Discrepancia

«Demasiada sal en los calamares», pienso, mientras compruebo que el sonido del partido llega antes que la imagen.

El asunto del seguro se alarga, no le arranca el coche al que venía a limpiarme el sofá. Mañana no tengo que hacer lo que tenía que hacer mañana, porque me han avisado casi sin querer.

Si la peluquera tiene prisa pero habilidad, si te cuelas en la fila del cajero sin que nadie se enfade, si te acaban regalando tres mecheros que no pensabas comprar… ¿por qué todo se me descuadra?

Cuando pregunto y te duele la cabeza entre la fisiología y las discusiones, ya sé que todos tienen la misma talla, mientras barrunto que seguro que distinta de la mía. Y queda esa ambigüedad de niños que corren raro, la cruzada contra el desconocimiento y la tristeza de la metáfora de tardar más en venir que en volver a donde ya estabas.

Me he quedado helado delante de estas letras y, en cambio, me dio calor levantarme del silencio al unísono de un teléfono intempestivo. Al cambio de hora, tengo sueño por las mañanas y, cuando subo a acostarme, me despierto recién extendido sobre la cama.

Se me ha olvidado preparar un trabajo para mañana, y ya no es plan de ponerse. He tomado después de la cena más chocolate que el de rigor, y aún me he quedado con ganas. Todo me sale perturbado, todo me llega discordante. Hasta este texto que escribo parece desarticularse entre los renglones.

Hoy ha sido un día atravesado, de esos en los que habría que quejarse al proveedor y que nos lo devolvieran ajustado, como hice con aquellos pantalones vaqueros que me compré. Todo chirría por algún lado, que alguien engrase esta noche, con urgencia por favor, la maquinaria correspondiente para que el día de mañana venga con más prestaciones de serie y mejor acabado.

Aunque tal vez sea que, al llevar puesto tu aroma y, sin embargo, no verte, yo mismo me desconcentre los relojes, me desafine sobre mis propios pasos, me discrepe la vida.

Debería pedirte que dejaras de ser tan disidente, me ayudaras a conciliar la distancia y el corazón con un nudo marinero, y me concedieras el tiempo suficiente para sintonizarte Radio Pirineos en mitad de una canción.

Caracola

En esto consiste, aunque no lo sabía muy bien al principio. Supongo que así empieza todo lo que voy haciendo, sin saber bien lo que hago pero simulando muy bien que lo sé.

No es tan extraño. Son tantas las cosas que cualquier ser humano, en tanto que las aprende, hace como que las sabe, que ahora, ya, no me sorprende en absoluto que exista otra más.

El caso es que pongo una frase tuya, quizás porque me tira de los flecos de algún recuerdo; o porque pasa de puntillas por la estela de un sueño de los que sobrevuelan la noche. Luego viene otra palabra, no sé de dónde, que se inmiscuye; y otra que se aglutina, y otra más que se les enfrenta. Entonces, sin saber ni cómo ni por qué, llegan a alguna clase de acuerdo que desconozco y todo parece fluir suavemente.

Y no solo fluir, sino recorrer el camino en la misma dirección de pensamiento hacia todas las bifurcaciones que se van acercando. Para mi propia sorpresa, por cada encrucijada que alcanzo, se me aparece nítido un significado que elegir a la izquierda. No hay vértigo, sólo remolino; pero estoy seguro de que este agua escoge su propio curso y su exacta velocidad.

Aunque todos los mares obedecen a la misma luna y caben en la misma caracola, quiero creer que, también, este agua escoge su propio mar. Un mar en el que difuminarse, donde convertirse en ruido y espuma.

En esto consiste y, aunque no lo sabía muy bien al principio, ahora ya voy entendiendo la espiral acometida, el óvalo que va envolviendo cada palabra cuando desciende desde el ápice. Ahora entiendo por qué mi corazón comienza a espirilarse desde el inicio de cada renglón y acaba por desconcharse en los puntos suspensivos.

Y ahora, que ya voy sabiendo en qué consiste, cuánto no daría por habitar dentro de tu oído. Y saber qué consiguen decirte mis palabras.

ME PERSIGUEN…
Me persiguen
los teléfonos rotos de Granada,
cuando voy a buscarte
y las calles enteras están comunicando.

Sumergido en tu voz de caracola
me gustaría el mar desde una boca
prendida con la mía,
saber que está tranquilo de distancia,
mientras pasan, respiran,
se repliegan
a su instinto de ausencia
los jardines.

En ellos nada existe
desde que te secuestran los veranos.

Sólo yo los habito
por descubrir el rostro
de los enamorados que se besan,
con mis ojos en paro,
mi corazón sin tráfico,
el insomnio que guardan las ciudades de agosto,
y ambulancias secretas como pájaros.

(Luís García Montero)