Felices 140

Envidiamos la vida de los demás o nos da pena, sin punto medio.

Ni siquiera los amigos se salvan de la dicotomía. El éxito es un asunto turbio, tan turbio que a nadie le parece suficiente el propio y demasiado el ajeno.

Compararse por milésimas es salir siempre derrotado. Porque nadie es perfecto, porque no hay ninguna vida inmaculada y los demás, por poco que tengan, siempre tienen algo que nosotros queremos.

Es la cruz del deseo y también el lado oscuro del amor y de las otras cercanías. Que, ver la mariposa a través de una lupa, la vuelve horrenda, y podemos echarle en cara con asco premeditado los pelos de sus patas ignorando sus alas de colores.

A simple vista, nos queremos, no cabe duda. Lo malo es que las dudas siempre acaban por caber. Y si hay dinero de por medio, caben y crecen hasta que sobresalen.

Me gusta creer que no hay nadie mejor que otro, que son muchas y muy distintas las maneras de vivir el tiempo del que disponemos y que, cuando uno compara su mochila con las de los demás, acaban por pesar lo mismo.

Pero empiezo a pensar que tal vez sea cierto que la poesía no existe, que elegir entre principios o finales no es resignarse, que la cruda realidad es la única manera de ver el mundo tal y como será más tarde o más temprano.

Empiezo a pensar que la soledad y la libertad se parecen como dos lágrimas, que el amor y el sueño se desinflan del mismo modo y por los mismos métodos, que vivir no es más que irse preparando un buen entierro.

Empiezo a pensar que veinte millones son una razón suficiente para venderse, que el egoísmo es la mayor de las virtudes ciudadanas, que el equilibrio de Nash es el único verdadero.

Y empiezo a pensar todo eso porque creo, me veo, diciendo todo lo que dicen ellos, respondiendo todo lo que ellas responden, haciendo la vista aún más gorda que la cuenta corriente y cambiando afecto por liquidez.

Debo ser un hombre triste, Elia, y no sé en que parte del camino me dejé la humanidad que sé, a ciencia cierta, que una vez tuve.

Lo que no empiezo a pensar, sino que hace ya mucho que entendí, es que la memoria volverá a protegerme decorándome las paredes con olvido Feng Sui, insertando en mis estantes algunas frases cohellistas y llenando mi facebook de «likes» a favor de los leones y en contra de los desahucios.

El pozo salvaje
Por más que aburras esa melodía
monótona y brumosa de la vida diaria,
y que te amansa;
por más lobo sin dientes que te creas;
por más sabiduría y experiencia y paz de espíritu;
por más orden con que hayas decorado las paredes,
por más edad que la edad te haya dado,
por muchas otras vidas que los libros te alcancen,
y añade lo que quieras a esta lista,
hay un pozo salvaje al fondo de ti mismo,
un lugar que es tan tuyo como tu propia muerte.

Es de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.

En sus aguas dudosas
reposa desde siempre lo que no está dormido,
un remoto lugar donde se fraguan
las abominaciones y los sueños,
la traición y los crímenes.

Es el pozo de lo que eres capaz
y en él duermen reptiles, y un fulgor
y una profunda espera.

En tu rostro también, y tú eres ese pozo.

Ya sé que lo sabías. Por lo tanto,
Acepta, brinda y bebe.

(Carlos Marzal)

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