este sueño rojo,
tus manos marcando las contraseñas de la sombra
cuando el calor pasa factura a nombre de otro,
los párpados entornados a la luz de la pantalla,
tu boca mordiéndose ligeramente los labios
para amortiguar el impacto de un vocabulario remoto,
el tacto húmedo en las piernas que el ordenador no enjuga
y el roce sinuoso de la luna de tus dedos por mis teclas.

Esta es la respuesta, el resumen de un hueco,
el diagnóstico de un silencio dentro de una cabeza,
cuando, tal vez, me quede un momento callado
y tú, impaciente, me preguntes: «¿En qué piensas?».

(FJPR)

El sentimiento nuevo

Cuando escucho toser a hierro, cuando no tengo noticias o no son buenas, cuando veo ojos mirando al suelo, reconozco tener un sentimiento nuevo.

Una bola de plomo se me adhiere al estómago y me cuesta respirar. Entonces no puedo dar sino pasos cortos, apenas levantando los pies del suelo, en trayectos que nunca son rectos, sino que se oblicuan sobre algún mueble en el que pueda sentarme llegado el caso.

Noto una especie de nudo en la garganta, que no es de llanto ni de grito, sino de silencio. Me tiemblan las manos y procuro tenerlas escondidas en los bolsillos todo lo que puedo.

Sucede que las alegrías cotidianas son más tenues, que no consigo sostener el fino hilo de las conversaciones en las que me veo envuelto de repente, que mi mente deja de estar en blanco para volverse gris y lenta.

No consigo concentrarme en nada útil, leer me parece una utopía y escribir una odisea por entre palabras que me llegan sin orden ni concierto ni objetivo ni belleza.

A veces, el nuevo sentimiento, se parece a un enfado. Como un enfado sin nombre contra cosas innombrables, como una angustia de perdedor mal acostumbrado, como si variara el centro de gravedad de una rabia interior y se desplazara mucho más adentro.

Cuando escucho los adjetivos de la derrota como principal argumento, cuando detecto, en otra voz que sale rota, los armónicos de la decepción. Cuando entreveo el aura inconfundible de la tristeza en cada conversación, padezco enseguida los primeros síntomas de un sentimiento nuevo.

A veces se parece a una transfusión de estupor ajeno y rh negativo, como si se produjera un siniestro de tristezas con daño a terceros, como una arruga del alma que no hay modo de alisar de nuevo. Como una ansiedad impropia, como un pellizco profundo por debajo del diafragma, como un asma que convierte los pensamientos en materia tóxica.

Digo que es nuevo, no porque yo lo haya inventado, ni porque sea el único que lo padece. Sino porque no consigo nombrarlo adecuadamente ni expulsarlo de ninguna manera. Y me enturbia las noches y me ralentiza los días y me convierte las tardes en interminables.

Sólo se me ocurre correr, saltar a la calle de nadie, perderme entre la gente, mirar escaparates que no me interesan o poner alguna música que conozco y cantarla a voz en grito.

También puede ser que no sea tan nuevo este sentimiento, sino que sea antiguo y regrese con renovado efecto. Quizás, simplemente, el miedo a perder el infinito ahora, justo ahora que está tan cerca, en la palma de la mano. Tal vez sea un contagio de temores rubios con agravante navideño. Es posible que se trate de una fisura mal curada en la esperanza o un pinchazo en las ruedas de un sueño.

No consigo sacudírmelo y que caiga al suelo, para dejar de mirar con gula las pastillas prohibidas y con ira la incertidumbre que cada día dibuja en el cielo.

Pero no podrá conmigo. Tarde o temprano, encontraré el modo de respirar hondo y reír al mismo tiempo. Y este nuevo sentimiento, pasará con honores a su lugar preferente en el olvido, como han pasado tantos otros, como tienen que pasar muchos de los venideros.

El miedo, no. Tal vez, alta calina,
la posibilidad del miedo, el muro
que puede derrumbarse, porque es cierto
que detrás está el mar.

El miedo, no. El miedo tiene rostro,
es exterior, concreto,
como un fusil, como una cerradura,
como un niño sufriendo,
como lo negro que se esconde en todas
las bocas de los hombres.

El miedo, no, Tal vez sólo el estigma
de los hijos del miedo.

Es una angosta calle interminable
con todas las ventanas apagadas.

Es una hilera de viscosas manos
amables, sí, no amigas.

Es una pesadilla
de espeluznantes y corteses ritos.

El miedo, no. El miedo es un portazo.

Estoy hablando aquí de un laberinto
de puertas entornadas, con supuestas
razones para ser, para no ser,
para clasificar la desventura,
o la ventura, el pan, o la mirada
-ternura y miedo y frío- por los hijos
que crecen. Y el silencio.

Y las ciudades rutilantes, huecas.

Y la mediocridad, como una lava
caliente, derramada
sobre el trigo, y la voz, y las ideas.

No es el miedo. Aún no ha llegado el miedo.

Pero vendrá. Es la conciencia doble
de que la paz también es movimiento.

Y lo digo en voz alta y receloso.

Y no es el miedo, no. Es la certeza
de que me estoy jugando, en una carta,
lo único que pude,
tallo a tallo, hacinar para los hombres.
(Rafael Guillén)