Corazón y otras vísceras (I)

Tratado de cardiología

El corazón es, como víscera, un amasijo inconmovible de músculo y sangre. Un engranaje perfecto que impulsa la vida a borbotones, estrujándose en el esfuerzo de enviar mensajes rellenos de química.

Como lugar, es la cruz que se apunta en el centro del mapa, el punto infinito en el que se cruzan todas las trayectorias y todas las líneas paralelas de la vida. Es la estación por la que pasan todos los trenes, deseando quedarse unos, deseando otros que te quedes.

El corazón, como tiempo, es el instante preciso, el precioso momento en que da saltos la vida. Es el rayo que no cesa y que no deja de cesar apoyándose en la energía de las contracturas.

Como palabra, es la primera y la última de cada verso, el verbo que descansa implícito entre tú y yo, el eslabón perdido en la cadena de los sueños. Es el golpe de voz más pequeño y el que tiene un eco más grande.

Ella estaba tecleando, precisamente, todo lo que yo le leía en las manos. Pero, en un descuido, el viento electrónico dejó un trozo al descubierto:

——Sólo arriesgo el corazón ——me dijo—. ¿Para qué me sirve si no?

El corazón, como forma, es la aparente simetría de los espejos, la inexacta mitad de un deseo, el perímetro interior de todo lo que importa. La hoja roja que anuncia caos, el vilo estrangulado en el puño. El dibujo vacío olvidado en el árbol.

Y como azar, el corazón es la bolita que siempre está girando en la ruleta, buscando casilla en la que parar. Pero si, antes de que empiece a rodar, no se apuesta la vida en ello, no hay razón para jugar y sólo sirve, cada tictac, para contar el tiempo.

«>(Instanteca, noviembre 2008)

Sin fin

Se despierta, como te despierta la lluvia que se deja caer sin avisar en una nube de primavera, con pinchazos de agua fría en la cabeza, con ese escalofrío en el corazón que una hora antes la tibieza de la tarde hacía impensable… Y entonces, recuerda.

Recuerda aquel otro instante, aquella otra lluvia de besos, aquel otro escalofrío que la tibieza de un cuerpo abrazado le enredó en la cabeza, aquel aviso de la primavera que le subió a una nube el corazón… Y entonces, se despierta.

Así pasa estos días sin fin, estas tardes de lluvia impensable, de frío que cae sin aviso, despertando, recordando, de pinchazo en escalofrío y enredando la primavera entre las nubes de su cabeza y la tibieza del corazón.


(Instanteca, noviembre 2008)

Abril y húmedo
Abril llovía.

Alfileres diminutos
se clavaban en el aire.

Tus labios eran mariposas
revolteando mis mejillas.

Mi voz de grillo susurraba sombras,
encogidas en la esquina
de este corazón húmedo,
mientras tus ojos, luciérnagas,
pululaban luz y silencio
como si tú misma fueras
el espejo mudo
de un relámpago.

Vuelan tus ojos, ahora libélulas,
en pos del aire, hacia otro lado.

De tus mariposas sólo queda
un tenue rastro de crisálidas
esparcidas por mi rostro.

Donde antes cantaron grillos,
ahora se esbozan palabras
deshaciendose en un nudo
visceral y ronco.

Y aunque nunca es la misma lluvia,
ni cae a gusto de todos,
cada vez que me llueven
alfileres diminutos,
mi corazón permanece
encogido, abril y húmedo.

(Instanteca, enero 2009)

Esquinas, rincones, portales (y IV)

Ángulo muerto
El ángulo estaba muerto
desde mucho antes
de que la atrajera hacia la esquina.

—Ven —le dije,
tomándola de la mano.

En mis brazos duró un suspiro,
lo que se tarda apenas
en emitir un quejido
y envolverlo en llanto.

El ángulo estaba muerto,
estoy seguro, lo había comprobado
con mis propios ojos.

Entonces, ¿qué? ¿quién? ¿cómo?
¿Por qué se escapó el aire?
¿De dónde aquel sollozo?
El ángulo estaba muerto
y yo, ahora lo sé con certeza,
me quedé dentro, por dentro,
muriéndome un poco
detrás de la puerta.

Andén
Había
mucho humo aquella tarde
en el café
-siempre hay mucho humo-
pero ellos
se miraban a los ojos
como buscando un apagón
para besarse.

Lástima
que ese tren
no los llevara a ninguna parte.

Lástima
que los túneles de aquel viaje
fueran tan cortos.

Mentira piadosa
Desde detrás de la puerta
has llegado intensamente tangible
en tu envoltorio de piel y saliva,
elevando la temperatura de la esquina
en la que nos abrazamos.

Confieso que he confundido
tu lengua con la mía, que la geografía
de tu pecho se ha desdoblado en mis dedos
y que he reconocido
ese silencio de bocas juntas
que se dispersa sobre mí como gotas de vida.

¡Qué pronto te acabas!
Entre tanta confusión de aliento y caricias,
el otro mundo, ese que siempre limita al norte
con un cierto rumor de muchedumbre,
me ha desvestido de ti frente al espejo
y con una ráfaga de prisa
se ha llevado tus labios hacia el sueño siguiente.

Tu olor es una mentira piadosa
que expande mi agradecimiento
tu perfume es una falsedad necesaria,
un engaño al que deberle el consuelo y la mentira
de creer en la certeza de lo vivido.

¡Pero qué pronto te acabas!
Con qué rapidez me deshaces el cuerpo
en partículas de memoria,
qué deprisa te esfumas en el aire
y, sin embargo,
cuánto me cuesta salir de tu aroma
lentamente
hacia la soledad de la tarde.

Esquinas, rincones, portales (III)

Guión de cámara

Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, y sigue su movimiento ascendente hasta descubrir unos labios.

Se abre lentamente el objetivo y el rostro del que espera (un tipo mediocre, con una barba de tres días que le da un aspecto envejecido y descuidado). El rostro se relaja en el dibujo del humo al que ahora sigue la cámara con un plano picado hacia arriba hasta que se disuelve en su viaje azul y amarillo.

Es un día espléndido, la cámara registra el calor en los destellos de un sol redondo y pleno sobre los cristales de los edificios. Y después de girar alrededor, en una panorámica rápida que presagia novedades en la trama, vuelve al plano corto de su rostro que achica los ojos, como mirando lejos, y esboza una sonrisa pícara.

Plano contra plano, el coche se acerca calle arriba y el hombre relaja los ojos y suaviza la sonrisa hasta parecer adolescente. Una «steady» se asoma a la ventanilla del coche que aparca y sigue a la chica mientras coloca un quitasol en el parabrisas, cierra la puerta y cruza la calle mirando a todas partes pero con los ojos puestos en un único sitio. El plano medio siguiente, recoge el saludo frío que se profesan en mitad del mediodía de la noche americana.

Cambia el plano a vista de pájaro, para seguirlos con un travelling por la acera que los lleva a la puerta de la casa. Baja la grúa con la cámara hasta entrar en la cerradura al mismo tiempo que la llave y fundirse en negro.

Despierta la imagen dejándose mecer por el movimiento de las piernas, soplando con el aire que mueve la falda negra. Plano de conjunto cuando llegan a otra puerta que se cierra sobre el silencio de otro plano medio.

A partir de aquí, cuando entran, la secuencia se construye sobre un plano subjetivo, que se acerca al rincón en el que ella reposa la espalda. Se acerca la cámara y aparecen en plano dos manos que le acarician la cara y la acercan hasta un primerísimo plano de ojos entornados y boca entreabierta. Y, después, fundido en negro sobre sus labios.

Después de la elipsis, él aparece en una esquina de la panorámica de la ciudad que le va barriendo a distancia. Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, que deja el humo congelado en el aire, como si la historia estuviese esperando el momento de continuar…

«>(La vida es insomnio, noviembre, 2012)

Cita
La vida se viste de chandal
y el silencio de mis pies fríos
es un niño asustado que atraviesa las puertas
y se esconde dentro del sofá.

Un niño que mira todas las cosas
con el asombro de la primera huida,
tropezando en las esquinas con las voces
de aquellos fantasmas difíciles
que se inventa habitando las ruinas.

Sólo los perros saben romper una tarde
cuando aun está sin planchar
del mismo modo que un temblor de teléfono
puede irrumpir con la voz de una mujer desconocida
sobre la lámpara azul del salón adormecido.

La oscuridad se pliega ante la exacta geometría
de una escalera que siempre está inquieta,
las paredes aturullan el camino de los suspiros
y un ruido de fondo de platos sucios
desploma el mundo sobre un papel.

Entonces un hueco del estómago
arranca el chandal y me extirpa
del amor a las chimeneas encendidas
y, desafiando lo inhóspito de noviembre,
esos zapatos en los que consigo meterme
me llevan pisando con fuerza prestada
hacia el otro lado del mundo.

Atrás siempre queda una palabra
que no debería hacerse esperar.

(La vida es insomnio, noviembre, 2012)

Páginas en blanco

Qué pavor
releer nuestro libro
y encontrarlo repleto
de páginas en blanco.

Qué dolor
al desplegar el mapa
de este camino de ir a todas partes
recorriendo el viaje
que nunca hicimos.Qué tristeza
la de combatir
por los sueños que aún nos quedan,
si sólo nos quedan
aquellos
en los que nunca hemos coincidido.

ENCUENTRO

Estaba pensando ahora que es muy hermoso encontrarse. Darse cuenta un día, una noche, o poco a poco, de que el azar llena de brillos esos otros ojos con los que gusta cruzarse. Sorprenderse pensando en alguien y en lo que estará haciendo ahora.

Decir hola y ruborizarse, decir hasta luego queriendo decir no te vayas. Esperar visita en la música de las ventanas; o ver un hombro desnudo que se estremece de risa e imaginarse el resto de lo que se esconde más abajo.

Es muy hermoso sentirse bien tratado, despertar del sueño cada mañana para seguir en él. Unir el primer pensamiento con el último en el mismo rostro conocido, y tenerlo cerca después. Es hermoso pronunciar un nombre y estremecerse en el intento. Es muy bonito encontrarse, primero sin irse buscando y, después, buscándose.

Ahora que vivo entre la niebla, quiero dejar escrito en algun sitio imborrable, que es muy hermoso encontrarse, aunque después pase lo que tenga que pasar, que siempre consiste en desencontrarse.

Aunque, bien pensado, no hacía falta dejarlo escrito. No se me olvidará.

Unos consejos de nuestro patrocinador

Vendo humo

Llevo toda la mañana esperando que suenen las alarmas, que el día se espese y se doble por la mitad de la tostada o que los teléfonos resuenen más allá de las perchas ansiosas de sellos.

Estoy esperando el virus, la náusea, el delirio. He deseado un agobio de oxígeno, una tromba de melancolía que retumbe en los cristales, una noche interminable de decepción.

Pero no ha sido la tragedia, sino la lluvia, la que me ha entreabierto el corazón  hacia las persianas y no he dudado en atender a su agua sin pasar de largo hacia el mediodía. Y he intentado sentirme solo, y triste de mar y herido de incertidumbre.

He visto que no puedo y, precisamente, porque no hay dos vidas iguales, porque no puedo dedicarte esos mismos minutos que tú me dedicas, he tenido que inventarme estos otros, distintos. Unos minutos que te devuelvan el vello de punta y te hagan marcar teléfonos en las sábanas y brindar con ojalás que se perdieron en la memoria.

Tienes razón, sólo vendo humo, lo sé. Y me gusta hacerlo y me gusto haciéndolo y lo sé. Y tú ya hace mucho que te diste cuenta. Lo que no sabes, lo que no puedes creerte, es que, mi humo, no… Mi humo no se lo vendo a cualquiera.

Sólo a quien, como tú, sabe tornearlo como garabatos y deshacerlo en aire.

(la vida es insomnio, noviembre, 2011)

EL AIRE HUELE A HUMO

A Gabriel Celaya y a Amparo Gastón,

(José Agustín Goytisolo, 1992)

Oferta

Trabajo fijo, vecinos amables, cara de buen chico, fama de no haber roto nunca un plato y barriga con cicatriz.

Un puñado de letras, algún que otro poema bueno y muchos cuentos. Apariencia de calma, angustia interior, nervios en el estómago; principios ilusos, pero todavía aprovechables, manos que saben sudar suavemente y miedo por todos los poros.

Pereza, nostalgia, sensación de vacío y canciones aprendidas de memoria. Un hueco infinito en el pecho, un corazón adormecido, ganas de volar revueltas con vértigo… y humor absurdo, pero fino.

Le gustan el chocolate, la complicidad de los gestos y el vino. También le gusta la magia, pero no es practicante. Busca algún futuro, ahora, tan a destiempo, con un sexo sentido. Piel suave y mucho vello. No le gusta afeitarse los días que nadie le toca, que son muchos.

Miope, pero sabe mirar a lo lejos. Tiene la vista cansada de las pantallas y los dedos turbios de remover el azúcar en la taza. Le gusta mucho jugar, especialmente con las palabras. Escucha bien a los demás, pero se oye regular a sí mismo.

Y padece insomnio, pero ya no le hace sufrir no poder dormir. Lo que más teme en este mundo es perder la memoria y las ganas de soñar. La muerte de los demás le asusta más que la suya propia.

No baila, porque suda mucho y se siente feo con todo el mundo vestido de guapo. No es bueno para el trabajo pesado y no sabe ni colgar un cuadro.

Tiene querencia a las tablas, le gusta ser optimista, no le importa parecer tonto -para irse haciendo el cuerpo por si acaso lo fuera- y está más despierto de noche que de día.

Y con este equipamiento, tengo en el almacén desde hace tiempo a un tipo que adora los imposibles, pero que nunca los consigue, por definición. Lo vendo barato, está de oferta.

Me vendo barato porque ya no me sirvo, porque hay que dejar sitio y quitarse las telarañas. Me vendo barato porque ahora, ya, quiero ser otro mejor y, en tanto que ande conmigo encima, nunca lo conseguiré.

(la vida es insomnio, julio, 2012)

Pintor que me has pintado
en este cuadro vago de la vida,
tan bien, que casi
parezco de verdad; ¡ay, pínta-
me nuevamente, y mal, de modo
que parezca mentira!
(Juan Ramón Jiménez, Ceniza de Rosas, 1912)

Viaje

Viajar deshaciendo los nudos es hacer garabatos
en un aire lleno de humo y ventiscas,
desterrar la transparencia de las ventanas
con el ritmo de la lluvia en el desierto,
aliñar la conciencia con vinagre,
caminar sin moverte de tí mismo.

Viajar desmembrando las telarañas de la memoria
significa sufrir los mosquitos
de un viejo pantano de rodillas inmersas
en otro fango más espeso; o arder
en llamas antiguas con los soplos
de un aire nuevo, arrugarse
frente al paso de los días
y rogarle al color de las pastillas
que traigan un sueño.

Pero después, cuando la madeja se deje
atravesar por la luz, cuando el guiño
se convierte en meta y la memoria
barra los mosquitos de la piel intacta,
cuando las cenizas curen las rodillas
y el aire estire las noches templadas
como luz que se derrama de una farola,
podremos tirar las pastillas al pantano
y serán los otros mundos invisibles
los que viajen partiendo de mí
hacia tu trayectoria.

PUNTO DE PARTIDA
Tú vienes de otra parte, yo vivo en otra época,
y ahora estamos en tierras que, al ser tierras de nadie,
nos sugieren espacio y aventuras, regreso.

Tú quisieras quedarte, yo pensaba emigrar,
pero sólo miraba los horarios o el rumbo
de los barcos que nunca fondearon aquí.

Me sentaré a tu lado, me dormiré contigo,
pues quedarse contigo es marcharse muy lejos:
tu mirada me aparta de este clima cerrado,
tus palabras me dicen aquello que no dije.

(José Carlos Rosales, Poemas a Milena, 2010)