Cuando digo que no estoy para películas duras

Cuando uno está habituado a que las cosas pasen por encima sin pena ni gloria, como sintiéndolas lejanas, como si no fueran con uno ni pudieran serlo, como si no hubiera arcenes ni baches en la carretera sino sólo asfalto, cuesta salirse de la vía. Uno no está acostumbrado a los caminos de tierra, y mucho menos a los de barro o a los de hielo.

Pero en el proceso he aprendido muchas cosas, especialmente de mí mismo. Un proceso que no sé si está terminado. Aunque es ahora cuando soy consciente de que haya sucedido. Mientras estaba ocurriendo, no lo supe.

Me he dado cuenta de que salir a la intemperie no me ha hecho ni más listo, ni más fuerte, ni mejor de lo que era. Si lo parece es, simplemente, porque nos acostumbramos a todo. Incluso nos acostumbramos al miedo y parecemos más fuertes y más valientes.

Me he dado cuenta de que soy yo el que tengo que cuidar de mí, aunque a temporadas haya quien me eche una mano, cosa que agradezco profundamente. Yo tengo que ser mi propio negro bailarín y descarado. Y como debo ser yo quien me cuida, no puedo consentir darme pena, porque si me doy pena, no me sirvo para nada. La autocompasión no me lleva a ninguna parte.

También he aprendido que no pasa nada por hacer el ridículo. Que lo que los demás opinen es un asunto efímero, que el polvo que se levanta cuando tropiezo, acaba por volver a posarse en el suelo y quedarse quieto.

Cuando digo que no estoy para películas duras, una dureza que, en realidad, sólo consiste en ver como nos llega el deterioro precisamente cuando más indefensos estamos, y aún me preocupa llegar solo a ciertos lugares, no es que me pase nada.

No me pasa nada. No estoy triste, no sufro. No es que no tenga dudas, que las tengo, sino que estoy en paz con ellas. No estoy decepcionado, no me siento solo, no temo desgracias venideras. No hay nada de lo que me pueda quejar, ni hay nada de lo que quiera quejarme. Estoy donde estoy y como estoy por «méritos» propios, y lo acepto, aunque no me conformo.

Que no esté para pelis duras es solamente una medida de autoprotección. Nada más. Pero quiero ver películas contigo, de medio lado si es necesario, dentro de una lata de sardinas, en lo alto de la torre o en un sótano almohadillado. Para eso las guardo, para poderte preguntar cuál te apetece ver esta noche.

Me encantaría que me mimaras mucho, que es un mucho doble: mucho mimo y mucho me gustaría. Quisiera que lo hicieras. Casi te diría que me muero por que lo hagas.

Pero lo que no quisiera (y no sé si es por eso que tú llamas dignidad o por esto que yo llamo soberbia) es que me dediques tiempo por contrato, ni que me des ternura como salario, ni besos por gratitud, ni sexo por compasión.

Mímame, por favor. Pero sin urgencia, sin obligación. Sólo por el gusto. Que ese gusto que es mío, sólo puede ser gusto si también es tuyo.

Y si ocurre algunas tardes que me engullen los espejos y me desaparezco, apágame la luz y tápame la noche con las sábanas, que no tardaré en volver de las supersticiones.

Descuida, que nunca se me olvida quererte, nunca.

Carta a Mariana
¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
a quien hacerle estas preguntas.

Me escribes desde una ciudad que odias
a las nueve y media de la noche.

Cierto, yo estaba bebiendo,
mientras tú oías Bach y pensabas volar.

No creí que iba a recordarte
ni creí que te acordarías de mí.

¿ Por qué me escribiste esa carta?
Ya no podré ir solo al cine.

Es cierto que haremos el amor
y lo haremos como me gusta a mí:
todo un día de persianas cerradas
hasta que tu cuerpo reemplace al sol.

Acuérdate que mi signo es Cáncer,
pequeña Acuario, sauce llorón.

Leeremos libros de astrología
para inventar nuevas supersticiones.

Me escribes que tendremos una casa
aunque yo he perdido tantas casas.

Aunque tú piensas tanto en volar
y yo con los amigos tomo demasiado.

Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
y estás con quién sabe qué malas compañías,
mientras aquí hay tan pocas personas
a quien hacerles estas simples preguntas:
«¿Qué canción te gustaría oír,
qué película te gustaría ver?
¿ y con quién te gustaría que soñáramos
después de las nueva y media de la noche?».

(Jorge Teiller, Para un pueblo fantasma, 1978)

Cuando en la tarde aparezco en los espejos…
Cuando en la tarde aparezco en los espejos
Cuando yo y la tarde queríamos unirnos
Tristemente nos despedimos
Tristemente nos hablamos en el espejo que disuelve las imágenes
Quién soy entonces
Quizás por un momento
De verdad soy yo que me encuentro
Quién soy yo sino nadie
Alguien que quisiera pasarse los días y los días
Como un solo domingo
Mirando los últimos reflejos del sol en los vidrios
Mirando a un anciano que da de comer a las palomas
Y a los evangélicos que predican el fin del mundo
Cuando en la tarde no soy nadie
Entonces las cosas me reconocen
Soy de nuevo pequeño
Soy quien debiera ser
Y la niebla borra la cara de los relojes en los campanarios.

(Jorge Teiller, En el mudo corazón del bosque, 1997)

Sin guión

Tantas veces he visto saltar del tejado de un edificio hasta el contiguo, que alguna vez me ha apetecido intentarlo, sin más, como ejercicio contra el aburrimiento. No tiene que ser muy difícil, si hasta los malos lo consiguen.

O saltar de un coche en marcha, porque me he dado cuenta de que siempre se sobrevive, al menos, en las series de televisión. Aunque, lo más divertido debe ser tirarse con carrerilla sobre una ventana cerrada, romper el cristal con la cabeza y luego caer plácidamente sobre los contenedores de basura repletos que, sin ninguna duda, estarán justo debajo.

Hay momentos de mi vida en los que no escucho música de violines y lo raro es que me sorprende no escucharlos. Ahora ya siempre espero que el malo se arrepienta en el último instante, se salga de la cola del Mercadona en donde se me ha colado y me ceda la vez.

Por fin comprendo perfectamente a Spiderman cuando dejó de fumar.

Incluso me asombra enormemente, cuando camino a altas horas de la noche por la ciudad mientras regreso a casa, no encontrarme nunca a ningún tipo enamoradísimo que aguanta mecha bajo la lluvia hasta que se le asoma la muchacha por el balcón, se gritan frases lacrimógenas sin excipientes, y luego corren a besarse justo cuando deja de llover. Pero si eso pasa todos los días, ¿por qué nunca sucede cuando paso yo?

He visto tantas veces cómo se desactiva una bomba en el último segundo, que ya ni siquiera me pone nervioso abrir un paquete de arroz de marca blanca. Estoy convencido de que hay tantas primeras citas que acaban en la cama, que prefiero empezar directamente por la segunda, que es la de no volverse a llamar.

Conozco perfectamente la técnica de un beso apasionado, la presión exacta de los labios y el ángulo de las barbillas, domino sus fases de un modo tan absoluto -ars gratia artis-, que no consigo entender por qué ninguna chica quiere practicarlo conmigo.

Tantas veces te he oído decirme «te quiero» como preludio a un abrazo conmovido, que hasta me siento querido… supongo que… por la cámara.

He leído tantas palabras de eso que llaman amor, se me ha erizado tantas veces la piel por debajo de las palomitas, he deseado con tanta fuerza que se encendiese un luz contra los malentendidos y la obcecación de los protagonistas, que estoy completamente convencido de que debe haber vida después del cine.

Y una vida que, muy posiblemente, no tiene guión.

PROTESTACIÓN DE FE
Me resisto a creer en otros dioses
que tu boca y la mía,
dos lenguas que compartan el idioma
que hablan los ahogados.

Tengo miedo a pensar que solo el polvo
acogerá mis huesos.

Nací para tejer mi enredadera
en torno a tu cintura.

Me resisto a creer que las gaviotas
cenarán las migajas
de este amor sin cronista;
no quedará en la tierra maremoto
que suplante a tus besos.

(Anabel Caride, Nanas para hombres grises)

Guión de cámara

Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, y sigue su movimiento ascendente hasta descubrir unos labios.

Se abre lentamente el objetivo y el rostro del que espera, un tipo mediocre, con una barba de tres días que le da un aspecto envejecido y descuidado, el rostro se relaja en el dibujo del humo al que ahora sigue la cámara con un plano picado hacia arriba hasta que se disuelve en su viaje azul y amarillo.

Es un día espléndido, la cámara registra el calor en los destellos de un sol redondo y pleno sobre los cristales de los edificios. Y después de girar alrededor, en una panorámica rápida que presagia novedades en la trama, vuelve al plano corto de su rostro, que achica los ojos, como mirando lejos, y esboza una sonrisa pícara.

Plano contra plano, el coche se acerca calle arriba y el hombre relaja los ojos y suaviza la sonrisa hasta parecer adolescente. Una «steady» se asoma a la ventanilla del coche que aparca y sigue a la chica mientras coloca un quitasol en el parabrisas, cierra la puerta y cruza la calle mirando a todas partes pero con los ojos puestos en un único sitio. El plano medio siguiente, recoge el saludo frío que se profesan en mitad del mediodía de la noche americana.

Cambia el plano a vista de pájaro, para seguirlos con un travelling por la acera que los lleva a la puerta de la casa. Baja la grúa con la cámara hasta entrar en la cerradura al mismo tiempo que la llave y fundirse en negro.

Despierta la imagen dejándose mecer por el movimiento de las piernas, soplando con el aire que mueve la falda negra. Plano de conjunto cuando llegan a otra puerta que se cierra sobre el silencio de otro plano medio.

A partir de aquí, cuando entran, la secuencia se construye sobre un plano subjetivo, que se acerca al rincón en el que ella reposa la espalda. Se acerca la cámara y aparecen en plano dos manos que le acarician la cara y la acercan hasta un primerísimo plano de ojos entornados y boca entreabierta. Y, después, fundido en negro sobre sus labios.

Después de la elipsis, él aparece en una esquina de la panorámica de la ciudad que le va barriendo a distancia. Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, que deja el humo congelado en el aire, como si la historia estuviese esperando el momento de continuar…

-¡Corten! -dijo la voz del director surgida de las sombras-. Me gusta tanto la toma que la vamos a repetir.