Palabras de otro (IV)

Sábanas
Bien es cierto que las sábanas
nunca nos guardaron sitio.

Hubo que arrebatárselo a fuerza de mapas,
contra el horario de los turnos,
saltando por encima de la fiebre
y atropellando los fines de semana.

En ellas no queda rastro escrito
de encuentros mecánicos de pijama.

Roces comedidos y mudos
entre seres habitantes de un mundo sin deseo
en el que ofrecen sus cuerpos como dádivas.

Y todo cansa. El frío, el silencio,
los cuerpos que se giran en las sábanas
con las vueltas del insomnio
sin emitir los sonidos del deseo
ni levantar la piel en ascuas.

Sé que ha llegado el fin por el perfume
del lado derecho de la cama,
en el que tantas veces durmió tu cabeza,
cuando me restriego contra la almohada
y sólo encuentro un aroma lúgubre
a suavizante con jabón de Marsella.

(JUNIO-2010)

Las pasarelas del deseo
Llamamos vida
a un desfile de dígitos cansados
zumban coléricas las moscas atrapadas en cárcel de cristal
el viento de la sangre remueve las cortinas
la luz por un instante parece herir la tapia filtrarse en el cemento
la oquedad se adivina y más allá
palpitan en la noche los astros encendidos
combaten los caballos por la flor las aguas por la piedra
la orquídea cobra vida en el torrente
a la luz de la Luna el musgo brilla con fulgor de diamantes en la hierba
no hay rutas convenidas ni semáforos ni siniestros carteles de prohibido pasar
pero abundan los cruces de caminos cuando menos lo esperas amanece
los hombres vagan a su antojo las sendas se disuelven a su paso
quiero decir que a la sombra de los robles te esperan los amigos que perdiste
y hay sábanas tendidas que guardan el olor de encuentros que no fueron
mujeres
que solitario amaste a la distancia
pero aquí el eco salva todos los precipicios
irrumpen de la nada las pasarelas del deseo
trenzan sus trayectorias en todas direcciones
el viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas
confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura
aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje
despierte abra los ojos comience a comprender
nada importa cuán vasta la travesía se despliegue
la apariencia radiante de confines la ilusión derrochada en la aventura
todas las pasarelas conducen a la tapia
si se es fiel a un deseo si se sigue
su rastro hasta el final
nos aguarda el ladrillo hincado en tierra
la mansedumbre hostil de la costumbre
un olor a madera que envejece
un desfile de escenas repetidas
la cárcel de cristal
sin cerradura
(Eduardo García, La vida nueva, 2008)

Palabras de otro (III)

Hotel

El cuarto de un hotel está siempre desangelado. En él suele haber cortinas grises que ocultan del sol y mesitas de noche que tiritan de ausencia.

Uno se encuentra por todas partes con cajones vacíos y armarios inhóspitos, con pastillas de jabón envueltas en celofán. Las sillas se vuelven incómodas, te expulsan de sus vidas y el borde de la cama en la que te sientas después, apesadumbrado, chirría soledad.

En todos hay un espejo en el que es imposible no ver a un tipo solitario que te mira asombrado. En cada cuarto de hotel, de cualquier hotel, siempre habita un extraño.

Y cuando te sientes extraño, cuando te miras asombrado sin saber lo que quieres, cuando ves a un tipo solitario en el espejo y la soledad chirría en la cama y las sillas se vuelven incómodas y los cajones llenos parecen vacíos y la luz de la mesita tirita una ausencia desangelada, entonces, te das cuenta de que la vida es el cuarto de un hotel.

Y ya no sabes en dónde estas, ni a qué viniste, ni desde dónde, ni con quién.

(Mayo-2009)

Palabras de otro (II)

Pasas deprisa

Pasas deprisa, radiante, tan bonita, por delante de la verja del patio. Yo estoy sentado en una silla, a la sombra, como si te estuviese esperando.

Las hojas trazan en el aire el mismo vaivén que tus pasos. Te miro a hurtadillas desde todas las sombras, con el corazón de puntillas y el espíritu sobresaltado. Casi, casi… como si fuese una cita.

Aprietas el paso cuando miras al suelo, mientras se alargan los diez segundos de tu visita hasta que parecen horas cosidas a la esfera del reloj.

Pasas escondida del sol, de un edificio a otro, perdida en tus propias sombras. Pasas en silencio, como pasa el amor, como pasa la vida, como pasan todas las cosas perdidas que no vuelven nunca más.

Pero al llegar al porche, justo en el umbral, cuando todo parece indicar que me ignoras, levantas el rostro y, como en un extraño hola, te despliegas de pronto en una mirada furtiva.

Pasas deprisa, sin parar, mientras te vuelvo a esperar a la sombra, en una silla. Casi, casi… como una cita que no acaba nunca de empezar.

(JUNIO-2008)

Palabras de otro (I)

Todos eran otro y, aunque sus palabras se parezcan entre sí, eran y son palabras de otros. Y a ellos me remito.

Volver la vista atrás es bueno a veces –¡uh uuuuuuh!-, tanto como no perder de vista el horizonte –y a sus presuntos implicados-. Recorrer en la memoria con imágenes dispersas aquellos otros –por cómo éramos-, deshacer en fotogramas la película de los sueños que se han tenido –con su super trampa correspondiente– y recalificar como breve el espacio transcurrido entre cada hola y su consecutivo adiós.

Por la boca muere ese pez que nada en mares de barcos hundidos, por la boca de los mapas recorremos caminos raros y dejamos que los otros tropiecen con nuestra piedra. Porque todo se transforma, porque no sé distinguir entre causa y efecto, aquí dejo los datos. Que cada quien combine aciertos y errores imperdonables a su manera, sobre estas palabras que no valen nada.

Fue en otro cine –¿te acuerdas?-, cuando lo caprichoso del azar puso a todos mis otros yo a caminar en círculos.

Y aquí guardo, entre silbiditos y canciones, mi carnet de majara.

Favor

Me gustaría olvidar cada noche un recuerdo, diferir un instante, diluir un deseo. Entramar fantasías extrañas en algún lenguaje sutil para deshacer los destellos de tu mirada y articular, con ellos, una palabra que pueda mantenerte lejos y a salvo del agua.

Aún fluye la noche sobre tu piel y se te derrama por los ojos entreabiertos. Aún me requeman, en la memoria de lo increíble, los acordes del arpa que arañé entre tu pelo. Aún me mueve los pies aquel baile de sonrojos que anunció con murmullos el comienzo de este sueño que más tarde acabará en insomnio.

Es difícil olvidar el cielo cuando se vive entre las nubes. Cuando todo se reviste con ausencias de cristal intermitente. Cuando el breve momento en que no estás se interrumpe siempre con las piruetas de tu nombre en una ventana; que nunca se cierra ni se abre sin que andes tú detrás, encerrada, quién sabe si para no verme.

Necesito que me hagas un favor, otro más, tal vez el último. Que, un día de estos en que apriete el calor, seas tan amable de dejar de serlo por un instante y me dediques, con tu mejor intención, un frío gesto de desaire.

Porque las manchas de ternura no se borran con azúcar. Sólo se quitan con vinagre.

(Junio-2007)

Seis meses

Este blog ya puede girar la cabeza, meterse el pie en la boca, balbucear gorgoritos. Tender las manos al aire esperando un abrazo tierno, o incorporarse en la cuna cuando está boca abajo.

Le duele la boca porque empiezan, por debajo de las encias, a inquietarse los dientes que luego serán un arma y más tarde un punto débil, y luego un bolsillo roto. Babea un poco, todavía, y le gusta morder, pero sin sangre ni excesivo celo en la operación.

Creo que podría ir tomando alguna papilla, sin gluten primero, por si acaso; e irle introduciendo después fruta blanda.

Voy a ponerlo a jugar delante del espejo para que vaya aprendiendo a reconocer su propia imagen y la distinga de otros rostros que aún tiene guardados en la memoria.

Que tal vez son los que le interrumpen el sueño, aunque debería dormir de un tirón toda la noche, pero aún no lo ha conseguido. Y quizás, con el calor que está por venir, siga sin conseguirlo. Pero, ciertamente, ya no necesita la presencia de nadie para conciliar el insomnio.

Debo irlo vacunando, si bien pincharle es un asunto que me da un poco de pena porque, tan pequeño como es, no entiende las agujas y su mecanismo contradictorio. De hecho, nadie entiende bien que para curarse haya que sentir dolor, aunque, con el tiempo, uno lo acaba aceptando.

Aguanta ya un ratito sentado, y le fascina estirarse en el suelo en busca de sus juguetes favoritos. Comienza a ser consciente del entorno y, cuando le tapo la cara con un pañuelo, mientras jugamos a las letras, se lo quita y sonríe como si fuese inocente.

Somos lo que aprendemos y en seis meses ha aprendido mucho. No obstante, ya traía aprendido, desde el escondite en el que fue gestado, tres o cuatro cosas importantes: que aunque nunca se escribe lo que se desea escribir, siempre se lee lo que se quiere leer…

Que cualquier palabra pasada fue mejor y, sin embargo, siempre aparecen nuevos modos de pronunciarla.  Que cada luego tiene su entonces y que cada entonces tiene su después. Que adiós y olvido son dos lugares distintos y muy alejados el uno del otro.

Estoy deseando que se le afine la vista y sea capaz de distinguir el cielo del mar, que aprenda a localizar el horizonte y comience a aprender lo lejos que está, ahora, todo lo que tiene que llegar tarde o temprano.

Pero con seis meses tan solo, no hay que precipitarse. Todo lo grande de este mundo empezó siendo pequeño, hay que tener paciencia.

Y pronto, espero que muy pronto, consiga pronunciar mi nombre.

Poética

A Aurora de Albornoz

Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
porque también manchase su ropa en la tardanza
de luz y libertad: esa tierna venganza
de llevarla por calles y lunas prisioneras.

Luego nos visitaba con extraños abrigos,
mas se fue desnudando, y yo le sonreía
con la sonrisa nueva de la complicidad.

Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad.

(Javier Egea)

El color de la vida

¿De qué color estás sintiendo lo que sientes? Porque sí, sí, todo es de color, como ya decían Lole y Triana, también los sentimientos, las sensaciones, los impulsos.

Azules son los colores de la simpatía, de la armonía, de la espiritualidad. Parecen fríos y distantes, pero es que quizás las felicidades nos alejen un poco del mundo y sus sinsabores. Azul es el cielo, azul es el mar, azul es el día que nos promete primavera.

En rojo podríamos pintar las pasiones, el amor y el odio, que no son contrarios sino diferentes. En rojo sentimos la alegría y el peligro, los labios y la sangre, en rojo sentimos la atracción. Los días rojos del calendario siempre son fiesta, aun cuando sea la víspera lo que verdaderamente nos importa.

En el amarillo podemos encontrar lo contradictorio, lo indeciso, esa innegable parte de nosotros mismos que duda si detenernos o seguir, si mirar atrás o adelante, si pisar a fondo o levantar el pie. Amarillos son el optimismo, los celos y hasta la traición. Son los días amarillos esos que comienzan con un nombre y acaban con otro.

Verde es la esperanza, lo natural cuando está sano. Verde es el veneno de las adicciones y verde es el camino que señala algún destino hacia el horizonte. Verde es el color de todo el que espera sin desesperarse y, en los días verdes, cabe toda posibilidad.

Todos los noes del mundo son negros, y el espacio infinito con su falta de luz. Negros son la muerte, el desprecio, el olvido y la avaricia. Pero también el poder es negro, por su inmenso lado oscuro. Para los días negros, que son días que nadie merece, necesitamos tener alguien a mano que nos preste luz.

El blanco limita al norte con la nieve, con la pureza de lo inmaculado, con la inocencia de lo que aún está sin usar. El blanco es un color del que hay que huir para estar vivo, y de los días blancos hay que escapar a toda prisa hacia la tentación para caer en ella.

El naranja es la calma, ese equilibrio dinámico entre las pasiones y sus inconvenientes, el color ácido y llamativo de las simples cosas cuando aún no se han decidido a enrojecer. Los días naranjas son los que mejor huelen y los que mejor se ven en la oscuridad con que la memoria entierra esas pequeñas mentiras sin importancia a las que les debemos no haber caído aún en la locura.

El púrpura y el rosa, son patrimonio de lo delicado, de quienes se aceptan completamente distintos de como son. Ambos colores aparecen cuando está a punto de haber un cambio; pero no un cambio radical y traumático, sino esa clase de transformación que apenas se nota hasta que no pasan sus efectos. De los días rosas y los púrpuras, uno no sabe nada hasta que no repasade nuevo las palabras que aún resuenan en el oído.

A quien quiera creer en este horóscopo que resume los días en un arcoiris extraño, debo decirles que todos los colores vienen siempre combinados, con un toque de gris inútil añadido, con la luminosidad acrecentada o rota por el azar. Saturados o tenues, la paleta de los días contiene más colores que nombres, más pinceles que lienzos, más manos que cuadros.

Por eso, el color de mi vida no es verdad ni mentira, sino el color de los ojos de quienes me miran. Diversas, consecutivas e intensas -que guardo como un tesoro en mi retina- variaciones del marrón.

Digan lo que digan, a mí siempre me pareció -y me seguirá pareciendo aunque se acabe- un precioso color para todo chocolate al alcance de mis labios, para toda mirada que se fija en mí, para toda vida que me atraviesa. Para toda combinación de colores que se mezclan en mis días.