Vecindario
Anuncia el vómito de las pantallas
un fin del mundo cada día.Subo el volumen de mi esencia cobarde
para no escuchar más soledad que la mía,
pero entra a golpes catódicos el ruido de fondo
y su histeria de cuchillos en el descampado.Afuera no duerme nadie
en una guerra de mundos que nunca termina,
porque nadie puede escapar de esta pulsión infinita
de sapos que devoran culebras,
de locos que se devanan los sesos en la escalera
cuando el viento palpita en el alma de las persianas.No puedo dormir esta noche moribunda
de cristales rotos y patadas en la puerta.Porque me llegan las voces de las madres rotas,
el llanto asfixiante de los niños oscuros,
y el corazón me tirita con el ladrido
de los perros que arañan la luna.(Instanteca, diciembre 2007)
Odio las columnas
Serían las ganas de salir de debajo de la tierra, el estrés de ir con el tiempo justo, la despreocupación de haber hecho lo más difícil o la inquietud de una tarde de frío en la vegija.
Sería el odio ancestral de las columnas, la luz mortecina de los subterráneos o el espanto de que el regalo inútil que buscaba costaba sesenta euros.
El caso es que antes de entrar por la puerta contraria, repase mentalmente la maniobra que tenía que hacer; y era sencilla, lo difícil había sido meter el vehículo en donde lo metí.
Sería que se me fue el demonio al cielo pensando que había perdido el tiempo, sería que vivo en otra vida por dentro de la cabeza, pero el caso es que aquello sonó a desastre y a rozadura.
En realidad no importa por lo que fue ni de quien es la culpa. Dos mil quinientos kilómetros después de comprarlo, he estrenado el coche en una columna anónima que, por supuesto, no quiero ni volver a ver.
Nada grave. Pintura roja y tirar de seguro. No te lo cuento para darle importancia a un hecho que no la tiene, sino para explicar con un ejemplo una sensación que hace mucho tiempo que tengo.
Cuando la columna se posó en la puerta, paré el coche ante ese pequeño ruido y miré por el retrovisor. Entonces comprendí la situación: la otra columna, el coche de al lado, las dimensiones del vehículo…
Entendí que, hiciera lo que hiciera, maniobrase de cualquier manera, iba a hacer algún estropicio en alguno o en todos los lados. Y es muy difícil moverse sabiendo que vas a hacer daño, que algún corazón quedará siniestrado, que tú mismo te arrancarás la piel.
Pero, después de pensarlo un rato, salí. Salí porque quedarse es morir en el intento, quedarse es sufrir a plazos y pudrirse por dentro, salí, a pesar de la dentera que da ir arañándolo todo al moverse. Salí.
Salí confiando en mi abuela… en que todo tiene apaño menos la muerte.
(La vida es insomnio, enero 2011)