Despedidas y estrépitos (II)

La piel deshabitada

Hay caminos que el corazón recorre sin retorno, viajes del sentimiento que sólo tienen billete de ida, cambios minúsculos o gigantescos que no tienen vuelta atrás.

«La piel deshabitada» es una obra que pone voz a criaturas sobrecogidas y que habla de los encuentros como regalo, del amor como objeto de felicidad y sufrimiento, del esfuerzo de nadar río arriba para evitar las cataratas.

Es una obra extensa en la que da tiempo a analizar a quienes le rodean; a vestirse y desnudarse varias veces, empuñando las ausencias a veces como heridas y a veces como espada. Los personajes de la obra bailan entre palabras y canciones, sienten la impotencia y el arrebato, mudan de costumbres y de pieles.

De ahí el título, porque todos los episodios juntos parecen una colección de pieles que se han quedado deshabitadas y que sólo la memoria y un sentimiento profundo pero extraño, consiguen revivir todos los días durante unos minutos robados a la vida real, esa que nos mantiene locos y cuerdos, tiernos y huraños, nostálgicos y entusiasmados.

«La piel deshabitada» es un principio que no encuentra nudo y que vive aterrado por el desenlace. «La piel deshabitada», estimados espectadores, puede ser cualquiera, ésta misma que aquí les dejo, la que no se toca durante meses.

Y puede pasarle también a ustedes.

(La vida es insomnio, diciembre 2012)

Han sido casi 400 textos, publicados durante algo más de tres años, aunque escritos durante mucho tiempo más. He recibido casi 300 comentarios que se han quedado aquí grabados, y otros tantos, o quizás más, en conversaciones de cigarro o de cerveza.

Este insomnio que ha sido la vida, ha sido visitado por unos doce mil pares de ojos aunque, posiblemente, la mitad de las miradas hayan sido mías.

La entrada con más visitas es la que se titula Intención literaria, no sé bien por qué. Esto de los gustos es complicado. Me resultaría muy difícil decidir cuál es la creación de la que más orgulloso me siento.

Ocurre, cuando se escribe y se relee lo escrito un tiempo después, que más que la calidad de las metáforas o de la sintaxis, uno se fija en las emociones que tuvo (y contuvo) cuando escribió.
Y ordenar emociones es muy difícil, porque se encabalgan unas sobre otras, se potencian a ratos y a ratos se atenúan, en función de las propias del momento en que se vuelven a leer los textos.
Pero yo sé que me dejo aquí el esqueleto, aunque nadie me lo haya visitado nunca. Como creo que se me ha acabado el tiempo mientras tanto y estoy, completamente seguro ya, de saber acerca del ridículo y de cuánto lo agradezco.

También sé, y no me duele, que cuando me vaya, ya nunca habré estado aquí.

Corazón y otras vísceras (y IV)

Puede que ese día

Puede que ese día no haya empezado bien y estorben las reuniones, los minutos se detengan entre lágrimas agridulces o se aceleren con los nervios. Es posible que sea un día de esos en los que las despedidas pesan más que el alma, que se va bajando a los pies.

Llegarás cansada con un cansancio turbio, acarreando pasados que buscan sombra. Llegarás cansada con un cansancio disciplinado por entre las semanas y con la boca seca de tener que respirar por ella. Y yo llegaré cansado también, con un cansancio ondulado que rezuma las vueltas del insomnio, con un cansancio tortuoso por la boca del estómago hecha un nudo de inquietud.

El calor habrá desecho el apetito pero no el deseo, que se irá abriendo camino hacia la punta de mis dedos, que buscará la llave de tu lengua para destapar suspiros. Quizás estemos más a gusto en la cama cuando te tiendas con los ojos cerrados, quizás estemos más a gusto a tientas cuando te vaya subiendo el vestido.

Tal vez ese día no haya empezado bien y esa arena que se escapa de las manos se nos haya vuelto tan viscosa que no nos permita pasar a limpio el borrador de un acto de amor que habremos empezado. Y sonreiremos un lamento por el fracaso y anotaremos sudor en el reverso de la ley del deseo.

Puede que ese día no haya empezado bien y que yo te quite los zapatos con torpeza mientras explota la tarde con su fresa ácida. Puede que tú te enroques en el flanco de la ventana para poner mansedumbre sobre las sábanas humedecidas.

Quizás tengas sueño y tu cuerpo pida abandonarse a mis brazos para el descanso, quizás yo tenga un sueño que se cumple despierto y mis brazos pidan abandonarse a tu cuerpo. Puede que cinco minutos no sean suficientes para encontrar la diferencia entre una multitud pequeña de besos digitales y la sola y larga caricia de una piel que se funde con otra por los dedos.

Seguramente habrá después que restituir el mundo a lo cotidiano, volver a componer el puzle de una cordura que nunca vale lo que cuesta. Seguramente después resumiremos todos los besos en un abrazo final que no sea el último. Seguramente, la vida estará impaciente esperando en la puerta con el motor en marcha y habrá que abrocharse la intuición y agarrarse a las palabras para no permitir que las mentiras nos atropellen.

Puede que ese día no haya empezado bien, puede que su transcurso no sea inocuo. Puede que ese día, que no empezó bien, como tantos otros, sólo haya tenido un rato de cielo. Puede que ese día sea tan mentira como cualquier otro, tan leve como un paso perdido que se da en la arena del rompeolas.

Pero ese día llevará dentro esta verdad que te escribo, esa que sólo las caricias pueden mantener en pie y que no tiene sitio en donde caerse muerta.

(Pablo Neruda)

Despedidas y estrépitos (I)

Cuentos derrotados: Pirata

Hace ya mucho tiempo que no hablo con ella. Cuando huímos de aquel país encantado decidimos no volver la vista atrás, olvidar el polvo de hadas y camuflarnos entre la gente de nuestro tiempo.

No fue dificil. Nadie nos hizo mucho caso. No hubo preguntas ni tuvimos que inventar excusas. La gente está acostumbrada a desconocer a sus vecinos y nosotros, nos empeñamos en no dar señales de aviso.

Al principio hablabamos todas las noches. Uno necesita puntos de referencia para no perderse entre la muchedumbre anónima y nuestras conversaciones me ayudaban a recordar quien fui. Y saber quién has sido, no sólo reconforta, sino que te abre la puerta que conduce a saber quién eres y quién quieres ser.

Pero el tiempo, siempre el tiempo, nos fue distanciando y los contactos dejaron de ser frecuentes. Ella había comenzado a encontrarse con su nueva vida, se sentía cómoda por momentos y no le acosaba la necesidad de verme, ni de contarme sus días, ni de buscarme en sus noches.

Sin más razón que la desgana, sin más lazos que los que el azar fue desatando, sin más motivo que lo urgente de las cosas inútiles, sencillamente y sin darnos cuenta, dejamos de hablarnos. No hubo tristeza. No apareció la nostalgia a socorrer nuestros recuerdos. El último hilo que nos unía se convirtió en polvo sutil, sin dar tiempo, ni aliento, a ninguna despedida.

Ahora sé que el amor se extingue, irremediablemente devorado por el vértigo de olas incansables, repletas de dejadez y de olvido. Ahora entiendo porqué la memoria nos aclara el camino deshaciéndose de los restos de los naufragios. Ahora comprendo, que la vida comienza cada instante y en cada instante empieza una vida, que no puedes llevarte contigo. Porque no hay nada eterno, ni siquiera el olvido.

Yo, ya no soy quien era. Ni ella tampoco. Pero sé, que una vez hace un tiempo incalculable, nos quisimos con un amor insólito y desproporcionado. Un amor minúsculo y profundo. Un amor del que no queda ni nombre, ni rastro, ni destino. Un amor tan intenso, que más parece un olvido.

Ella, ya no se llama Campanilla. A mí, todavía, me siguen llamando Garfio, mis amigos.

«>(Instanteca, diciembre 2006)

Besémonos
Besémonos pronto, amor,
que nos escurra la urgencia
de las despedidas,
que se nos salten las lágrimas,
que se dispare el corazón
hacia un sitio sin entrada
y sin salida.

Besémonos de prisa,
en algún lugar inconveniente,
sin razón ninguna
y sin motivo aparente,
delante de toda la gente
o en un sitio reservado
y a medida.

Besémonos sin esperanza,
sin que nos sirva de consuelo,
sin pesar en la balanza
lo que ganamos y lo que perdemos,
besémonos pese al miedo,
besémonos por la espalda.

Pero besémonos, amor,
besémonos antes de que sea tarde,
antes de que nos cierre los labios la vida,
antes de que el mundo nos lo prohíba
con otra pandemia de indiferencia
maquillada de costumbre saludable
o de miedo a la gripe porcina.

(Instanteca, abril 2009)

La hoja roja

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Mi amiga la lluvia, que es la que lo trae todo y la que todo se lo lleva, me manda un aviso.

Ha dejado en mi puerta, aprovechando el susurro del viento, esta hoja roja. El mensaje y Delibes están claros: ya me queda poco.

Ahora, este Eloy en que me convierten la mezcla de años y letras, se pregunta: ¿Qué se me está acabando?

El otoño, el amor, la vida… El corazón, la angustia, el insomnio… El agua, la risa, el desencanto…

Hay algo que se me está acabando, y no quiero saber qué es.

Corazón y otras vísceras (III)

Suele suceder de noche
Suele suceder de noche, con todo a oscuras, apagado el pensamiento, cuando el silencio ayuda y una leve claridad que no sabes de donde viene se cuela por entre alguna rendija.

Ves sombras, mentiras que se mueven y cambian de forma al paso de los coches por la calle, al ritmo del corazón de la mesilla que te resuena en la cabeza como un martillo. Quieres dar la luz pero no puedes, notas un frío extraño que se aloja en el estómago y notas el peso de la noche en la garganta.

Entonces sacas el niño que llevas dentro para que te esconda cerrando los ojos, metiendo la cabeza del avestruz bajo la almohada y te aferras al dolor de cabeza que te trajo a la cama, al disparo de la tensión, al ahogo de una rabia que te inunda o a la ginebra que tomaste en el garito.

Con los ojos cerrados, no sé si el miedo o la angustia o la furia o la tristeza o el desamparo o las sombras o el cansancio de los días o las gotas o las ganas de llorar, te vencen. Pero el caso es que te vencen, uno o todos te vencen, siempre eres tú el que pierde.

Y al abrirlos, al instante siguiente, un instante que la derrota ha encogido hasta hacerlo desaparecer como otra sombra, la luz entra por la ventana y todo se inunda de realidad, todo se aclara confusamente, mientras apenas recuerdas, asombrado, que fuiste tan tonto como la angustia que te asfixiaba, tan iluso como el miedo que te invadió.

Y, para que no se entere nadie, ni siquiera tú mismo, coges la pesadilla, la vida que te dejaste doblada sobre la silla, un café, el horario que cumplir y un desencanto, y te lo echas todo al estómago de un solo sorbo, como haces cada día, y te lo tragas sin rechistar.

Te gustaría poder echártelo a las espaldas, pero ahí ya llevas la mochila, el lunar que nunca te ha tocado nadie y el juicio sumarísimo de los demás.

Suele suceder de noche, que al día siguiente huyes sin mirar atrás.

(La vida es insomnio, 2010)

Noria
Al poner el pie en el suelo, desde ese mismo instante, la echó de menos. Sin embargo, le gustó que la tierra le recibiera sin moverse. El estómago agradeció ese momento quedándose quieto dentro de la barriga.

Respiró como si allá arriba hubiese otra clase de aire, más liviano y menos inerte. Pero estaba acabando de comprender, con el primer apoyo en tierra firme, que era un aire amniótico e insustituible.

Se detuvo a parpadear mirando hacia atrás y recordando el vértigo que nublaba la vista, el miedo que le paralizaba los dedos y la asfixia aquella que agrandaba las pupilas. Notó que el corazón había dejado de corretearle cosquillas por el cuerpo y que todo estaba tan extrañamente tranquilo que parecía sueño.

Pero, al mismo poner un pie en el suelo, en el preciso instante en que el sosiego endulzó los vértices del pasado, destapó lo incierto del futuro; y echó tanto de menos todo aquel sinvivir de la barquilla, que deseó volver a subirse.

Yo también cambio la cordura y todo el sosiego que me quede, por otros tres minutos de ticket.

(La vida es insomnio, 2010)

EL JUEGO EN QUE ANDAMOS
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

(Juan Gelman, El juego en que andamos, 1958)

Corazón y otras vísceras (II)

Lista

Sin detalles: suavidad, rojo, penumbra, melodía, amor.

Después se van ensamblando los fotogramas poco a poco. Cinco palabras los traen engarzados, empaquetados para traslado. Al fin y al cabo, escribir siempre es una mudanza.

En cada mudanza algo se altera, la atmósfera se transforma en vida embellecida cuando depositamos en la nueva estancia la lista de las cosas que no se pueden olvidar: amor, suavidad, rojo, penumbra, melodía.

Quizá sea el recuerdo aquello que más se disfruta cuando, con las paredes ya limpias, volvemos a colocarlo en su sitio: melodía, amor, suavidad, rojo, penumbra.

Pero yo prefiero los detalles, los otros, los que pone la imaginación por encima de la memoria, cuando la penumbra se hace melodía, como si el amor contuviese una música suave que va tiñendo de rojo los bordes.

Quizás fuera rojo el principio de la penumbra, quizás cada melodía es un amor que avanza hacia la suavidad. Quizás no sólo cuente el conjunto, quizás la realidad siempre se nos desmenuza en palabras que el olvido congela en una lista.

Pero dentro del corazón, la vida se nos queda con todo detalle: suavidad, rojo, penumbra, melodía, amor.

Y mucho. Como tú dijiste.

«>(La vida es insomnio, 2011)

Retrato
Ando buscando otra luz en la que bañarte,
acércate a la ventana, vamos, destensa el pasado,
pierde la vista en aquel horizonte.

Quieta, así, tranquila, quiero capturar
en el poema ese brillo que tienen tus ojos
cuando me dices lo que no me dices,
cuando después lo niegas todo.

Relaja las manos, como cuando acaricias,
desabróchate otro botón, deja que el corazón
se te adivine por el borde de la camisa,
humedécete los labios.

Quieta, así, gira un poco la esperanza
pero sin mover los hombros,
baila mientras te miro, detén el reloj y el escorzo,
sonríe como cuando iluminas las tardes,
muéstrame un poco más del cuello que espera un beso,
entorna la distancia para que no duela,
cruza un poco las piernas por debajo de la mesa,
déjame mirar más adentro.

Quieta, así, no te muevas, calma,
que quiero pintarte en un poema
y estoy buscando la mezcla de palabras
que rima con la textura de tu piel,
ando detrás del color que te imprime la risa
sobre un paisaje de otoño.

Eso es, eso, así, quieta.

Por favor, ahora no muevas el corazón,
déjame que te pinte así en este poema,
como si me quisieras al leerlo,
como si, escribiéndolo,
yo te quisiera…

(La vida es insomnio, 2011)

Posees el gozo de su risa
pero debes saber que partirá.

Te inunda su alegría
te ilumina su rotunda carcajada
con una luz muy dulce,
pero no ignores que se irá.

Ella fluye,
ella es un líquido que detesta estancarse
ella es un pájaro que anida y emigra,
ella se irá.

Ella se irá y te dejará una marca de amor
que solamente curarás con su regreso efímero.

Entonces la verás de paso
y será como tropezar con el sol de la mañana
descubrir de nuevo su alegría,
nadar en ella
plácido
hasta un próximo encuentro inesperado.(Darío Jaramillo Agudelo, Libros de poemas, 2001)