En el centro del paraíso, oculta tras un atardecer sonrosado, está la puerta del infierno. A un paso de la primavera se esconde el invierno que amenaza granizo.
A un milímetro de tu piel acecha tu ausencia hecha kilómetros. En el mínimo espacio que separa el pronombre te del verbo quiero, sucede el más amargo desconsuelo, real o figurado.
Es cierto que hay un espacio en el que no sabemos si está lloviendo afuera y no importa. Pero es tan frágil la burbuja que lo envuelve que nunca nos la creemos, como si lo que pasa dentro se transfigurara en una mentira de jabón que nos salpica al romperse.
Ni siquiera aquí, en el rectángulo de las palabras, está el cielo libre de un… —perdona, pero tengo que hacer una llamada—… y ahora ya no sé por donde iba.
Supongo que iba a hablar del miedo, del miedo como un vértigo que te empuja hacia el abismo que hay escondido en algún grano de arena de cada playa.
Todas las veredas bordean el mismo precipicio, el tiempo es infinito aunque nos pase por encima como una losa y nunca habrá paz para los malvados que tienen la soberbia de no pedir nunca lo que siempre están deseando de esa boca.
El despertar
Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.
En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.(Alejandra Pizarnik, Los trabajos y las noches,1965)

El paraíso (Mikel Izal, El miedo y el paraíso, 2023)
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