Esquinas, rincones, portales (y IV)

Ángulo muerto
El ángulo estaba muerto
desde mucho antes
de que la atrajera hacia la esquina.

—Ven —le dije,
tomándola de la mano.

En mis brazos duró un suspiro,
lo que se tarda apenas
en emitir un quejido
y envolverlo en llanto.

El ángulo estaba muerto,
estoy seguro, lo había comprobado
con mis propios ojos.

Entonces, ¿qué? ¿quién? ¿cómo?
¿Por qué se escapó el aire?
¿De dónde aquel sollozo?
El ángulo estaba muerto
y yo, ahora lo sé con certeza,
me quedé dentro, por dentro,
muriéndome un poco
detrás de la puerta.

Andén
Había
mucho humo aquella tarde
en el café
-siempre hay mucho humo-
pero ellos
se miraban a los ojos
como buscando un apagón
para besarse.

Lástima
que ese tren
no los llevara a ninguna parte.

Lástima
que los túneles de aquel viaje
fueran tan cortos.

Mentira piadosa
Desde detrás de la puerta
has llegado intensamente tangible
en tu envoltorio de piel y saliva,
elevando la temperatura de la esquina
en la que nos abrazamos.

Confieso que he confundido
tu lengua con la mía, que la geografía
de tu pecho se ha desdoblado en mis dedos
y que he reconocido
ese silencio de bocas juntas
que se dispersa sobre mí como gotas de vida.

¡Qué pronto te acabas!
Entre tanta confusión de aliento y caricias,
el otro mundo, ese que siempre limita al norte
con un cierto rumor de muchedumbre,
me ha desvestido de ti frente al espejo
y con una ráfaga de prisa
se ha llevado tus labios hacia el sueño siguiente.

Tu olor es una mentira piadosa
que expande mi agradecimiento
tu perfume es una falsedad necesaria,
un engaño al que deberle el consuelo y la mentira
de creer en la certeza de lo vivido.

¡Pero qué pronto te acabas!
Con qué rapidez me deshaces el cuerpo
en partículas de memoria,
qué deprisa te esfumas en el aire
y, sin embargo,
cuánto me cuesta salir de tu aroma
lentamente
hacia la soledad de la tarde.

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