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Inevitablemente, sentir conduce a imaginar, del mismo modo que creer nubla la vista hacia el color del cristal de las gafas detrás de las que surge la maravilla.

Porque toda maravilla es invención hasta alguien la mide, toda invención es un sueño hasta que alguien lo escribe, todo sueño es real hasta que la rutina no demuestre, tarde o temprano, lo contrario.

Y por contrario que parezca, todos los sucesivos viceversas también son verdad y, hasta que se demuestre la rutina, todo lo real es sueño, todo sueño es invención que aún no está escrita, toda invención es maravilla pendiente de su oportuno proceso de medida y catalogación.

Cómo es posible enamorarse de un holograma, de un recuerdo, de una voz… pensarán quienes pisan el barro y no admiten humo como animal de compañía. Y sin embargo, lo absolutamente cierto es que no hay más modo de enamorarse que perseguir sombras.

Porque el amor, que es una maravilla, siempre comienza en invención que se va transfundiendo a los sueños. Los sueños nos eligen entonces las palabras imprescindibles para que nadie mida, las palabras necesarias para que todo lo escrito nos apunte al corazón, las palabras imposibles que impiden que nos embista la rutina.

Podría decirse que amar consiste en llevar unas gafas que aumentan la realidad hasta convertirla en ficción. Unas gafas propias con las que nadie más puede ver lo que yo veo, porque nadie más puede inventarse mis miedos, ni soñar los sueños de Casandra, ni maravillarse como se maravillaría Lola Flores.

Y un día, sin saber bien ni cómo ni por qué, a fuerza de llevar siempre las gafas puestas, pierden su poder y desaparece el efecto, y con él la maravilla, la invención, el sueño y ese estado de ánimo que nos convertía en seres humanos únicos.

Desaparece el efecto y lo peor no es que que desaparezca, sino que olvidamos hasta el extremo del juramento airado que, una vez, durante algún tiempo, llevamos aquellas gafas puestas encima de una sonrisa extraña. Olvidamos que aquellos días con gafas han sido -¡y serán, no perdamos aún la miopía!- los mejores días de nuestra vida.

Y ahora freguemos la realidad de los platos sucios, pensemos en las rutinas de la cena y sus verdades televisivas, descansemos un rato en el sofá y caigamos en la cama, a ver si se nos pasa deprisa este insoportablemente largo ataque de sensatez con el que acaban todas las películas.

Ese gran simulacro
Cada vez que nos dan clases de
amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de
amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros
en mi región hay calvarios de
ausencia
muñones de porvenir / arrabales
de duelo
pero también candores de
mosqueta
pianos que arrancan lágrimas
cadáveres que miran aún desde
sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo
de otoño
sentimientos insoportablemente
actuales
que se niegan a morir allá en lo
oscuro
el olvido está lleno de memoria
que a veces no caben las
remembranzas
y hay que tirar rencores por la
borda
en el fondo el olvido es un gran
simulacro
nadie sabe ni puede / aunque
quiera / olvidar
un gran simulacro repleto de
fantasmas
esos romeros que peregrinan por
el olvido
como si fuese el camino de
santiago
el día o la noche en que el olvido
estalle
salte en pedazos o crepite /
los recuerdos atroces y de
maravilla
quebrarán los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por
el mundo
y esa verdad será que no hay
olvido
(Mario Benedetti)

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