Los días buenos y los días malos se suceden sin aviso. Mira que había empezado bien la mañana, con una tregua mocosa y una llamada inesperada.
Pero luego todo se complica. Salí con fiebre del trabajo, se me quemó la comida, no conseguía dormir un poco. Necesitaba apoyo medicinal y salí hacia el médico. Temprano, para estar de los primeros.
Agua, después de la pertinaz sequía, todo era agua. Hora y media de espera en la consulta me han hecho parecer al médico mucho peor de lo que estoy. Según me ha dicho, la paciente anterior, se ha hinchado de llorar. Así que bueno, lo mío no es para tanto.
En la espera, dos contertulias han puesto banda sonora a un odio. No sé de quién hablaban, pero no lo querían, desde luego. Más tarde, ha tomado el relevo la maestra jubilada, con ese «asento» suyo sevillano y su parloteo didáctico sobre viejas batallitas escolares que, en teoría, es de agradecer allende la A-92. A mí me cansa profundamente y me revuelve la cabeza, más aún de lo que ya la llevaba.
De la farmacia al coche he perdido las gafas, con este empanamiento que da el resfriado, no es de extrañar. No me duelen los trescientos euros que costaron, que también, sino que me quitaban quince años de encima y los he vuelto a recuperar de golpe. Se me ha roto el paraguas en mitad de la tromba, mientras deshacía el camino mirando al suelo ilusamente, como si las gafas estuvieran esperándome en la acera.
Cuando vuelvo, justo al salir para abrir la cochera, nueva tromba de agua. Me he puesto como una sopa, bueno, como una vichychoise, porque el agua del cielo tiene la dichosa costumbre de caer fría. Menos mal que la calefacción estaba encendida.
Ropa seca y a encender la chimenea que, para no desentonar, ha necesitado tres pastillas y unos cuantos juramentos en hebreo, idioma que todo el mundo sabe hablar cuando es imperiosamente necesario. Por fin todo en orden.
No desespero porque, al fin y al cabo, todo son bagatelas, sinsustancias. Nada de esto trascenderá cuando, pasado mañana, deje de llover y se abran tres semanas de vacaciones. Pero confieso que he estado tentado de acostarme y dar por finalizado el episodio de las tragicómicas desdichas.
Pero voy a quedarme despierto, porque sé que del mismo modo que los días se estropean sin que nadie urda para ellos ningún plan maléfico, pueden arreglarse en un instante.
Un mensaje, una palabra, una risa, y todo habrá pasado sin pena ni gloria hacia el olvido, hacia ese necesario olvido en que caen las cosas que nos estorban.
Se me quedan, eso sí, en el tintero, las palabras bellas, los pensamientos hermosos. El desastre llama a la mediocridad, el infortunio desencadena los enroques. Y aquí me encuentro yo, en el centro de mis palabras y mis estornudos, perdido y atorado entre los versos que no consiguen salir afuera.
Me consolaré pensando en la otra parte de lo cotidiano, donde aun se esconden brillantes que encontrar si me enzarzo a buscarlos, con la nariz atorada, los ojos enrojecidos, es verdad, pero con esa sonrisa tuya de vida clavada en mitad del mapa del tesoro.
FALSA ELEGÍA
Compartimos sólo un desastre lento
Me veo morir en ti, en otro, en todo
Y todavía bostezo o me distraigo
Como ante el espectáculo aburrido.Se destejen los días,
Las noches se consumen antes de darnos cuenta;
Así nos acabamos.Nada es. Nada está.
Entre el alzarse y el caer del párpado.
Pero si alguno va a nacer (su anuncio,
La posibilidad de su inminencia
Y su peso de sílaba en el aire),
Trastorna lo existente,
Puede más que lo real
Y desaloja el cuerpo de los vivos.(Rosario Castellanos)
LO COTIDIANO
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.(Rosario Castellanos)