Mary and Max

Dos mil textos, dos lenguas y sus pieles, dos mundos completos, una caja de golosinas, tiempo relleno de maravilla, asma e insomnio, cien mil pasos, un millón de palabras, miles de besos pequeñitos, una memoria agradecida, una letra del abecedario más grande que las otras, algunos calendarios, una camisa, un peluche, un maletín, un jersey, un teléfono, cien siglas, algunos renglones torcidos, un sueño casi común, un encuentro y su relámpago, un confesionario marrón, un coche redondo, tacones cercanos, un milagro, dos botes de lágrimas, un sinfin de miedo, un corazón rejuvenecido, una perilla, el hábito de escribir con el dedo gordo, sexo reluciente, encuentros en un tren, Serrat y su repertorio, y muchas canciones de Zenet.

Eso es lo único que puedo decir de esta película. El resto me lo callo para mí…

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Planes para mañana

Ningún efecto tiene una sola causa. La posibilidad de elegir entre veinte años y un sueño requiere haber alimentado ambos. Decidir si se sigue con el embarazo o no, proviene… bueno, ya se sabe de dónde, de cuándo y, generalmente, hasta de quién.

Decidir es el más difícil ejercicio de este devenir que llamamos vida. Y nosotros lo complicamos aún más, fervientemente. Nos damos, con devoción, a la búsqueda del motivo, a la causa del desastre o dibujamos a grandes rasgos y con vocablos enormes, sobre el horizonte que se abre, la salida del laberinto.

Hace tiempo que lo dije. Hay doce razones para todo, y otras doce para todo lo contrario. Lo que no dije, lo que no sabía, es que las venticuatro son mentira.

¿Qué querré dentro de diez años? ¿Qué quiero ahora? Todo son imaginaciones nuestras que vienen en su momento y que, más tarde, cambian hacia las siguientes que, nuevamente, son tan mentira como las anteriores.

Tirar una familia después de veinte años o dejarse llevar por el corazón envalentonado, son, sencillamente, melodramas aprendidos, palabras que se caen por su propio peso y que, al caer, nos liberan o nos atragantan, o las dos cosas a la vez.

Si hay alguna certeza, si alguna realidad es verdaderamente cruda, es que sólo nos mueven las mentiras que nos fabricamos nosotros solos o, en multitud de ocasiones, en complicidad con quienes se atreven a dar con el consejo exacto que queríamos escuchar.

Pero es que no existe el ejemplo perfecto de otra vida que pasó por lo mismo que nosotros estamos pasando porque, nadie puede vivir más vida que la suya y, por supuesto, en régimen de sociedad limitada con el desfile de personas por las que pasamos.

Que tal vez sea la última oportunidad de ser madre es, simplemente, mentira. Que lo nuestro funcione bien como está es, a todas luces, una cortina de humo. Que la vida en Londres sea LA vida es una película que nos hemos contado tantas veces que es muy difícil no creérsela.

Quizás no haya que pensar tanto y dedicarse tan solo a decidir. ¿Qué hay entre nosotros que, sin embargo, puede tirarse a la basura en un minuto y cambiarlo por un quizás? Una conexión especial, un hijo o una hija adolescente, un tren de vida fantástico… ¿Dónde están aquellos años de facultad cuando reír era nuestro mundo y mirarnos parecía una religión?

Responder estas preguntas parece un ejercicio trascendente y, sin embargo, sólo es atascar las ruedas en el barro, meter palillos a la vez en la cerradura de la puerta de salida y en la de entrada. Lo cierto es que no hay nada entre nosotros que no pueda tirarse a la basura y cambiarlo por otro engaño nuevo, de esos que vienen con las manos limpias y diversiones sin estrenar.

Nadie sabe lo que querrá dentro de cinco años. Nadie, hace dos, se imaginaba que ahora querría lo que quiere. El mes que viene no sabemos cuál será el número de la suerte que marquemos en el teléfono.

«Sólo tengo una vida», dijo triste, pero sin temor a equivocarse, «y tú también». ¿La puerta de la derecha o la de la izquierda?, me pregunto. «Te quiero», «pesa mucho», «ahora no», «ya veremos»…

 Las venticuatro razones son mentira y, al saberlo, se hace aún más difícil decidir si sufrimos por dar el paso o por no darlo. Y sólo queda abandonarse al deseo que, aunque también es mentira, es un poco más verdad que lo demás.

¿No hacer planes para mañana porque, quién sabe? Otra mentira. Hacerlos y no tener miedo a Londres, sin mirar atrás. Lo único que sí recomiendo encarecidamente es no discutir mientras se conduce.

Ícaro
La meta es como un túnel, se nutre de tiniebla.

Lo propio de las alas es quemarse
cinco minutos antes de llegar hasta el sol.

Toda meta es un túnel que te absorbe,
es una oscuridad que se alimenta
de tu propia sustancia y de tu olvido
y ese modo de muerte que es el conseguir.

Cuando uno logra un fin se queda triste.

La meta se lo traga.

Mejor ser el mejor sin beso de champán, sin aureola.

Y el sueño se ha quemado en su inminencia,
como sabiendo que vencer es chusco.

Tus sueños se han quemado de pura lucidez.

(Álvaro García)

Más extraño que la ficción

Tendría que hablar de las pequeñas cosas, de ese tumulto de roces y rozaduras que hacen el mundo más llevadero. De aquellas sesenta y seis razones para sentirme feliz que aún me estremecen, o de otras tantas que me hacen ver el vaso medio vacío.

Tendría que mencionar al azar y quitarle la importancia que le damos cuando, sin saber cómo, nos pone delante de una puerta más o menos cerrada. Porque somos nosotros, y no la suerte, quienes damos un paso torpe y la empujamos diciendo «¿se puede?».

Debería hablar también de las guitarras y de su paciencia, de cómo pulsando las cuerdas adecuadas, en el momento oportuno, la música suena y agradecemos un bolero, un tango, una vieja canción cuyo nombre nunca supimos.

Sería necesario que yo abordará la muerte y sus certezas y sus infamias. Y sus mentiras, porque no hay dignidad en la muerte, sino en la vida que te conduce a ella. Tendría que decir que todas las muertes son la misma, queden mejor o peor en una novela de éxito. Y que empeñarse hasta el límite que cada uno se permita, es lo que concede valor a las historias que, tarde o temprano, llegarán a su final.

Y claro que, el tema siguiente, tendría que ser el de sentirse vivo. Debería entonces proponer una pequeña serie de metáforas brillantes que te hicieran pensar que sé de lo que hablo cuando pido tiempo y espero otra palabra, otra caricia, cuando te preparo galletas que quieres abonarme en función de las reglas establecidas. 

Lo cual me llevaría, indefectiblemente, a polemizar sobre el papel de los demás, permitiéndome alguna frase de azucarillo en mitad del discurso para poner de manifiesto que las vidas ajenas son la vida. Porque una canción es inútil si nadie la escucha, una galleta es estúpida si nadie se la come, un palabra es silencio si nadie se estremece al oírla.

Y esto me llevaría a mencionar el amor, sin poder resistirme a lanzarte un guiño que reconozcas o, según la temperatura que tuviera mi corazón en ese momento, se me escaparía eso que tú llamas queja, y que solo es algún pensamiento escuálido y camuflado de tristeza en mitad de un párrafo.

Por último, hablaría de literatura, supongo, aunque esto no lo tengo tan claro. Pero es más que posible que intentara un gran final poético, de esos que dejan pensando a las audiencias entregadas y que tanto aumentan mi ego como mi miseria.

Quizás intentaría convertir el texto resultante en un parábola hermosa, en la que, de algún modo, pudiera relacionar este texto con mi vida, incluso con el amor; pero sin aclararlo del todo, por supuesto, dejándolo implícito en los renglones.

Y confesar que, en ambos, literatura, amor y vida, aunque parezca que sé lo que tendría que hacer, raramente encuentro el cómo, suelo equivocarme con el cuándo y delante de cada papel vacío con el que me enfento, me muero de vértigo y se me caen al suelo las palabras que me rondan los labios.

Aunque quizás debería ser más modesto y, con suave voz en off, terminar este texto hablando de los relojes, de darles cuerda a los sentimientos, porque tal vez nos salven la vida el día que el tiempo nos atropelle.

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Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

(Julio Cortázar)

Encontrarás al hombre de tus sueños

Porque son las emociones las que nos mueven, la ilusión siempre funciona mejor que las pastillas.

Uno está como está por méritos propios. Claro que no todas las vidas son igual de cómodas desde el nacimiento, ni tenemos todo lo que merecemos ni merecemos todo lo que tenemos.

Pero quiero decir que los barrotes de la jaula en la que estamos los hemos torneado nosotros, los hemos pintado de un color inventado y los hemos soldado a nuestro alrededor con la dejadez, que es una materia mucho más dura que el estaño.

La cosa es complicada: las casas sin puertas, el camino solitario, la madrugada, nos dan miedo. Pero, al mismo tiempo, tener puertas es como verlas siempre cerradas; encontrar compañía para el viaje incluye la necesidad de ajustar el paso; el mediodía nos cansa y nos aburre.

Vivimos para escapar de algún laberinto. Si tiene paredes altas, malo, y, si no las tiene, peor. Y, si algún día encontramos una salida, y la perseguimos, y la atravesamos, no pasará de unas cuántas lunas que busquemos el siguiente laberinto en el que meternos gustosamente.

Pero -y creo que en eso estaremos de acuerdo-, este viaje resulta menos pesado cuando alguien nos susurra al oído un engaño convincente, algún detonante de ilusiones que, aunque sabemos de sobra que acabarán en desencanto, mientras brillan, nos hacen brillar y convierten las paredes del laberinto en un paisaje amistoso.

El infierno está a una casualidad del paraíso, a un minuto de distancia, a un parpadeo de temperatura, a una palabra del abismo. El pozo sin fondo está justo al lado de la luz que se adivina al final del túnel.

Quien tiene oro añora el barro y ve a su mujer más atractiva desde la ventana de su amante, uno se ve más joven cuando se abrillanta el espejo en que se mira, la medianoche parece americana cuando se refulge de alegría, la posibilidad de un hijo es más alta allende la tapia. Lo que tienen los demás siempre es mejor que lo que nosotros hemos aprendido a despreciar.

Sería interesante no dar por terminado el laberínto y seguirlo construyendo, mirar lo propio con ojos de forastero, ser capaz de seguir encendiendo sonrisas de niña de colegio de monjas en un rostro ya consabido. Sería fantástico buscar al hombre de tus sueños y recordar que lo tienes en el sofá. Sería fantástico estar en el sofá y recordar que eres el hombre de algún sueño y encontrar el modo de seguirlo siendo.

La ilusión funciona siempre mejor que las pastillas. Hay que llenarse la vida de películas y creer, durante todo el tiempo posible, que acabarán en un plano largo, en medio de un precioso jardín, mientras la cámara abre el campo y se deja adivinar un beso al fondo, a ritmo de soul.

La condena
El que posee el oro añora el barro.

El dueño de la luz forja tinieblas.

El que adora a su dios teme a su dios.

El que no tiene dios tiembla en la noche.

Quien encontró el amor no lo buscaba.

Quien lo busca se encuentra con su sombra.

Quien trazó laberintos pide una rosa blanca.

El dueño de la rosa sueña con laberintos.

Aquel que halló el lugar piensa en marcharse.

El que no lo halló nunca
es desdichado.

Aquel que cifró el mundo con palabras
desprecia las palabras.

Quien busca las palabras que lo cifren
halla sólo palabras.

Nunca la posesión está cumplida.

Errático el deseo, el pensamiento.

Todo lo que se tiene es una niebla
y las vidas ajenas son la vida.

Nuestros tesoros son tesoros falsos.

(Felipe Benítez Reyes)

Irrational man

Pero antes de pensar en los finales, necesarios, y en los epílogos, no tan necesarios, es conveniente fijarse en los principios.

Porque cada principio es distinto, aunque los finales sean el mismo repetido, las historias siguen su curso azaroso y recortado, que diverge sobre la espuma de una cerveza mientras se consulta un rostro en google.

Sí, claro, el azar de la linterna, del nuevo profesor, de la química de unos alumnos racionales que tocan el piano. La semilla de la duda, el efecto de compartir amante de modo racional y maduro, el razonamiento simple sobre el mal en el mundo y un puntito de depresión.

Claro que es azar enamorarse, pero besarse en pleno túnel no. A cada capricho de la suerte, le corresponde una decisión racionalmente tomada, que, por muy meditada que esté, no deja de tener un lunar negro e irracional en el centro de su ying.

Quien dice matar, dice escribir una novela. Quien dice deprimido, dice aburrido. Quien dice amor, dice entretenimiento para después del trabajo. Y quien dice que nunca lo haría, después de hacerlo lo justifica.

Es cierto que hay un poco de confusión en todo esto, porque ninguna mente sensata puede soportar la idea de un asesino social, si bien no es tan raro echar el cerrojo por la noche por si vienen a por ti con una pistola en cada mano.

Lo estoy mezclando todo a propósito, para que se note, a las claras, que soy un hombre completamente irracional, de acciones incoherentes, con pensamientos infantiles, con gustos perversos para la pornografía y complejos de inferioridad de muchas alturas. Obsesivo a ratos, como todos. Imperfecto, en definitiva, como la mayoría.

Pero, porque hay que atender a la dignidad de los finales, son los principios los que marcan el devenir de todas las historias. Yo soy un hombre irracional, por principios. Dubitativo por principios, temeroso por principios, tibio por principios.

Pero es que yo te amo y nunca te delataría. Por principios y porque hay que cuidar la dignidad de los finales, con un adiós sería suficiente.

Bueno, más que con un adiós, quiero decir con un olvido.

Ya ves; eso es lo que te aguarda, si te marchas,
y lo que aquí te espera no es mejor.

Conoces de antemano cuál será tu conducta:
sopesarás los dos ofrecimientos que posees
-la despoblada soledad de una fiesta ya extinta,
la habitual afrenta de estar solo contigo-
y antes de encaminarte hacia la casa
apurarás la noche un poco más.

(Un poco más, a estas torpes alturas de tu vida,
no puede ser muy malo.)
La fiesta ha terminado. Y aquí viene la luz,
la vieja hiena.

Has apurado el plazo
que la noche te había concedido,
y a quien la luz ha de traer
ya lo conoces.

Si vuelves hacia casa, con tus pasos
volverán sus pasos. Y a tu fatiga
su fatiga habrá de acompañar.

La fiesta ha terminado y queda su enseñanza:
como una vieja deuda contraída,
nada hay más imposible que escapar de nosotros.

Ya se aproxima el alba, y nadie ignora
que todo plazo acaba por cumplirse,
que toda deuda acaba por pagarse.

(Carlos Marzal)