Esquinas, rincones, portales (II)

Lo que no se ve en los poemas
Tienen los poemas la dichosa costumbre
de salir en los libros completamente limpios,
sin que nadie aprecie, sin que pueda encontrarse
en ellos lo mundano de su existencia.

Por eso, nadie sabrá el tiempo estirado o detenido
que tardé en llegar a la siguiente estrofa,
ni el torrente de emociones que no quise
abreviar en sílabas delicadas o en palabras rotas
por el cansancio y mi torpeza.

Nadie entenderá el desprecio que sentí
por las rimas que no me conmovieron
y que extirpé de entre los renglones
después de haberlas hecho jirones
de vocabulario en el pensamiento.

Ni la pesadumbre de borrar lo escrito,
ni la certidumbre de no tener talento,
ni el principio de aquel otro poema
que correrá la misma suerte de olvido.

No se descubre en estos versos la tos,
la imperiosa llamada del resfriado que me sacude,
ni la sequedad de los ojos prestados
a la atención de las pantallas.

Es imposible contemplar en este poema
el patetismo del chandal y las pantuflas,
las migas de pan esparcidas en el escritorio,
el color del vino y sus manchas diversas,
la pesadez de párpados del insomnio.

Para nada quiero ya el tiempo que pasé
limpiando este poema a los ojos del mundo.

Sólo sé que aquí lo dejo,
en donde encontrar otras miradas que quieran
pasarlo de nuevo a sucio.

INTROITO
Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos versos
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.
(Mario Vega, Al umbral de las horas)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *