Blanco y negro
Dicen las estadísticas
las verdades más frías
y las mentiras más candentes.En ellas se refugia
la ignorancia de las cosas
escrita con números rígidos.Se aturden milimétricamente las certezas
con palabras esdrújulas y genuflexas
que adoran al dios minúsculo
que nos quiere idénticos a todos.El alma se reduce a dígitos,
a fotogramas ínfimos de una vida extensa,
a indicios de un silencio consabido
que nadie pronuncia,
al término medio inexistente
en lo implícito de las conciencias.Y puede ser que acierten,
que la mezquindad del mundo
sea la leche más mamada,
que no seamos más que números
que bailan en una tabla
y que el corazón de los hombres
haya sucumbido a las matemáticas.Puede ser que acierten con su catalejo
y que yo, viviendo a simple vista,
y mirándote como te miro, absorto,
no entienda la desviación típica
ni la frecuencia con la que los otros
puedan sentir lo mismo que yo siento.O será que es que no comprendo,
por culpa de este absurdo romanticismo
con el que miro hacia el brillo de tus ojos
—o será que no quiero entenderlo—,
que los colores del mundo que veo contigo
puedan estar escritos en blanco y negro.
Cien
La besó. Cerró los ojos y la besó. La beso cien veces pequeñas, cien veces grandes, cien veces contando hasta doce y luego doce veces contando hasta cien.
La abrazó cien veces por cada lado y el mundo se apagó cien veces. Entonces sintió en cien hombros su cabeza y cómo su cien veces calor iba derritiendo el vacío que le congelaba por dentro. Sus brazos rodearon cien veces su cuerpo, cien veces sus brazos y un sólo cuerpo que abrazar tan desde dentro que cien veces se le olvido respirar.
La acarició con un dedo lentamente, trepó por su vientre hasta la suavidad de sus senos y quiso quedarse en ellos cien veces. Cien veces recorrió con los labios el perfil de su cuello cien veces suave, cien veces tierno. Con su cien veces lengua quiso quedarse en la humedad de la huella que fue dejando al descubierto en su piel.
Quiso meterse en ella cien veces por su oreja, cien veces por sus labios, cien veces por su pelo. Cien veces quiso moldear sus piernas, cien veces quiso no dejar de tocar el cielo. Ella decía o reía besos, suspiraba o entornaba caricias, pulsaba o retenía el tiempo.
Entonces él la beso. La besó cien veces, sabiendo que eran las últimas cien lenguas de este año cien veces difícil y cien veces año. Pero aunque se escanció en cien besos grandes y en cien besos minúsculos, ninguno de ellos fue el último, ni le agotó la sed.
Aún le quedan cien labios que abrir y cien ojos que cerrar en el próximo beso.
Qué bonito!!!! Que bonito!!! Que diría Rosarillo.