Boyhood

Cada cosa que los otros hacen me afecta, tenga la edad que tenga, tenga el frío que tenga. Pero nada es acumulado, todo fluye y se entrecruza, el camino nunca está trazado y se puede volver de Alaska.

Voy dejando sin despedirme a muchos amigos en la cuneta. Un divorcio, otro colegio, vuelvo a tener que decidir qué puedo llevarme a la nueva casa y qué no.

La vida no tiene más trama que sí misma, que es la misma trama que tienen todas las vidas. Otro viaje en el coche de mi padre antes de que incumpla su promesa de regalármelo, un cambio radical de fe por causa de mujer creyente, un hermano nuevo que aparece con la edad de un sobrino.

Se multiplican las familias y sucede el alcoholismo. Juegan al béisbol, se enamora mi hermana, me dedico a las fotos. El pesimismo es la esencia de cada enamoramiento, mi aislamiento es la síntesis de una corta biografía, no sé de dónde soy, pero siempre sabré de quiénes vengo.

Todas la etapas son convulsas, pero la infancia es la más vertiginosa, la más indefensa y al mismo tiempo la que con más fortaleza se afronta.

Ella me deja con los planes plantados en la universidad. Y todo acaba con otro principio: huir hacia delante, hacia nunca, hacia lo que está por venir.

Yo sigo siendo un niño, aunque tengo los ojos más grandes, las manos más vacías y tantas ganas de llenarlas como cuando miro atrás, después de no haberlas movido para decir adiós a los que se quedan quietos mientras el paisaje se fuga tras la ventanilla.

Sólo nos pertenece la vida cuando somos niños, mientras intentamos dejar de serlo. La infancia termina cuando necesitamos que la vida de otro coincida con la nuestra. Y no es fácil que suceda.

Compañera de celda
No me obligues a vivir
como si cada instante
fuese la tarea acumulada
que dejamos para el último minuto.

Si quieres ser mi cuerpo
no me robes la calma
ni la penumbra de la tarde
que nace tras la bruma
de un bosque encantado.

He huido tantas veces de ti,
pero siempre estás a mi lado.

Tus rodillas y mi forma de llorar,
tus manos y mi sudor,
tus ojos y mi mirada.

No me obligues a vivir
pensando que no tienes ganas
de hacerte vieja conmigo,
que existo en ti por inercia,
que no te importa que me duela
saberte tan frágil.

He tratado de ignorarte,
de evitar la sensación
de tus dedos
cuando sienten la extrañeza
de unos síntomas grises.

Mi angustia
como un aliento fantasma
se aferra al sueño de la vida
y aprende a sonreír
con tu boca a los médicos.

Si quieres ser mi cuerpo
déjame adormecerme en tus párpados,
soñar que somos una sola,
y tú no me traicionas
en la mesa de un quirófano,
que vas a despertarte conmigo
de la misma pesadilla,
que vas a sentirme
más viva que nunca en tu garganta.

No me obligues a madurar
aprendiendo a leer
el mapa de cicatrices de tu cuerpo,
no quiero reconocer otra herida
ni que confundas
el desamor con las enfermedades
y sus nudos de fiebre.

Que no pague tu cuerpo mis pecados
en el naufragio azul de los océanos,
que la distancia sea
un reloj de metal y una tarde de nieve
donde la vida quiera
aprender a besarme en tus labios.

(Ana Merino)

Perdóname los bailes

Supongo que no te quiero tanto, porque, ¿como puede medirse el amor acaso si, por cada cosa que he hecho, han quedado tantas por hacer?

Pérdoname los besos que no te he dado, condóname las deudas que he contraído con tu memoria por las fechas que trastoco. Exímeme del refugio del desamparo en todo el tiempo en que no te conocí.

Discúlpame las palabras que no te he dicho, las lágrimas que no te he ahorrado, el deseo que no te he ofrecido. Absuélveme de los delitos que aún no he cometido, exonérame de la cordura que me atenaza el día a día, indúltame los pasos que no he dado hacia ti.

Perdóname los abrazos que te han faltado, las veces que no estuve allí, el calor que no pude darte cuando temblabas. Porque son tantos los actos que no he cometido pensando en ti, tantos los días de tibieza, tantas las horas atravesadas, que debe ser que no te quiero tanto.

Discúlpame cada adiós pronunciado, cada silencio prorrumpido, cada coma mal puesta. Disculpa mi modo de desentonar al oído, mi patético hipocondrismo, mi pésimo runrún desmedido sobre cosas que luego no valieron la pena. No me creas si te digo, atolondrado y borracho, que te quiero o que estoy enamorado, porque es rigurosamente cierto todo lo que no ha pasado. Quizás sea más cierto aún que lo que sí.

Perdóname los regalos que no te hice, las miradas que no entendí, las caricias que se me olvidaron sobre el piano. Perdóname todo lo que no supe, todo lo que no sé, todo lo que nunca conseguiré ir sabiendo. Discúlpame este no ser perfecto que tan mal efecto surte contra el afecto que siento por ti.

Perdóname los retrasos en entregarme, las caricias que no dieron en el blanco, los amaneceres que no he estado a tu lado. Disculpa esta estadística exacta que dice que no es tanto lo que te quiero.

Perdóname las veces que comunicaba mi teléfono, las que no he soñado contigo, el fuego que no te encendí. Y perdóname, en fin, todos los bailes.

ADORACIÓN NOCTURNA

Para Luis Muñoz

Que te devuelvan las horas de los lunes
y las puedas guardar entre las sábanas
para que la ciudad se duerma en tu regazo
y se llenen de ti los que te miran.

Que te traigan el ritmo de los sueños
y los puedas bailar,
que la luz de tu abrazo
se guarde algún secreto.

Que los lunes se aprendan
de memoria tu cuerpo.

Que no le falte nada a tu universo
porque el dios de la noche
el lunes descansó
para esperarte.

(Ana Merino, Compañera de celda, 2006)