El lado bueno de las cosas

A veces, te dejas la cartera en la casa, y vuelves, y está sonando una canción.

Nadie entiende lo que pasa en tu cabeza, ni siquiera tu otro yo cuando coincide contigo en ser carne de siquiatra, que es como prepararse para un mundo lleno de canciones en el que sólo suena una.

Y, como no puedes quitartela de la cabeza, aceptas bailar otra, y un ciego que guía a otro por el laberinto, y tu padre que se lo apuesta todo y los Eagles que son mi pasión.

Entonces llega la buena o mala suerte, que en eso consiste ser bipolares, y la chica es guapa pero está más loca que tú y todo parece normal cuando aparece la policía y tienes que escribir una carta interminable.

Ella tira los platos y tú las zapatillas, tu amigo te sugiere algunos pasos y nadie habla hasta que no hay más remedio que deshacer un entuerto en mitad de la calle mientras ella huye entristecida y tú susurras en otro oído y la apuesta no estaba en el dinero sino en cuándo hay que deslindarse del pasado y encontrarse de nuevo con tu otro yo (y quizá con alguien más y su otro yo correspondiente) y dejar de escuchar aquella canción que sonaba siempre.

Y todo se resuelve sin resolverse, olvidando que, otras veces, te dejas la cartera en la casa, y vuelves, y no suena ninguna canción y sigue sin haber nadie.

Amor
La regla es ésta:
dar lo absolutamente imprescindible,
obtener lo más,
nunca bajar la guardia,
meter el jab a tiempo,
no ceder,
y no pelear en corto,
no entregarse en ninguna circunstancia
ni cambiar golpes con la ceja herida;
jamás decir «te amo», en serio,
al contrincante.

Es el mejor camino
para ser eternamente desgraciado
y triunfador
sin riesgos aparentes.
(Eduardo Lizalde)

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