Táctica y destiempo

En las relaciones personales, y por supuesto en el amor, todos caemos en la trampa de la táctica.

Hay montones de influencers que dedican horas de vídeo y pamplinas al noble oficio de sacarnos de nuestros errores y promover sus propias recetas y enseñanzas para cosas de lo más variopinto.

Perder barriga haciendo ejercicios sentado en un silla, mantener la flexibilidad de los hombros con el palo de una escoba, detectar cuando le gustamos a alguien con solo hacerle tres preguntas esotéricas.

Cinco indicios para saber si tu relación está a punto de venirse abajo, el modo de peinarse para parecer más alto o cómo hacer el delicioso para que tu pareja se haga adicta.

A esto hay que añadir la retahíla de estrategias que uno mamó desde niño y que ahora tienen nombres ingleses: ghosting, curving, pocketingSituationship y benching, da igual que lo hagas o que te lo hayan hecho, uno aprende, paperclipping va, breadcrumbing viene, que es imprescindible tener alguna táctica.

Desde el chantaje emocional de «si me queréis, irse», hasta la dignidad de «si me quieren, que me busquen», toda la vida vamos de estrategia en estrategia, como si hubiese alguna manera de que nos quieran aquellos que no nos quieren pero que siempre nos buscan cuando les podemos ser útiles.

Al final de cada técnica empleada, puede ocurrir que no funcione convenientemente el truco y no quieras a quien te busca; o que quien te guste no te busque, que no te busquen los que no te quieren… Y puede, tal vez, suceder el milagro y que te busque quien tú quieres que te busque.

Aunque cabe también la puñetera caprichosa casualidad de que, quien querías que te buscara, efectivamente te busque… pero ¡ay! tan demasiado pronto que no te encuentre preparado o, lo más habitual, tan demasiado tarde que tampoco te encuentre porque tú ya estás en otra fase.

A mí no me sirve ninguna estrategia, porque casi todas se basan en asuntos que no consigo desarrollar adecuadamente. Porque no sé insistir, porque odio sentir que estorbo o que soy pesado, porque a veces me fallan mis maneras personales de no sentirme ridículo. No me sirve ninguna táctica o, también es posible, que soy torpe y no consigo hacerlas bien.

Pero sea con la técnica que sea, al final ocurre que no te quieren quienes no te quieren. Solo te buscan y te quieren quienes te buscan y te quieren. Y aun así, ni siquiera eso es siempre suficiente, lo cual es una de las más terribles imprecisiones que nos regala la vida. Y desgraciadamente no hay táctica que lo remedie.

La otra imprecisión contra la que también andamos desvalidos es la de no saber cuando dejar de esperar que llegue nuestro tiempo; para poder cerrar el capítulo de esa novela imposible y empezar otra —o no— por otro sitio, con sus correspondientes estrategias imprevisibles y su previsible corazón partido.

DESTIEMPO

Nuestro entusiasmo alentaba a estos días que corren
entre la multitud de la igualdad de los días.
Nuestra debilidad cifraba en ellos
nuestra última esperanza.
Pensábamos y el tiempo que no tendría precio
se nos iba pasando pobremente
y estos son, pues, los años venideros.

Todo lo íbamos a resolver ahora.
Teníamos la vida por delante.
Lo mejor era no precipitarse.

(Enrique Lihn)

Nuestro tiempo (Amaral, Salto al color, 2019)

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