Cuentas
Estaba haciendo cuentas, siempre se le dieron bien, desde muy niño. Los números no tienen alma, sólo un orden estricto, y él maneja bien las cosas sin espíritu.
Estaba haciendo cuentas, sumando las columnas, con una mano en el debe y con otra en el haber. Pero estaba distraído o es que aquellos números cambiaban de sitio cada dos por tres.
Estaba haciendo cuentas, empezando una y otra vez, porque perdía la cuenta y se le trababan los dedos cuando pasaba de diez. Y vuelta a empezar.
Estaba haciendo cuentas, casando minuciosamente las dos filas, llevándose una con él, repartiendo la vida entre el deber y el haber. Pero no coinciden las sumas, siempre queda algo por poner.
Estaba haciendo cuentas, intentando igualar los montones. Pero los números nunca contienen el alma de lo que se puso en ellos y, por eso, cuando cuenta con los mismos dedos que tocaron el cielo, siempre le toca perder.
Cuenta atrás
Cinco maletas sobre la cama parecen desplegar un adiós sereno cuando decidimos clasificar en ellas los recuerdos. Las palabras caben en una, los gestos en otra y en la tercera el equipaje de sueños que trajimos de nuestros viajes hasta el fondo de los ojos. Otra para las huellas que quedaron en la piel y en el corazón. Aunque dudo que en la última quepan los detalles completos de todo eso que nunca quisimos llamar amor.
Cuatro esquinas tiene la suerte, cuatro esquinas que hemos rozado, pero en ninguna hubo espacio suficiente para retener lo que tuvimos en las manos. Cuatro esquinas, cuatro labios, cuatro vidas y un solo mundo, forman un laberinto despiadado del que cuesta mucho salir aun sabiendo exactamente por dónde anda el hilo que dejamos abandonado.
Tres colores son los que invaden el dibujo de sombras que hay trazado en las retinas. El negro de la noche de tus ojos, el rojo ansioso de tus labios y el azul celeste de las nubes etéreas que modelamos y de las que tan difícil es salir indemne.
Dos finales tienen todas las cosas, dos finales contrarios. Que, en el fondo, son el mismo, porque recuerdo y olvido siempre se acaban uniendo en el infinito con la ausencia que los ha provocado, la que les da y les quita sentido.
Una noche de éstas acordaremos, no importa quién dé el primer paso, que hay que empezar a huir hacia fuera, en lugar de seguir esperando. Que el mundo, a veces, encuentra a quienes salen a buscarlo, pero nunca a los que se quedan quietos. Una última lágrima te consiento, sólo una: la de saber que sólo se pierde lo que no se puede guardar.
Nada… Y después, nada… Azar… Porque tú ya sabes que no hay camino. Que se hace camino al azar.
Número quince
Con el móvil pegado a la oreja, a resguardo del frío que conquista la tarde cuando el sol huye acobardado, espero respuesta…
-Ya estoy en lo de la tinta, dime…
-Me hace falta el cartucho número quince de HP -contesto mientras pienso ” ¡Qué suerte que estuvieras en la tienda! Así me ahorro un viaje” …
-¡Uf! A ver. Sí, aquí están… espera… diecisiete, cuarenta y dos, veintiuno, veintidós… no estos de aquí son cincuentas… Pues no… ¿Te compro mejor el diecisiete? Es ”trú color” …
-¡No, no! Si el que busco es el quince, que tiene sólo negro.
-¿Prefieres el treinta y dos? También es de color.
-¡Nooo! Es que es para una impresora que sólo acepta el cartucho número quince.
-¡Ay, mira, no sé! ¡Pues el treinta! Ese sí está aquí. Además, durará más… digo yo…
-¡Déjalo! Déjalo y no me traigas ninguno, es igual.
-¡Bueno, bueno, no te cabrees conmigo! Encima que te hago el favor…
No pasaría esta escena, del anecdotario no escrito, ese que todos llevamos de cabeza, al pasadizo secreto de este laberinto, de no ser porque, después de sucedido, me ha recordado las muchas veces que nos empeñamos, hasta la angustia incluso, en darle a los demás exactamente lo que no necesitan.
Porque, seguramente, somos capaces de querer a quienes nos aprecian. Pero es bastante raro que acertemos cuando y, sobre todo, cómo. Por otro lado, ¿qué pedirle a los demás cuando ni siquiera nosotros sabemos lo que nos falta?
Es muy posible que, lo más sensato, sea darles, sencillamente, lo que tenemos, lo que sabemos dar. Y que ellos nos vayan orientando. Así podría ser todo mucho más simple, pero ¡qué frío es el orgullo y cómo quema el fracaso!
Para curiosos, y para amantes del melodrama, añadiré que, al final, hubo cartucho. Pero no he podido verle el número… Venía envuelto en un abrazo.