
Pero antes de pensar en los finales, necesarios, y en los epílogos, no tan necesarios, es conveniente fijarse en los principios.
Porque cada principio es distinto, aunque los finales sean el mismo repetido, las historias siguen su curso azaroso y recortado, que diverge sobre la espuma de una cerveza mientras se consulta un rostro en google.
Sí, claro, el azar de la linterna, del nuevo profesor, de la química de unos alumnos racionales que tocan el piano. La semilla de la duda, el efecto de compartir amante de modo racional y maduro, el razonamiento simple sobre el mal en el mundo y un puntito de depresión.
Claro que es azar enamorarse, pero besarse en pleno túnel no. A cada capricho de la suerte, le corresponde una decisión racionalmente tomada, que, por muy meditada que esté, no deja de tener un lunar negro e irracional en el centro de su ying.
Quien dice matar, dice escribir una novela. Quien dice deprimido, dice aburrido. Quien dice amor, dice entretenimiento para después del trabajo. Y quien dice que nunca lo haría, después de hacerlo lo justifica.
Es cierto que hay un poco de confusión en todo esto, porque ninguna mente sensata puede soportar la idea de un asesino social, si bien no es tan raro echar el cerrojo por la noche por si vienen a por ti con una pistola en cada mano.
Lo estoy mezclando todo a propósito, para que se note, a las claras, que soy un hombre completamente irracional, de acciones incoherentes, con pensamientos infantiles, con gustos perversos para la pornografía y complejos de inferioridad de muchas alturas. Obsesivo a ratos, como todos. Imperfecto, en definitiva, como la mayoría.
Pero, porque hay que atender a la dignidad de los finales, son los principios los que marcan el devenir de todas las historias. Yo soy un hombre irracional, por principios. Dubitativo por principios, temeroso por principios, tibio por principios.
Pero es que yo te amo y nunca te delataría. Por principios y porque hay que cuidar la dignidad de los finales, con un adiós sería suficiente.
Bueno, más que con un adiós, quiero decir con un olvido.
Ya ves; eso es lo que te aguarda, si te marchas,
y lo que aquí te espera no es mejor.Conoces de antemano cuál será tu conducta:
sopesarás los dos ofrecimientos que posees
-la despoblada soledad de una fiesta ya extinta,
la habitual afrenta de estar solo contigo-
y antes de encaminarte hacia la casa
apurarás la noche un poco más.(Un poco más, a estas torpes alturas de tu vida,
no puede ser muy malo.)
La fiesta ha terminado. Y aquí viene la luz,
la vieja hiena.Has apurado el plazo
que la noche te había concedido,
y a quien la luz ha de traer
ya lo conoces.Si vuelves hacia casa, con tus pasos
volverán sus pasos. Y a tu fatiga
su fatiga habrá de acompañar.La fiesta ha terminado y queda su enseñanza:
como una vieja deuda contraída,
nada hay más imposible que escapar de nosotros.Ya se aproxima el alba, y nadie ignora
que todo plazo acaba por cumplirse,
que toda deuda acaba por pagarse.(Carlos Marzal)