Sanfermines varios (I)

La impertinencia de las hojas secas

Amanecen en el patio, secas, reposando después de un vuelo breve, casi un baile con el viento.

Entonces, armado de escoba y en armonía con la pendiente, las barro lentamente, dejo que jueguen un poco antes de meterlas en el recogedor.

Otras, las más, otras que cayeron a la tierra huyendo de la escoba, se dejan seducir por el rastrillo y se acercan a mis pies tímidamente.

Con las manos, las reúno en puñados que crujen -si no fuese porque me creerías loco, diría que crujen con la risa de las cosquillas- y las obligo a compartir el mismo olvido que a las otras.

Se suda, por el calor y porque yo sudo con poco, y después de la tarea apetece subir a lo alto de la escalera y encender un cigarro. El humo hace garabatos en el pensamiento y sabe a gloria ese escalofrío de la brisa que se levanta como queriendo llevarse las gotas de sudor.

Todo límpio, tranquilo, fresco el cuerpo a la sombra, quizás felicidad. Y vuelvo el rostro a contemplar la obra realizada y…

-Pero… ¿de dónde han salido otra vez las hojas? ¡Si acabo de barrer!

Nuevamente, hojas secas desparramadas por el patio, como notas de un pentagrama. Y como un Sísifo moderno, con un enfado de juguete que se va convirtiendo en ternura, vuelvo a retomar la misma tarea que acababa de terminar.

En el fondo, me conmueve la impertinencia de las hojas secas. Parecen recordatorios de la naturaleza que se posan en la conciencia del suelo. Porque son como las ausencias, como el desencanto, como la soledad.

No hay manera de quitarlas del todo.

Y de la isla ignorada de un corazón vino a mí no sé qué súbito aliento cálido de primavera…

Como la hoja de una flor, traída y llevada por la brisa, un ala rápida me rozó un instante y se perdió al punto…

Fue en mi corazón como un suspiro de su cuerpo, como un susurro de su corazón.

(Rabindranath Tagore, El jardinero)

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