El abrazo de la serpiente

Sólo puede salvarse quien sueña, quien persigue sus sueños a través del mundo. Porque sólo quien sueña puede aprenderse a sí mismo y reconocerse después.

Es verdad que perseguir conduce a la frustración de no alcanzar, que soñar tiene el peligro que caer en lado oscuro de las pesadillas, que reconocerse tiene el inconveniente de no gustarse.

Pero somos música, todo es música, y cada canción de cada criatura es el conocimiento reverberando en los demás.

Hay que evitar a los caucheros a toda costa, asumir riesgos en blanco y negro, y respetar. Respetar es el más arduo de los trabajos en el mundo, porque consiste en darse cuenta que la sinfonía del universo tiene muchos instrumentos, muchas canciones, que necesitan ser escuchadas.

Si no sabes escuchar, estás perdido. Si no sabes soñar, estás muerto. La yakruna no te salvará si eres tú la serpiente.

Y si te roban la brújula, si caen al río todas las cosas a las que te aferras, si te cercan los colombianos o los capuchinos te azotan, si nadie confía en ti y tú no confías en nadie… abrázate a la serpiente y guíate por tus sueños.

Sólo quien consigue abrazarse a la serpiente puede demostrarse a sí mismo que no lo es.

Monelle
También la pobre puta sueña.

La más infame y sucia
y rota y necia y torpe,
hinchada, renga y sorda puta,
sueña.

Pero escuchen esto,
autores,
bardos suicidas
del diecinueve atroz,
del veinte y de sus asesinos:
sólo sabe soñar
al tiempo mismo
de corromperse.

Ésa es la clave.

Ésa es la lección.

He ahí el camino para todos:
soñar y corromperse a una.

(Eduardo Lizalde, El tigre en la casa))

Pequeñas mentiras sin importancia

 Nadie es suficiente para ser el centro de una vida que no sea la propia. Nadie es suficiente, pero todos somos útiles. Y puede que algunos sean necesarios, los menos.

Cuando me envías señales, cuando me echas de menos, apenas puedo conciliar dos sentimientos contrarios, muy contrarios.

Hay una parte de alegría en el hecho de parecer necesario, una alegría que linda con la soberbia y con el amor propio. Un estado de ánimo positivo al saber que las huellas que nos vamos dejando consciente o inconscientemente, no se borran con la facilidad de un paisaje o con el hielo de un vaso.

También en mí ocurre lo mismo, si es que es lo mismo lo que se nombra igual. Sea cual sea el escenario, los actores, el guión de la rutina o del espectáculo, yo siempre te añado. A veces con tanta fuerza que, pasado el tiempo, cuando la memoria se descuida, no consigo recordar si hablé contigo o con tu ausencia. Y me extraña que tú no recuerdes lo ocurrido y luego me sorprende que me extrañe.

Pero hay otra parte contraria. Una desazón que se acumula conforme voy descubriendo que uno se acostumbra a echar de menos a otro. Un miedo a que, precisamente eso, sea el punto de partida del olvido. Porque en eso consiste olvidar, en acostumbrarse a la ausencia y seguir viviendo.

Acostumbrarse nos deja respirar, porque no se puede vivir sin aliento, sin un espacio en que la velocidad del mundo aminore y deje de atenazarnos el vértigo. Acostumbrarse permite que la vida siga, cosa que haría de todos modos, pero nos deja que sigamos en ella.

Sin embargo, las costumbres no nos mueven, sino lo contrario, nos anestesian, nos atan a las rutinas, nos cierran las ventanas. Aquello que no nos remueve, no está vivo, no es cierto: solo son pequeñas mentiras sin importancia que necesitamos para no sucumbir.

Una vez te dije que cambiaría tu vida de puertas para adentro. Otra pequeña mentira sin importancia que te pido que me perdones. Era un propósito verdadero, un modo de ponerle palabras a un sueño. Un exceso de confianza en mis sentimientos y en mi capacidad.

Pero no. La única persona que puede cambiar tu vida por dentro, eres tú. Yo nunca seré suficiente, sólo puedo querer estar allí para ayudarte en el combate que nunca termina, para que no sientas la soledad contra molinos o para acercarte agua entre batallas.

A pesar de que ahora ya sé que son pequeñas mentiras sin importancia, déjame decirte que cada vez encuentro formas más perversas de echarte de menos. Supongo que lo hago para intentar encontrar el improbable equilibrio entre acostumbrarme y no.

Una pasteleria en Tokio

¿Puede regentar una pastelería alguien a quien no le gusta el dulce?

El amor se contagia, acabo de verlo con mis propios ojos. Y lo cierto es que ya lo sabía de antiguo, de otras piernas bailarinas, de otra boca risueña.

Unas manos no son como son, sino cómo acarician. Unos ojos no son como los ves, sino cómo nos miran. El pasado no es como fue, sólo es una losa si nosotros lo hacemos pesar sobre los hombros.

He visto querer tanto a algunos niños con el tono de voz, que aún me pregunto por qué no supe contagiar las palabras que decía al oído con ese tierno temblor de las flores de cerezo bajo la lluvia.

Buscar tal vez consiste en querer reencontrarse con aquello que una vez se tuvo entre las manos. Resulta triste comprobar que los fantasmas existen porque nosotros los creamos, los alimentamos, los atraemos y los tememos en un sólo golpe de memoria.

Si todas las criaturas tienen alguna historia que contar, me gustaría ser oído que las escuche atentamente y les ofrezca la pausa imprescindible para desliarse. Si todas las criaturas, por pequeñas que sean, tienen la más mínima historia que contar, quisiera ser pájaro libre de jaulas.

Porque todas las criaturas mínimas tienen algo imprescindible que contar, me gustaría saber hacer dorayakis. Y escribirlo todo luego, a tinta lenta, bajo las flores con que los cerezos dibujan una interminable primavera. Si me lees, entonces estaré brillando.

¿Puede escribir sobre cine alguien a quien no le maraville la luz del sol que baña la ventana de la leprosería?

Sólo nos aislamos en las cosas pequeñas,
en la mínima y frágil libertad
de las cosas pequeñas
y nos cuesta en verdad dejarlas,
porque al abrigo de los inútiles objetos
inevitablemente cotidianos
existe todo un mundo no sabido de ternura.

Sólo nos aislamos,
sólo crecemos en las cosas pequeñas:
aquel pañuelo que llevamos siempre
doblado con tanto cuidado en el bolsillo,
la canción que recordamos de pronto,
un libro ya olvidado,
el gesto repetido tantas veces,
o la cosa más íntima
que nadie podría amar
como nosotros la amamos.

Se trata, bien mirado, de una constante
evasión hacia nosotros mismos,
hacia la más pura e íntima parte
de nosotros mismos,
convertida al fin y al cabo
-y nos sorprende siempre constatarlo-
en lo que más nos acerca al yo profundo
que vive adentro nuestro,
y sobre todo en lo que más intensamente
nos alienta a vivir.

(Miquel Martí i Pol, quince poemas)

Aciertos, errores…

Cuando ella las pronunció, en ese tipo de secuencia de plano contra plano que a veces parece simular que el espectador es un privilegiado contertulio de los protagonistas, sus palabras se me quedaron dentro de los oídos.

Sabía que, tarde o temprano, escribiría sobre ellas, que me iluminarían un trocito de pensamiento en los días siguientes y, aunque resultaran difíciles de asimilar sin poner algunas importantes objecciones, algo de ellas me llamaba.

«Algunos de los mejores momentos de la vida, fueron errores», decía Uma, clavándome su mirada azul sobre el sofá. Una contradicción, una paradoja, una frase comercial, un pensamiento inútil… quizás, sencillamente, una mentira.

Más tarde, cuando te hacen saber del ridículo que vino dos días después de haber sentido un alivio que tú hubieras vuelto a balbucear con alegría, piensas en los errores, en cuál es el motivo, la causa, que convierte el efecto positivo en negativo. En dónde está la línea que divide los errores de los aciertos y, sobre todo, en cuándo unos se transforman en otros.

Se me ocurre que los mejores momentos, esos que guardo dentro de una cajita del pecho, no son errores ni aciertos, y que nadie debería tener poder suficiente, ni siquiera uno mismo, para convertirlos en naufragios.

Porque no sabemos lo que sentiremos en el futuro, porque no sé lo que escribiré mañana, quiero mantener en la tinta de hoy y en el papel que atraviesa el tiempo las palabras que digo, para que me recuerden lo sentido antes de que la memoria y la luz de otros tiempos las conviertan en mentira.

Y, al respecto de la película, se me ha ocurrido modificar la frase para hacerla verdadera y escribir aquí, como contradicción, como paradoja, como frase comercial, como pensamiento inútil, quizás, como mentira, que algunos de mis mejores errores, primero fueron aciertos.

Aunque la verdad que nunca podrá ser mentira, el acierto que nadie trocará en equivocación, es que algunos de los mejores momentos de mi vida, los he vivido en ti, por ti, contigo.

COLLAGE
Ligeras cruzan las edades, hay quien las cuenta en días,
y a través de su lluvia y su ceniza
cada vez más difícil resulta el resistirse
al perezoso vivir animal de la costumbre.

No sé por qué los versos que ahora escribo
parecen versos clásicos, y total para decir
que si después de tanto tiempo aún hoy
aprieto tu recuerdo entiendo que
estoy condenado
a naufragar todos los días
con la vejez que da el saber
que aunque me he equivocado en todo
esto es algo que especialmente he hecho
en lo que más quería.

(Santiago Montobbio, Ética confirmada, 1990)

Joy

¿Tú te acuerdas de la fábula de la lechera?

Pues que tropezó y se le cayó el cántaro, ese que tanto va a la fuente, supongo.

Bueno, pero Jennifer luego cogió otro y se le volvió a romper… y así sucesivamente hasta que al guionista empezó a dolerle la espalda y decidió inventarse el final de una película de anime.

¡Pobrecitos los personajes de un cortometraje interesante cuando un malvado productor los suelta dentro de un film de dos horas para lucimiento de una estrella! Se quedan en monigotes, dicho sea con todo respeto hacia los monigoteros.

Tópicos, clichés, la vida en blanco y negro. Hay divorciados que se odian y divorciados que se quieren, fontaneros de Haiti con una exquisita educación internacional, magnates de la televisión con un corazón que no les cabe en el pecho. Y malvados trapisondistas que quieren arrebatarte tu creación. ¿Será verdad que todos los habitantes de Dallas llevan sombrero y corbatilla a lo J.R.?

No voy a desvelar el final, pero es que ella está tan guapa, tan radiante, tan chica en llamas de los juegos del hambre que uno se deslumbra y ya no importa que lo que acaba de suceder en la habitación de un hotelucho sólo le falta que suene de fondo una canción de Verónica Castro.

¿Y qué decir de las cuatro preguntas? ¿Te cambias todos los días de calcetines? ¿Sí? Entonces llegarás lejos.

El personaje de Lawrence es el único desarrollado con un poco de meticulosidad, es lo único que sale de la pantalla y consigue conmoverte an algunos momentos.

Con todo, bien surtido de palomitas y con alguna bebida refrescante, sentado cómodamente en un cine, la peli se deja ver. Se deja ver  y te deja tiempo para mirar el móvil para contestar los mensajes y mirar lo que han subido al face tus amigos.

Un consejo: no lleves al cine el detector de óscars, porque lo único que vas a conseguir es gastarle la batería. Mira la historia como si fuera un cuento de Disney, pasa un rato agradable y no le des más vueltas al tarro.

Que sí, que De Niro está como siempre, estupendo. Pero es que el papel que le han dado es de estraza…

2015 en películas (vistas)

Las películas que he visto este año, sobre las que debería haber escrito algo. Aún no lo descarto, pero, por si acaso, las dejo aquí para que no se me olviden:

Futurista, una trama en la que se reflexiona sobre la inteligencia artificial, sus límites y posibilidades, aprovechando las posibilidades del thriller. Me entretuvo, sin más,o no destaca en nada. Se queda muy en la superficie de todo.


Genial, fabulosa, cámara al hombro, los entresijos del teatro y de los actores, la decadencia y la locura, el afecto y la soberbia, la realidad y la ficción. Extraordinario Keaton. No entiendo cómo no le dieron el oscar.

Más mundo teatral, pero en este caso, fuera de los límites de las bambalinas. Una revisión de la biografia y de los principios, a través de la preparación del remake de una existosa obra teatral.


Binoche fantástica, como suele ser habitual, es como un imán, cada vez que está en un plano, es difícil no concentrarse en ella.

No es una película redonda, ni el tema que trata es tan universal como para que interese a todo el mundo. Pero, desde luego, no te deja indiferente.


Después del «Código Da Vinci», Tom Hanks perdió algunos puntos de frescura, que no de profesionalidad. Y creo que en esta película ambientada en la guerra fría, los recupera. Creíble, sin excesos, su actuación nos guía a través de una maniobra delicada de política exterior en tiempos en los que había que andar con pies de plomo en las relaciones internacionales (¿y cuando no?). Entretenida, basada en la historia real de un espía capturado, con el suspense justo y una gran dosis de humanidad en su personaje. El resto del reparto cumple bien. Muy buena la escena del puente.


 Tierna, inocente, juvenil y llena de energía. Así es la relación que se establece entre las dos protagonistas de la historia. Las hijas anteriores de una pareja que empieza a salir, se conocen, se ayudan, se estorban y comparten acontecimientos e ilusiones propios de sus edades. Muy fresca, sin espacio para la amargura, retrato de una edad (norteamericana).

Pero algo le falta, no termina de llegarme. Como si fuera un cuento del canal Disney. Aún así, muy recomendable.


 Ciencia ficción con mayúsculas. Un espectáculo visual sobre una base filosófica y científica un tanto especulativa. Visualmente, fantástica. El hilo del argumento tiene sus huecos, que quizá están ahí para permitir que el espectador ponga la parte que le corresponde en la historia. Muy muy buena, sobre todo si te gusta el género.

 


Esta película ya la había visto otras veces. Supervivencia, un llanero solitario, un robinson crusoe, un minero atrapado por un derrumbe, un avión que cae en una montaña y deja un superviviente… A pesar de lo cual el suspense se mantiene en todo momento, los planos son precisos (me gustaría saber dónde está rodada, el paisaje es desolador y hermosísimo), la historia discurre con sus correspondientes vicisitudes perfectamente intercaladas en el metraje. Muy bien hecha, muy entretenida, muy bien resuelta.

Una elección segura. Gustará a todo el mundo, aunque no creo que apasione a nadie.


 Repetición de la primera de la saga de Parque Jurásico, pero con mejores efectos especiales. Suspense y aventura a raudales. Buena peli, sí, pero no era necesaria. No es mejor que la película que copia.


Deliciosa, al estilo semidocumental de Modern Family, los problemas cotidianos de unos chicos que comparten piso en Nueva Zelanda. Claro que, además de compartir piso, son vampiros. Y eso produce situaciones muy divertidas, tratadas con un puntito irónico que te hace mantener una sonrisa en la boca durante toda la peli. Original y delirante, pero, al mismo tiempo, tierna y casi inocente.


Brutal, pero descarnadamente bella. Notas el frío, te salpica la sangre, temes que te dé una flecha… Te dan ganas de buscar una escopeta o algo y apuntarle al oso… Va a arrasar en los Oscar. Al de Leonardo DiCaprio, ya le pueden ir grabando el nombre, no se lo quita nadie.

Iñarritu, con esta peli, Birdman, Biutiful, 21 gramos… Hay que ver todo lo que haga este hombre. Me encanta…