Idioma

Y… ¿cómo está aquello? ¿Vas de vez en cuando por allí? -le pregunto, casi sin curiosidad.

No, no, que va -sonríe al responderme, tiene una sonrisa encantadora, una alegría verdadera por el encuentro-. Para poder amar algo, hay que vivirlo plenamente, no se puede tener un pie en cada lado.

Hay personas que desde que las conociste sabes que están en sintonía. Pasa el tiempo, te las encuentras corriendo por la vereda que acompaña al río, y te vuelven a demostrar que siguen en la misma onda en que siempre estuvisteis juntos. Incluso, usan el mismo vocabulario que llevas encendido.

Es verdad -le respondo con la alegría de escuchar palabras a las que muchos les tienen miedo-. Nada más inútil que un corazón dividido. No se puede querer a medias.

Hay personas que hablan y curan, que miran y alegran, que sonríen y consiguen que el mundo deje de ser por un momento ese sitio extraño en donde estamos siempre como de visita.

Hay personas que hablan mi mismo idioma. Por eso mis días son palabras que alguien pronuncia y que no necesito traducir.

¿Qué historia es ésta y cuál es su final?
Ya no quiero ser más vendedor de palabras.

Ya mi cabeza está demasiado aturdida
y mi canción es sólo un montón de hojas muertas.

Me da lo mismo la ciudad que el campo.

Trataré de olvidar los poemas y los libros
abrigaré mi cuello con una vieja bufanda
y me echaré un pan en el bolsillo.

Oleré a mal vino y suciedad
enturbiando los limpios mediodías.

Y me haré el tonto a propósito de todo.

Y sin tener necesidad de triunfar o fracasar
trataré que la escarcha cubra mi pasado
porque no puedo sino hacer estupideces
seguir caminando en estos tiempos.

(Jorge Teillier, adapt. Serguei Esenin, 1996)

LA PORTADORA
Y si te amo, es porque veo en ti la Portadora,
la que, sin saberlo, trae la blanca estrella de la mañana,
el anuncio del viaje
a través de días y días trenzados como las hebras de la lluvia
cuya cabellera, como la tuya, me sigue.

Pues bien sé yo que el cuerpo no es sino una palabra más,
más allá del fatigado aliento nocturno que se mezcla,
la rama de canelo que los sueños agitan tras cada muerte que nos une,
pues bien sé yo que tú y yo no somos sino una palabra más
que terminará de pronunciarse
tras dispensarse una a otra
como los ciegos entre ellos se dispensan el vino, ese sol
que brilla para quienes nunca verán.

Y nuestros días son palabras pronunciadas por otros,
palabras que esconden palabras más grandes.

Por eso te digo tras las pálidas máscaras de estas palabras
y antes de callar para mostrar mi verdadero rostro:
«Toma mi mano. Piensa que estamos entre la multitud aturdida y satisfecha
ante las puertas infernales,
y que ante esas puertas, por un momento, llenos de compasión,
aprisionamos amor en nuestras manos
y tal vez nos será dispensado
conservar el recuerdo de una sola palabra amada
y el recuerdo de ese gesto
lo único nuestro».

(Jorge Teillier, Poemas secretos, 1965)

Estamos en paz

Supongo que a mis maestros les debo
las primeras letras aprendidas,
como debo a mis padres y abuelos
las primeras palabras,
que luego he ido olvidando poco a poco,
y los primeros pasos,
que después he ido torciendo
yo solo.

A mis hijos les adeudo, también,
las primeras palabras,
que he ido recordando poco a poco,
y los primeros pasos,
que he ido enderezando
con su ayuda.

Le debo al primer amor, supongo
-y digo que supongo
porque cada uno que vino
fue siempre el primero-,
este punto de explosión en el pecho
que algunas veces me redime
de mantener la vida intacta.

A los amigos también les debo
todas las otras redenciones
y unos cuantos cubatas
de esos que desanudan
la soga del cuello.

La mirada perdida es lo que adeudo
a multitud de poetas que admiro
-algunos de lo cuales incluso cantan.

A mis congéneres les agradezco
que no me hayan dejado ser demasiado distinto,
a las mujeres, que no me vean feo,
a los vecinos, les debo mi gusto por el silencio
y su empeño en que siempre se debe seguir
un estricto horario
para sacar correctamente la basura.

A los sacerdotes les debo la fe en mí mismo
y los monjes mi gusto por el gregoriano.

A los sicólogos, que me hayan hecho el honor
de poner todos mis complejos en sus libros.

Debo a los ordenadores la extinción total
de mi caligrafía y esta sequedad continua de los ojos.

Debo, a quienes me leen, una impenitente
adicción a mirar por si hay comentarios.
A Mark Knopfler y a Paco de Lucía
tengo que agradecerles
su teoría de las cuerdas del universo,
y a José Luis Cuerda, que amanezca siempre
por el lado correcto.

Debo, en fin, a cientos de personas,
cientos de pensamientos, habilidades, noticias,
risotadas o sonrisas, compras con tarjeta,
malabares del corazón, complicidades técnicas
y un puñado de anécdotas que algún día contaré.

En cambio, a ti no te debo nada.

Porque sí,
es cierto que me has enseñado a escribir
cuando no puedo hacerte el boca a boca.

Por eso,
con este poema,
ahora que lo escribo,
ahora que lo lees,
respiramos,
y por fin juntos
estamos en paz.

AHORA

Me has enseñado a respirar

Juan Gelman

(Piedad Bonnett)

Óxido

Que la vida es una tómbola, ya lo sabemos gracias a Marisol. Y puede que se supiera desde mucho antes de Augusto Algueró.

Que la vida no sólo es una tómbola, sino que es la única tómbola en la que puede tocarte bueno o malo sin meter -y mucho más fácilmente de lo segundo-, tampoco es nada que nos sorprenda a partir de una cierta edad.

Dentro del ying siempre hay un poco de yang, eso lo sabemos por el anagrama ese tan chulo que tienen los chinos en los colgantes. Con el Tao, Lao Tsé nos explica que todo tiene causa y consecuencias.

Que, si naciste «pa martillo», del cielo te irán cayendo los clavos -o una enorme orca simpatiquísima y terrible-, nos lo dejó muy claro Rubén Blades. Y podría añadir que nadie se baña dos veces en el mismo río -especialmente si está helado-, que no se puede estar Opé y en paradero desconocido, que el hielo es mucho más duro que el cemento.

Lo que quizás no sea tan conocido es que óxido debe ser eso con que el amor nos salva la vida cuando lo exponemos, sin concesiones, sin aliento, a la ferocidad de la intemperie.

…Te amo y te lo grito estés donde estés,
sordo como estás
a la única palabra que puede sacarte del infierno
que estás labrando como ciego destructor
de tu íntima y reprimida ternura que yo conozco
y de cuyo conocimiento
ya nunca podrás escapar…

(Gioconda Belli)

LITURGIA
Querida amiga:
estamos aquí reunidos
para celebrar un beso.

Estamos aquí reunidos
desvistiéndonos de circunstancias,
ataviados con las ganas hechas encaje,
rezumando presente por los ojos
y con el corazón galopando salvaje
desde el prado de los promontorios.

Vamos a palparnos los filos
hasta encontrar las certezas erizadas,
hasta llegar a un acuerdo
con la sangre atrincherada bajo el tumulto.

No hay que decir más palabras que las justas,
expulsando el aire que tanto nos separa,
dejemos que ardan la piel y la inconsciencia
mientras el tiempo se derrumba
a nuestro alrededor.

Celebremos con el lenguaje de los cuerpos
este beso fresco, húmedo, afilado,
que nos unte de la materia del presente.

Que nos ciegue el resplandor de la fragua
que convierte un beso ágil y fuerte
en la llave que abre la puerta de otra vida.

No obstante, el futuro todo lo oxida.

Walken

Después de mucho pensar en cómo abordar la idea que me da vueltas en la cabeza desde que ayer los ojos de Christopher Walken me hicieran una pregunta que me horrorizó, resulta que hace ya tiempo que escribí exactamente eso que le hubiera contestado al actor.

Me ocurre con frecuencia aquello de «pero si yo tengo un texto que decía algo de eso». No sé si es que escribo sobre lugares muy comunes, o que recuerdo con la suficiente inexactitud como para que cualquier idea me recuerde a cualquier otra. Pero es cierto que me sucede muchas veces.

Además, el tema en cuestión es recurrente en mí -que es un modo elegante de decir que me resulta muy socorrido-. Tengo, no hace mucho tiempo publicados en este mismo blog, varios textos sobre el asunto.

Walken le pregunta a Nicole Kidman, en presencia de un asustadizo Matthew Broderick que hace las veces de su marido, que qué haría si tuviera el poder de eliminar los pequeños defectos de la persona a la que ama. Si podría renunciar a remodelarla para conseguir que fuera exactamente tal y como uno la desearía.

Y aunque es verdad que hay gestos que trastabillan una tarde, risotadas que desmelenan una amargura o manías persecutorias que colman vasos de cristal; aunque es verdad que sería fantástico que, por un momento, fueses tal y como yo te imagino, prefiero mil veces que el resto del tiempo sigas siendo exactamente como eres.

Si yo fuera perfecto, me olvidarías enseguida, como se olvida el motor de un coche que nunca se avería, que no te deja tirado, que nunca pide gasolina. Nada parecería real, sino que todo ha sido siempre simulado. ¿Cómo sabrías que me quieres si no pudieras odiarme?

PERFECTA
De sobra sé que no es perfecta, que nada lo es. ¿Y qué importa? El ideal no existe; y si existe, no me llega, no me hace temblar, no me conmueve.

Si supiera, si tuviese el don de esculpirla de la nada, no encontraría el modo de mejorarla con estas manos mías, con estos ojos propios, con este corazón envejecido y envalentonado.

Yo también soy mis errores, mis manos torpes, mi cuerpo moldeado por los genes y la pereza. Y estoy tan hecho de sueños como de fracasos, con tanto entusiasmo como decepción.

Aquí aparezco, tal vez, como si supiera de lo que hablo, como si todo rodara suavemente por una cuesta ligera y las palabras surgieran solas, seguidas, en una misma secuencia de plano contraplano.

Pero es pura coquetería la de ocultar los lunares de la espalda, el pellizco ansioso de una tarde de domingo y el asqueroso vicio de fumar a deshoras. Coquetería necesaria, pero que no me engaña. De sobra sé que no soy perfecto… ¿y qué importa?
Y como yo no lo soy, ella no puede serlo. Su imperfección no es un defecto, sino eso, exactamente eso que hace que ella sea como es. Eso que tanto me gusta.

No tiene nada que ver, pero, puestos a rebuscar en el trastero, no me he resistido a endiñar otro texto sobre este maravilloso actor y su don de traerme buenas películas y malos recuerdos.

ZONA MUERTA

Todavía recuerdo cuando fuiste invisible y aquel mimetismo te sostuvo columpio indiferente entre los árboles. Casi sin gravedad, en un antes y un después tan tenue, que no te supiste trenzar como haces siempre.

Luego, recuerdo también, que eras paisaje escondido, figurante mímico de las noches extranjeras que bebían a mi lado. No pasabas ni despacio ni deprisa, no movías el aire que respirábamos juntos sin saberlo, no te precedían ningunos pies.

De intermitente a obsesiva, te transformaste en la línea que todo lo difumina para siempre. De obsesión a control, de control a absurdo, de absurdo a visceral. Cada vez más burbujas, pero todas rellenas de plomo.

Nunca has vuelto a ser la misma de antes, desde que no me dejo darte la mano. Ahora ya, ni siquiera soporto mirarme en tus ojos de Christopher Walken.

Sin guión

Tantas veces he visto saltar del tejado de un edificio hasta el contiguo, que alguna vez me ha apetecido intentarlo, sin más, como ejercicio contra el aburrimiento. No tiene que ser muy difícil, si hasta los malos lo consiguen.

O saltar de un coche en marcha, porque me he dado cuenta de que siempre se sobrevive, al menos, en las series de televisión. Aunque, lo más divertido debe ser tirarse con carrerilla sobre una ventana cerrada, romper el cristal con la cabeza y luego caer plácidamente sobre los contenedores de basura repletos que, sin ninguna duda, estarán justo debajo.

Hay momentos de mi vida en los que no escucho música de violines y lo raro es que me sorprende no escucharlos. Ahora ya siempre espero que el malo se arrepienta en el último instante, se salga de la cola del Mercadona en donde se me ha colado y me ceda la vez.

Por fin comprendo perfectamente a Spiderman cuando dejó de fumar.

Incluso me asombra enormemente, cuando camino a altas horas de la noche por la ciudad mientras regreso a casa, no encontrarme nunca a ningún tipo enamoradísimo que aguanta mecha bajo la lluvia hasta que se le asoma la muchacha por el balcón, se gritan frases lacrimógenas sin excipientes, y luego corren a besarse justo cuando deja de llover. Pero si eso pasa todos los días, ¿por qué nunca sucede cuando paso yo?

He visto tantas veces cómo se desactiva una bomba en el último segundo, que ya ni siquiera me pone nervioso abrir un paquete de arroz de marca blanca. Estoy convencido de que hay tantas primeras citas que acaban en la cama, que prefiero empezar directamente por la segunda, que es la de no volverse a llamar.

Conozco perfectamente la técnica de un beso apasionado, la presión exacta de los labios y el ángulo de las barbillas, domino sus fases de un modo tan absoluto -ars gratia artis-, que no consigo entender por qué ninguna chica quiere practicarlo conmigo.

Tantas veces te he oído decirme «te quiero» como preludio a un abrazo conmovido, que hasta me siento querido… supongo que… por la cámara.

He leído tantas palabras de eso que llaman amor, se me ha erizado tantas veces la piel por debajo de las palomitas, he deseado con tanta fuerza que se encendiese un luz contra los malentendidos y la obcecación de los protagonistas, que estoy completamente convencido de que debe haber vida después del cine.

Y una vida que, muy posiblemente, no tiene guión.

PROTESTACIÓN DE FE
Me resisto a creer en otros dioses
que tu boca y la mía,
dos lenguas que compartan el idioma
que hablan los ahogados.

Tengo miedo a pensar que solo el polvo
acogerá mis huesos.

Nací para tejer mi enredadera
en torno a tu cintura.

Me resisto a creer que las gaviotas
cenarán las migajas
de este amor sin cronista;
no quedará en la tierra maremoto
que suplante a tus besos.

(Anabel Caride, Nanas para hombres grises)

To the wonder

No apareció una caperucita roja entaconada que manda callar al lobo, Lulú dejó de ser «moi», los hombres no entraban en las distancias cortas, las paredes de cristal no cayeron delante de los periodistas porque yo no soy lo que piensan, y aunque He is y She is, no se veía ninguna fiesta con portero de pinganillo.

Ni ella chasquea los dedos ni él se convierte en un perro, no apareció un enorme árbol de cristal del que pende un precioso frasco rojo, la modelo no se escapó por la ventana en una moto, a la chica le suena el teléfono y lo contesta en lugar de abrazarse a un enorme bote de perfume.

El caso es que creo que ella se metió en una piscina, pero no salió de color dorado. Hubo una playa, pero sin plataforma mediterránea en la que besarse, no cayeron flores de Kenzo al tejado en ningún momento. Nadie gritaba «egoiste», aunque supongo que lo pensaban. Ninguna alfombra roja, nadie se corta a puñados el cabello ni se arranca botones de la camisa.

Llueve a veces, pero ninguna chica se restriega una orquídea por los labios y el aqua no es di gioia. Sí, si parece que lo que busca es el amor, como Scarlett Johansson, pero es francesa y el novio americano. Y no se desnudan en penumbra mientras la luz resbala por una cortina de rejillas de Gucci.

La verdad es que no salió nada de eso. Entre medias sí, muchas voces en off diciendo frases ovaladas, espirales y parabólicas. Pero después de aquel larguísimo anuncio de colonias, la película terminó sin haber empezado.

Ellas muy guapas y ellos muy guapos. Vayamos hacia la maravilla, sí. Pero por otro lado.

SUMA
Los días no contaban para mí,
bastaba la palabra.

Yo escuchaba en cuclillas cómo alguna palabra
                 conversaba con otra.

No contaban los días.

Pero extravié palabras y los días me siguieron de
                 cerca con sus largos abrigos.

Yo iba mirando el suelo.

«Ese no cuenta el cuento», vaticinaron unos.

Yo no escuchaba a nadie, yo contaba con ellas.

Los días fueron como trapos mojados en los pies.

Habité días feroces porque perdí palabras.

Eran contadas y eran, al fin, las que contaban
El tiempo es implacable.

El que pierde palabras tiene los días contados.

ENVÍOS
Todo lo que se da llega a destiempo.

           No existe otra manera.

Entre el ojo y la mano hay un abismo.

Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.

Un país que asoma su cabeza deforme en una
           carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
           esperabas.

Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
           sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.

Dibujamos una taza de café en el desierto.

Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.

Al final nos entregan los huesos de un perfume.

Aún así persistimos.

En alguna montaña vive un pez resbaloso.

Entre números rotos se desliza una estrella.

SUCESO VIII
a veces soy la voz del otro lado del teléfono
a veces un aliento
una ciudad enorme donde te encuentro a veces
por supuesto una fecha
un saludo que cruza el cielo velozmente
dos ojos que te miran
un café que te espera después de la llovizna
una fotografía una mano en tu mano
desesperadamente una canción etcétera
y siempre o casi siempre
nomás ese silencio
donde solés colgar tus prendas íntimas.

(Jorge Boccanera)